María Santísima murió en el año 48, trece años y dos meses después de la Ascensión del Señor.
En cuanto a la hora del tránsito de María, se me indicó que era
la hora nona, en la cual murió también su divino Hijo.
Tengo la seguridad de que cada año, en el día de su Asunción,
muchas almas devotas de María reciben la liberación de sus penas y suben al
Cielo.
POR ESTE MISTERIO DE LACONCEPCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA HA ORDENADO EL ESPÍRITU SANTO QUE EL DÍA DEL SÁBADO FUESE CONSAGRADO A LA VIRGEN EN LA SANTA IGLESIA, COMO DÍA EN QUE SE LE HIZO PARA ELLA EL MAYOR BENEFICIO, CREANDO SU ALMA SANTÍSIMA Y UNIÉNDOLA CON SU CUERPO, SIN QUE RESULTASE EL PECADO ORIGINAL NI EFECTO SUYO.
Mensajes De Dios al Mundo a Través de la Beata Ana Catalina Emmerick
Grandeza
y
Dignidad de la Virgen Santísima
La tarde del día siguiente vi
a todos los apóstoles, con veinte discípulos, orando bajo la lámpara en la sala
del Cenáculo.
Estaban presentes la Virgen María, las santas
mujeres,Lázaro. Nicodemo, José de
Arimatea y Obed.
Terminada la oración el
apóstol Juan habló a los apóstoles, y Pedro a los discípulos.
Hablaron ambos de una manera misteriosa
acerca de sus relaciones con la Madre de Dios y lo que Ella debe ser para
ellos.
Mientras duraba esta enseñanza de ambos
apóstoles, que hicieron por orden de Jesús, he visto a la bienaventurada Virgen
con un manto luminoso y amplio.
Con ese manto los cubría a
todos, mientras se cernía sobre los presentes y recibía del cielo abierto,
donde se veía la Santa Trinidad, una corona sobre su cabeza.
A la Virgen no la he visto en persona durante
este tiempo, aunque había estado rezando fuera de la sala.
Recibí la intima persuasión
de que María era la cabeza verdadera de esa comunidad, su templo y su todo.
Creo que fue una representación para los apóstoles y una aclaración de lo que
María debía ser en lo futuro en la Iglesia, según la voluntad de Dios.
Hacia las nueve vi una comida
en el vestíbulo. Todos los presentes tenían vestidos de fiesta y la Virgen los
de su boda.
Durante la oración, en
cambio, estaba con un manto blanco y el velo.
Esta vez vi a María entre
Pedro y Juan, sentada a la mesa.
Teniendo la puerta al frente
y el patio a las espaldas.
Las demás mujeres y los
discípulos estaban a la derecha e izquierda en sendas mesas.
Nicodemo y José de Arimatea servían.
Pedro cortó el cordero de la
misma manera como lo había cortado el Señor en la última Cena.
Al final de esta cena hubo un
partir del pan y pasar de las copas, pero se trataba de pan y vino bendecidos.
no consagrados.
Después vi a María Santísima
con los apóstoles en la sala; ella estaba en medio de Pedro y de Juan , debajo
de la lámpara.
Rezaron de rodillas delante
del Santísimo descubierto.
Cuando
hubo pasado la medianoche vi que María recibía la comunión de manos de Pedro,
hincada delante del Santísimo.
Pedro
traía
el Sacramento consagrado por Jesús sobre un platillo que cubría el cáliz.
En ese momento he visto que Jesús se le
aparecía a Ella, aunque los demás no lo veían.
María estaba rodeada de luz y
resplandor. Oraron largo tiempo.
A los demás apóstoles los he visto muy reverentes con la persona de la Virgen Santísima.
María
se retiró luego a una pequeña casita, a la derecha de la entrada al patio del Cenáculo,
donde tenia su habitación.
Dentro
ya, oí que cantaba el Magníficat, el
canto del Benedictie de los
tres jóvenes en el horno de Babilonia y el salmo 130; rezó todo esto de pie. El
día empezó a clarear cuando Jesús entró a puertas cerradas. Habló largo tiempo
con María; díjole que asistiese a los apóstoles y lo que Ella debía ser para ellos.
Diole potestad sobre toda la Iglesia; le dio su misma
fuerza y potestad, su protección: era como si Él mismo le diese su luz y la
penetrase toda con su Persona. No lo puedo decir
de otro modo.
Los discípulos hicieron una
especie de corredor con telas y alfombras desde el patio al Cenáculo, para que
pudiera la Virgen ir desde su habitación al lugar del Santísimo y al coro donde
cantaban y rezaban los apóstoles.
Juan habita cerca de la celda
de la Virgen.
Cuando Jesús se le apareció en su celda, he
visto que rodeaba su cabeza una corona de estrellas; lo mismo he visto cuando
recibía la comunión.
Tuve el conocimiento de que todas las veces que
comulgaba María, permanecían las especies sacramentales de una comunión a la
otra, de modo que siempre adoraba a Jesucristo presente sacramentalmente en su
corazón.
Durante la persecución,
después de haber sido apedreado San Esteban, hubo un tiempo en que los
apóstoles no pudieron. consagrar.
Pero la Iglesia
no quedó sin el Santo Sacramento pues estaba vivo en el tabernáculo de la
beatísima Virgen María.
Entendí también que esta
gracia singular era propia sólo de María Virgen Santísima.
María Santísima se retira con San
Juan a Éfeso
Esteban
fue apedreado cerca de un año después de la crucifixión de Jesucristo.
Con todo no hubo en seguida persecución a los
apóstoles; sólo las comunidades de Jerusalén fueron disueltas, los cristianos
dispersados y algunos también muertos.
Pocos años después se levantó
de nuevo una persecución. Por este tiempo María Santísima, que había vivido
hasta entonces en la pequeña habitación junto al Cenáculo o en Betania, se hizo
llevar por el apóstol Juan a Éfeso, donde habían ido a vivir ya algunos
cristianos.
Sucedió
esto poco tiempo después que Lázaro y sus hermanas fueron prendidos por los judíos
y entregados a la mar en una mala embarcación.
Juan volvió después a
Jerusalén donde estaban reunidos los demás apóstoles.
Santiago el Mayor fue de los
primeros que, después del reparto del mundo, abandonó Jerusalén y se dirigió a
España, lo he visto primero en las cercanías de Belen donde se ocultó antes de
partir. Desde la cueva de Belén salía por el país con algunos compañeros para predicar
al Evangelio.
Los judíos vigilaban a los
apóstoles, pues no querían que salieran
del país.
Santiago tenía amigos en Jope y así pudo
embarcarse para el extranjero.
Se dirigió primero a Éfeso Donde
visitó a María y de allí partió a España.
Poco antes de su muerte
visito de nuevo a María y a su hermano Juan en Éfeso allí le dijo María que su muerte se acercaba y
confortó y animó al apóstol para su cercano fin.
Santiago se despidió de María Virgen y de su
hermano Juan y se dirigió a Jerusalén.
En este tiempo ocurrió el episodio con el mago
Hermógenes, al cual convirtió a la fe junto con su discípulo.
Santiago fue detenido varias
veces y presentado ante el Sanedrín.
He visto como fue prendido,
poco antes de Pascua, mientras predicaba al aire libre sobre una colina. Sé que
fue en este tiempo, pues veía a las gentes, como de costumbre, establecidas en
los alrededores de la ciudad.
Santiago no estuvo mucho en
la prisión; fue juzgado en la misma casa donde Jesús, aunque al interior había
cambiado algo de
aspecto.
Aquellos lugares que había
tocado Jesús no estaban ya allí.
Siempre he creído que tales
lugares, santificados por Jesús, no debían ser pisados por otros.
He visto que llevaron a
Santiago hacia el monte Calvario: él no cesaba de predicar y convirtió a muchos
en esta ocasión.
Cuando le ataron las manos
dijo: "Me podéis atar las manos,
pero
no me quitaréis la bendición de ellas y mi lengua para predicar".
Un
tullido del camino gritó al apóstol quisiera tocarme con sus manos para sanarme.
El apóstol
le contestó "Ven tú a mí y dame tu mano". Así lo hizo el tullido; se
levantó, se acercó y, al tocar las manos atadas de Santiago, se halló sano.
También
he visto que un tal Josías, que le había denunciado y entregado a los
sacerdotes, vino ahora y le pidió perdón. Se
convirtió
a Cristo y fue muerto junto con el apóstol. Como le preguntara Santiago si deseaba
ser bautizado y contestara que ése era su deseo, Santiago lo abrazó y besó, y
le dijo:
"Serás bautizado en tu misma
sangre".
Vi también a una mujer venir
a Santiago con una criatura ciega, pidiendo le diera la vista.
Primeramente colocaron a
Santiago sobre un lugar elevado, junto a Josías, y se le leé la sentencia.
Luego lo bajaron y ataron ambas manos a una piedra, vendaron los ojos y lo
decapitaron.
Esto sucedió once años después
de la muerte de Jesús, entre el 46 y el 47 del Nacimiento de Cristo.
En la muerte de María en
Éfeso no he visto a Santiago presente: otro lo representaba en esa ocasión. un
pariente de la sagrada Familia y uno de los primeros de los 72 discípulos.
María murió en el año 48, trece años y dos meses
después de la Ascensión del Señor.
Se me mostró esto en cifras y
no en números como los nuestros.
Primero vi IV. luego VIII, que
hacen 48: después vi XIII y dos lunas llenas.
La morada de la Virgen no
estaba en Éfeso mismo, sino dos o tres horas más lejos, en una altura donde se
habían refugiado otros cristianos venidos de Palestina y algunas mujeres
parientes de María.
Desde esta altura y Éfeso
corre en muchas vueltas un arroyo.
La altura termina casi a pico
en Éfeso, la cual se ve, viniendo desde el Sudeste, en una altura que parece
junto a ella. Delante
de Éfeso veo largas avenidas
de árboles con frutas amarillas, muchas en el suelo.
De la ciudad partían varias
sendas hacia la altura, llena de vegetación salvaje. Sobre la cual había una
extensión como de una hora de camino, llana y fértil, llena de arboles de sombra
y muchas grutas naturales en la roca. Estas grutas habían sido utilizadas por
los cristianos refugiados aquí, arregladas con tabiques y obras de madera. El
conjunto ofrecía el aspecto de una pequeña población de trabajadores.
Desde la altura de la montaña,
que está más cerca del mar que la ciudad, se ve el mar con sus numerosas islas y
también la ciudad.
No lejos de esta población se
levanta un castillo donde habita un
Rey depuesto. Juan se
entretenía con frecuencia con él y consiguió convertirlo a la fe. Más tarde
este lugar fue sede de un obispado.
Entre los refugiados
cristianos he visto mujeres, niños y algunos hombres. No todos estos refugiados
tenían relación con María Virgen: solo veo algunas mujeres que vienen de tanto
en tanto para visitarla o para ayudarla en los quehaceres domésticos. Estas mujeres
atendían también a la manutención de la Virgen.
La comarca estaba casi desierta: nadie subía a
estos lugares y ningún camino principal conducía a ellos.
La gente de Éfeso no se cuidaba de los
refugiados, que estaban como olvidados.
El suelo era fértil, y los
cristianos tenían huertos y frutas. De animales sólo he visto cabras monteses.
Antes que Juan trajese a
María a Éfeso había hecho construir una casa de material como la que tenía en
Nazaret, Estaba en medio de las sombras de los arboles. Se dividía en dos
partes por medio del hogar.
Este hogar estaba cavado en
una cavidad en el suelo, junto a la pared y miraba a la entrada de la
habitación. En esta pared había como unas gradas que llegaban hasta el techo plano, donde estaba la chimenea, consistente
en un cano sobresaliente.
A ambos lados del hogar había tabiques ligeros
que separaban la parte posterior de la habitación de María.
A ambos lados de las paredes había
tabiques formando celdas que se retiraban con facilidad, dejando libre todo el espacio.
En estas celdas dormían la
criada de María y otras mujeres que venían de visita y se hospedaban durante la
noche.
En los tabiques que dividían
la casa había dos puertas, que llevaban a la parte posterior de la habitación,
que terminaba en forma redonda y cuyas paredes estaban revestidas de maderas
entrelazadas.
El techo era a los lados curvado
y también detrás, y adornado con figuras de plantas cavadas en la madera.
En la parte posterior de esta habitación tenía
María su lugar retirado para la oración, separado del resto por una cortina.
En la pared había un nicho
con un recipiente como un Tabernáculo que podía abrirse, y aparecía una cruz de
un codo de larga, Como la cruz de Cristo con los dos brazos en forma de Y. Esta
cruz, muy sencilla, creo que fue hecha en parte por el apóstol Juan y por la
Virgen. Se componía de varias clases de maderas:
La madera principal era de
ciprés: un brazo parecía de cedro; el otro, más amarillento, de palma. Y la
parte de arriba, con el letrero, de olivo.
El madero principal estaba hincado en una
piedra como se había puesto la cruz de Jesús sobre una roca del Calvario.
A los pies del Crucifijo había un pergamino
donde estaban escritas algunas palabras de Cristo, cuya imagen estaba, en la
cruz, no en bulto, sino grabada con líneas en la madera.
A ambos lados del Crucifijo
se veían dos floreros con flores.
Junto a la cruz veo un paño y
tengo la persuasión que es el que usó la Virgen cuando, después del
descendimiento, lavó la sangre de las heridas de Jesús; pues mientras miraba yo
ese paño tuve una visión de la Virgen con Jesús, tendido muerto en sus
rodillas, y a la Virgen lavándole la sangre de sus llagas. Así lo hace también
el sacerdote en la Misa cuando purifica el cáliz.
Una cruz semejante, pero más pequeña, tenía la
Virgen en su dormitorio.
A la derecha del oratorio de María y tocando
el ángulo curvo, separado por dos tabiques laterales estaba el dormitorio de la
Virgen con una cortina delante, que se descorría a voluntad.
Este dormitorio estaba
compuesto de un lecho de madera, de la altura de un pie y medio, bastante
angosto. Sobre el cual estaba extendida una manta sujeta a los cuatro costados.
Todo estaba cubierto con
tapices con borlas hasta el suelo. Un rodete servía de almohada y de cobertor
una manta.
El techo de esta parte de la habitación estaba
revestido de madera y del centro pendía una lámpara de varios brazos. Aquí he
visto a María descansando antes de su muerte, envuelta en un vestido blanco que
le cubría hasta los brazos.
El velo sobre la cabeza era
retirado hacia arriba en pliegues.
Cuando hablaba con hombres lo
bajaba modestamente y sus manos las tenía descubiertas sólo cuando estaba sola.
No la he visto comer en estos
últimos años sino el jugo de una fruta de bayas amarillas que parecían uvas.
La criada exprimía el jugo de estas bayas.
Enfrente de esta celda de
dormir había, a la izquierda del oratorio, un espacio para los vestidos. Arreglado con maderas entrelazadas. Colgaban
allí unos velos, cinturones y un manto amplio en el cual se envolvía la Virgen
cuando recorría el Vía Crucis.
Vi dos vestidos largos, uno
blanco y otro azul celeste, y un manto de color.
Era el vestido que uso cuando fue dada por
esposa a José.
He visto que María guardaba
varios de los vestidos de Jesús, entre otros la túnica inconsútil (Que no tiene costura).
Entre el armario de la ropa y
el dormitorio había un cortinado que separaba el oratorio. Delante de este
cortinado solía la Virgen estar sentada cuando trabajaba cosiendo o bordando.
En este lugar retirado y solitario
vivió la Virgen los últimos años, ya que su casa estaba retirada de las demás a
una distancia de un cuarto de hora, Vivió sola, con una criada, que le traía lo
poco que necesitaba para su sustento. No vivía allí ningún hombre. Juan venia
de tanto en tanto y a veces algún apóstol o discípulo.
Una vez he visto entrar en la
casa a Juan, que mostraba tener más edad. Era un hombre esbelto y usaba una
vestidura larga, en pliegues, con un cinturón. Se quitó esta vestidura al
entrar y se puso otro vestido con letras bordadas. En el brazo se colocó un
manípulo (Ornamento sagrado que el sacerdote llevaba sujeto al antebrazo
izquierdo, sobre la manga del alba durante la celebración de la misa).
La Virgen estaba en su
aposento y fue llegándose a Juan acompañada por su criada la Virgen tenía un vestido blanco y me
pareció muy débil. Su rostro era casi transparente y blanco como nieve, Me
parecía que desfallecía por el ansia. Toda
su vida fue, desde la Ascensión de Jesús, un continuo suspirar y un ansia que
la iba consumiendo.
María se acercó con Juan a su
oratorio; allí descubrió, tirando de una cinta, el tabernáculo donde estaba su
Crucifijo, delante del cual, hincados, rezaron largo tiempo. Luego Juan se levantó
y sacó de un recipiente de metal un envoltorio de lino fino. Donde estaba guardado
un panecillo cuadrado, blanco, entre dos blancas telas: era el Santísimo Sacramento
con el cual Juan dio la Comunión a María, acompañada de algunas palabras. No le
presentó el cáliz en esta ocasión.
El Vía Crucis De María En Efeso.
En las cercanías de su
vivienda había dispuesto y ordenado María Santísima las estaciones del Vía
Crucis.
La vi al principio ir sola por las estaciones
de este camino midiendo los pasos dados por su divino Hijo, que tenía anotados
desde Jerusalén.
Según Los pasos que contaba,
señalaba e l lugar con una piedra y sobre esta piedra la vi escribir lo
sucedido en la Pasión del Señor y anotar el número de pasos hasta este lugar.
Si encontraba un árbol en el camino, señalaba el paso de la Pasión en el árbol mismo.
Había señalado doce
estaciones.
El camino llevaba al final a
un matorral y el santo sepulcro estaba señalado en una gruta.
Después que hubo señalado
estas doce estaciones, vi a la Virgen María, silenciosa, ir recorriendo con su
fiel criada esos pasos de la Pasión del Señor, meditando y orando.
Cuando llegaban a una estación, se detenían,
meditaban el misterio de la estación y oraban.
Poco a poco este Vía Crucis
fue mejorado y arreglado., Juan hizo. Poner mejor las piedras recordatorias con sus inscripciones.
La gruta también fue
agrandada, adornada convenientemente y transformada en lugar de oración, las piedras
estaban en parte enterradas en el suelo, cubiertas de vegetación y de flores
cercadas en torno. Eran de mármol blanco liso. No he podido medir el grueso de
esas piedras por las plantas que cubrían la parte inferior.
Los que hacían el Vía Crucis llevaban
un asta con una cruz, como de un pie de alto; clavaban esta asta en una
hendidura de la piedra y se hincaban delante para rezar, si es que no se
echaban de cara al suelo, meditando y orando.
Las sendas en torno de las Piedras
eran bastante anchas de modo que podían ir por ellas dos personas a la vez.
Conté doce de estas piedras,
las cuales, terminado el acto, se cubrían con una estera. (Tejido
grueso y áspero, de esparto, juncos o palma que sirve sobre todo para cubrir
partes del suelo)
Las piedras eran más o menos
iguales y en los lados tenían escritas letras hebreas; los lugares donde
estaban las piedras eran de diversas dimensiones.
La estación primera, el Getsemaní, la formaba
un vallecito con una pequeña cueva donde podían estar hincadas varias personas.
La estación del Calvario no
estaba en la gruta sino en una colina.
Para ir al sepulcro se pasaba la colina; luego
al otro lado de la piedra recordatoria, en una hondonada y al pie de la colina,
a la gruta del sepulcro, donde María Santísima más tarde fue colocada.
Creo que esta gruta existe
todavía bajo los escombros y que un día ha de ser descubierta.
Cuando la Virgen hacía el Vía
Crucis llevaba un sobrevestido que llegaba en pliegues hasta los pies. Se ponía
sobre los hombros y se cerraba debajo del cuello con un broche. Llevaba un
cinturón y cubría así el vestido interior. Me parece que era un vestido de grandes
solemnidades, al uso de los judíos, porque lo he visto usado también por Ana en
algunas ocasiones.
Sus cabellos estaban ocultos
en una especie de gorro de color amarillo, que llegaba hasta la frente y caía
detrás con sus pliegues recogidos.
Un velo negro de tela fina le
llegaba hasta los hombros.
En esta forma la he visto
recorrer el camino de la Pasión.
Había llevado este vestido en la Crucifixión
de Jesús, oculto bajo el vestido de luto que la cubría, y ahora se lo vuelve a
poner todas las veces que hace el Vía Crucis.
En casa se pone este vestido
para los quehaceres diarios.
La Virgen María tenía ya
mucha edad, pero no llevaba otras señales de vejez que un ansia grande que la transformaba y la
espiritualizaba cada vez más.
Estaba de ordinario seria, de
modo que nunca la vi riendo. Cuanto mas avanzaba en edad se volvía más
transparente, se esclarecía su rostro. No tenía arrugas en la cara ni en la frente,
aunque aparecía demacrada; ni renales de decrepitud: era como un espíritu en su
modo de ser.
He visto una vez a la santa
Virgen haciendo el Vía Crucis con otras cinco mujeres.
Ella precedía: me pareció muy
débil, blanca y como traslucida.
Era conmovedor ver ese rostro
angelical. Me pareció que hacía este camino de la Pasión por última vez.
Entre Estas santas mujeres
que rezaban con María estaban algunas que ya desde el primer año de Jesús le
eran adictas.
Una era sobrina de la profetisa Ana. Antes del
bautismo de Jesús yo la había visto yendo una vez a Nazaret con la Verónica.
Esta mujer estaba emparentada con la Sagrada Familia, por Ana, la profetisa,
que era parienta de la madre de María y más cercana aun de Isabel, hija de la
hermana de ésta.
Otras de las mujeres que
vivían cerca de María y que yo había visto también ir a Nazaret, antes del
bautismo de Jesús, era una sobrina de Isabel, llamada Mara, también emparentada
con la Sagrada Familia. Ismeria, madre de Ana, tenía una hermana de nombre
Emerencia que tuvo tres hijas: Isabel, madre del Bautista; Enué, que estaba en
casa de Ana cuando nació María
Virgen. y Rode, madre de esta
Mara. Rode había contraído matrimonio lejos de su familia. Vivió primero cerca
de Siquem, luego en Nazaret y después junto al monte Tabor (Kessuloth). Además
de Mara, tuvo otras dos hijas, una de las cuales era madre de unos discípulos
de Jesús.
Uno de los dos hijos de Rode
fue el primer marido de Maroni, la cual, al quedar viuda y sin hijos, casó con
Eliud, sobrino de la madre de Ana y se estableció en Naipe, donde enviudó por
segunda vez. De este Eliud tuvo el hijo a quien resucito Jesús.
Este niño fue más tarde discípulo
de Jesús y se llamó Marcial.
Mara, hija de Rode, que
estuvo presente en la muerte de María, se había casado en la vecindad de Belén.
Natanael, el novio de Caná, era, según creo, un hijo de esta Mara, y en el
bautismo recibió e l nombre de Amator. Tenía otros hijos y todos fueron más
tarde discípulos de Jesús.
Después que la Virgen María
hubo vivido tres años en el retiro de Éfeso sintió gran deseo de ver los
lugares santos de Jerusalén.
Juan y Pedro la condujeron a
esa ciudad. Estaban reunidos allí varios apóstoles: recuerdo haber visto a
Tomás. Creo que era un concilio. María les ayudaba con sus consejos. A su
llegada la he visto al anochecer, antes de entrar en la ciudad, ir al Huerto de
los Olivos, al Calvario, al santo Sepulcro· y visitar los santos lugares de
Jerusalén.
La madre de Dios estaba tan
angustiada y desfallecida, que apenas podía ya andar. Pedro y Juan la sostenían
por momentos.
Un año y medio antes de su
muerte la he visto de nuevo visitar los lugares santos de Jerusalén. Estaba
entonces muy triste y suspiraba siempre, diciendo: ";Oh. Hijo mío! "Oh,
Hijo mío!". . .
Cuando llegó a aquella puerta donde cayó Jesús
con la cruz, se sintió tan agobiada, que cayó en desmayo, creyeron los acompañantes
que iba a morir, y la llevaron al Cenáculo que aun existía, y allí vivió algún
tiempo, en la pieza junto al Cenáculo.
María estuvo varios días tan
débil y postrada que se creía iba a morir; por eso se pensó en prepararle un
sepulcro.
María misma se eligió una
cueva en el Huerto de los Olivos y los apóstoles le prepararon un hermoso
sepulcro por medio de un trabajador cristiano.
Algunos pensaron que había ya muerto. Así se
esparció la noticia de su muerte también en el extranjero.
Pero la Virgen se recobró de ese estado de
postración, y cobró nuevas fuerzas, de modo que pudo emprender el viaje de
vuelta a Éfeso.
Murió allí después de año y
medio de su llegada.
El sepulcro preparado en el
huerto fue tenido en honor, y más tarde se edificó una iglesia sobre él.
San Juan Damasceno, así se me
dijo en visión, escribió, según había oído decir, que murió en Jerusalén y fue
sepultada allí mismo.
He visto que fue voluntad de Dios dejar
inciertos la muerte, el lugar de su sepultura y su Asunción a los cielos en
aquellos tiempos primitivos de creencias incipientes, para no dar motivo a que
hicieran de la Madre de Dios una diosa, como había tantas en las mitologías
paganas.
Llegada de los apóstoles para la Muerte de María Santísima
Cuando la Virgen María sintió
acercarse su fin sobre la tierra llamó en oración, según se lo había encargado
Jesús, a los apóstoles junto a su lecho. Tenía ahora 63 años de edad.
Cuando nació Jesús tenía sólo
15 años.
Antes de su Ascensión. Jesús
había enseñado a María, en la casa de Lázaro en Betania, como debía llamar a
los apóstoles junto a sí y darles su última bendición que debía serles de gran
provecho. Le encargó también diversos trabajos espirituales, cumplidos los
cuales debían verse satisfechos sus vehementes deseos de reunirse con Jesús en
el cielo.
En esa ocasión Jesús había mandado a Magdalena
que debía vivir en la soledad allá a donde la llevarían y a Marta que debía
vivir en una comunidad de mujeres, y que Él, Jesús, estaría siempre con ellas.
Mediante la oración de María,
los ángeles recibieron el encargo de avisar a los apóstoles dispersos que se
juntaran en Éfeso junto a la Virgen María.
He visto que los apóstoles
tenían erigidas en todas partes pequeñas iglesias provisorias de maderas
entrelazadas o chozas de barro blanqueadas, hechas en la forma como veo la casa
de María y su oratorio, es decir, por detrás terminadas en triángulo. Tenían
altares para los divinos oficios.
Los largos viajes que
hicieron no fueron sin especial ayuda de Dios. Aunque ellos no lo sabían explicar,
yo veía que muchas veces hacían viajes imposibles sin ayuda sobrenatural. Los
he visto muchas veces caminar entre multitud de paganos sin ser vistos por
ellos.
Los prodigios que he visto
obrar en sus misiones se me presentan algunos algo diferentes de lo que se sabe
por los libros que los narran.
Obraban en todas partes según las necesidades
de los diversos pueblos. Los he visto llevar huesos de los profetas o de
algunos primeros mártires y tenerlos delante de sí en la oración y en la celebración
de los oficios divinos.
Pedro estaba con otro apóstol
en Antioquía, cuando fue avisado de ir a Éfeso.
Andrés, que había estado
hacia poco en Jerusalén. donde fue perseguido, no estaba lejos de Pedro.
He visto a Pedro y a Andrés
en varios lugares de camino, no lejos uno del otro. Descansaban de noche en
lugares abiertos de los países cálidos.
Pedro estaba recostado junto a una pared
cuando vi venir al ángel, que le tomó de la mano y le dijo que se levantase y partiese
adonde estaba la Virgen esperándole y que en el camino encontraría a Andrés su
hermano.
Pedro, que ya era de edad y postrado
por los trabajos, se enderezó sobre sus rodillas, apoyándose en las manos y escuchó
al ángel que le hablaba. Luego se puso de pie, echóse el manto encima, tomo su
bastón y se encamino hacia afuera, pronto se encontró con su hermano Andrés que
había tenido la misma visión. De camino encontraron a Tadeo, quien dijo haber
recibido también aviso del ángel.
Así llegaron a Éfeso, donde
hallaron a Juan, Judas Tadeo y
Simón se encontraban en Persa
cuando recibieron el aviso del ángel.
El apóstol Tomás era de
pequeña estatura y de barba rojiza; estaba más lejos que todos, y llegó después
de la muerte de María.
Cuando el ángel le avisó,
estaba el apóstol orando en una choza de barro y caña. Con un compañero muy
sencillo lo he visto navegando los mares en una pequeña embarcación. Luego
atravesó la comarca, sin entrar en ciudad alguna. Venía un discípulo con él.
Tomás estaba en la India
cuando recibió el aviso. Se había propuesto, antes de recibir el aviso,
penetrar en la Tartaria, y no podía resolverse a dejar su proyecto. Tenía el
carácter de querer hacer siempre demasiado y así llegaba a veces tarde. Se
internó más al Norte, a través de China, en las comarcas de Rusia. Aquí le alcanzo
el segundo aviso y entonces se dirigió a Éfeso. El criado que tenía consigo era
un tártaro, a quien había bautizado. Tomás no volvió a la Tarraria después de
la muerte de María. Fue traspasado por una lanza en la India, adonde había
vuelto. He visto que en estas comarcas levantó una piedra de recuerdo. Sobre
ella había orado de rodillas, dejando la impresión encima. Dijo que cuando el
mar llegase hasta esa piedra vendría otro misionero a predicar aquí la fe (San
Francisco Javier).
Juan había estado hacia poco
en Jericó, pues iba con cierta frecuencia a Tierra Santa, aunque vivía de
ordinario en Éfeso y en los alrededores.
A Bartolomé lo he visto en
Oriente. en el Asia. Era un hombre de bello aspecto y muy arriesgado. Su rostro
era blanco: tenía la frente ancha, ojos grandes, cabellos negros y encrespados
y barba Partida en dos. Había convertido a un rey y a su familia cuando recibió
el aviso. Cuando volvió a ese país, fue martirizado por un hermano del rey
convertido.
El apóstol Pablo no fue
llamado, pues lo fueron solo aquéllos que habían conocido o eran parientes de
la Sagrada Familia.
Pedro, Andrés y Juan fueron
los primeros en llegar a la casa de la Virgen María, la cual, próxima ya a la
muerte, estaba tendida en el lecho de su celda.
He visto que la criada de María
se afligía: en un rincón y aun delante de la casa se echaba de cara al suelo,
orando con grande aflicción y tristeza con los brazos levantados.
He visto acudir a dos parientes
próximos de María y a cinco discípulos. Todos parecían muy cansados. Tenían
bastones de viaje. Estos discípulos llevaban debajo del manto con capucha, la
vestidura blanca de sacerdotes, cerrada por delante con cuerdas de cuero,
formando rodetes como botones. Las capas y estas vestiduras sacerdotales eran
recogidas hacia arriba cuando estaban de viaje. Algunos traían bolsos colgados
de la cintura, Al encontrarse se abrazaron con mucho afecto. Algunos lloraban
de alegría y de emoción al verse reunidos otra vez. Al entrar dejaban sus
capas, bastones, bolsos y cinturones; sus largas vestiduras blancas les caían
en pliegues hasta los pies. Ahora se ponen un cinturón ancho que tiene letras hebreas
bordadas.
Luego se acercaron con
reverencia al lecho de María para saludarla.
La Virgen pudo decir pocas palabras. No he
visto a estos viajeros tomar otro alimento que un liquido que bebían en
recipientes que llevaban consigo. No dormían en la casa, sino afuera, en
tiendas que se improvisaban junto a las paredes exteriores de la misma casa,
con telas, mimbres y maderas entrelazadas y cubiertas con esteras.
He visto que los primeros en llegar
arreglaron, en la parte anterior de la casa, un lugar para celebrar la Misa y
orar.
Se preparó un altar con tela
roja y encima otra blanca donde colocaron un Crucifijo que parecía de
madreperla, la cruz era como la de Malta. Esta cruz era como un relicario, pues
se podía abrir y tenía cinco compartimentos en forma de la misma cruz. En uno
el del medio, estaba el Santísimo Sacramento; en los otros estaban dispuestos
el crisma, el aceite, el algodón y la sal. Era de apenas un palmo de largo y lo
llevaban los apóstoles en sus viajes colgado del cuello.
Con
este recipiente trajo Pedro la Comunión a María.
Los demás apóstoles y discípulos se
dispusieron en dos hileras desde el altar hasta el lecho de la Virgen y se
inclinaron profundamente al paso del Sacramento.
El altar, donde se veía
también un atril con rollos de las Escrituras, no estaba en el medio de la
sala, donde se hallaba el hogar, sino al lado derecho de la pieza, y era
removido al dejar de usarse.
Cuando los apóstoles se
reunieron para despedirse, se había removido el tabique de separación.
Los apóstoles llevaban sus
largas vestiduras blancas con el ancho cinturón con letras.
Los discípulos y las santas
mujeres estaban alineados a los lados.
He visto que la Virgen María estaba en su
lecho sentada y que cada apóstol venia y se hincaba, y que María oraba, y con
las manos cruzadas sobre la cabeza, los bendecía.
Lo mismo hizo con los discípulos y las santas
mujeres. Una, que se inclinó mucho sobre ella, fue abrazada.
Cuando se acercó Pedro, he
visto que tenía un rollo de Escritura en las manos. Habló la Virgen María a todos,
en general; y esto lo hizo según lo que le había mandado Jesús en Betania.
He visto también que dijo a
Juan cómo debían hacer con su cuerpo y que debía repartir los vestidos que
quedaban a la criada y a las otras mujeres que a veces venían a ayudarla.
Señalo hacia el armario; he
visto que la criada fue allá, abrió y volvió a cerrar.
Tránsito y sepultura de María
Se colocó el altar de rojo y
blanco, delante de la Cruz del oratorio.
Pedro dijo la Misa tal como
yo lo había visto hacer en el altar de Betesda. Sobre el altar ardían velas y
no la lámpara. María se mantuvo sentada en su lecho durante el acto, en silencioso
recogimiento.
Pedro llevaba sobre su vestidura sacerdotal
blanca, un palio rojo y blanco y la gran capa. Los cuatro apóstoles que le
asistían estaban revestidos de sus capas de fiesta., después de comulgar, Pedro
dio la Comunión a los demás.
Durante este acto llegó
Felipe, que venía de Egipto. Recibió lloroso la bendición de María y luego, también,
la santa Comunión.
Pedro llevo la Comunión a la
Virgen María en la cruz que colgaba del cuello del apóstol.
Juan le llevó sobre un
platillo el sagrado cáliz.
Este cáliz era pequeño, de color blanco, como
fundido, y se parecía al de la última Cena., su pie era tan corto que sólo
Con dos dedos se podía
sostener., Tadeo traía un pequeño incensario.
Primero dio Pedro a la Virgen la Extremaunción:
lo hizo como se hace hoy.
Luego le dio la santa Comunión, que María
recibió derecha, sobre su lecho, sin apoyarse.
Después se recostó y tras la
breve oración de los apóstoles recibió el cáliz de manos de Juan, erguida un tanto
sobre su lecho, aunque no tanto como cuando recibió la Comunión bajo la especie
de pan. Después de la Comunión ya no habló María. Tenía vuelto hacia arriba su
rostro, hermoso y fresco, como en su juventud.
Yo no veía el techo de su
habitación: la lámpara colgaba en el aire.
Una senda de luz se dibujo
desde María hacia la Jerusalén celestial y hasta el trono de la Santísima
Trinidad.
A ambos lados de esta senda luminosa
había caras de innumerables ángeles.
María levantó sus brazos
hacia la celeste Jerusalén y el cuerpo se levantó tan alto sobre el lecho, que
yo veía perfectamente todo lo que había debajo. Parecía que salía de ese cuerpo
una figura resplandeciente que extendía sus brazos hacia lo alto.
Los dos coros de ángeles
cerraron por debajo ese nimbo de luz y subieron en pos del alma de María,
separada de su cuerpo, que se inclinó suavemente, con los brazos cruzados sobre
el pecho, en la cama desde la cual se efectuó su caprichoso tránsito.
Muchas almas de santos, entre
las cuales reconocí a varias, vinieron a su encuentro. Allí estaban
José, Ana, Joaquín, Juan el Bautista, Zacarías e Isabel.
María se elevó entre estas
almas hasta el encuentro de su divino Hijo, cuyas llagas brillaban más que la
luz, envolviéndolo todo.
Jesús recibió a su Madre y le
entregó el cetro, señalando el universo a su alrededor. En el mismo momento he
visto algo que mucho me consoló: salían muchas almas del Purgatorio en
dirección al Cielo. Tengo la seguridad de que cada año, en el día de
su Asunción, muchas almas devotas de María reciben la liberación de sus penas y
suben al Cielo.
En cuanto a la hora del tránsito de María, se me
indicó que era la hora nona, en la cual murió también su divino Hijo.
Pedro
y Juan deben haber visto esta glorificación de María, pues noté que tenían los
ojos elevados a los cielos, mientras las demás personas estaban postradas
inclinadas hacia la tierra.
El cuerpo de María estaba resplandeciente,
como en tranquilo reposo, con los brazos cruzados sobre el pecho, y tendido en
su camilla, mientras los presentes, de rodillas, oraban con fervor y lágrimas
en los ojos.
Más tarde las santas mujeres
cubrieron el cuerpo con una sábana.
Reunieron todos los objetos
de uso en una parte y lo taparon todo, hasta el hogar.
Luego se cubrieron con sus velos
y oraron largo tiempo, ya de rodillas, ya sentadas, en la primera sala.
Los apóstoles se cubrieron la
cabeza con la capucha que traían y se ordenaron para rezar en coro.
Dos de ellos se hincaron a la cabecera y a los
pies del lecho.
He visto que durante el día se turnaron cuatro
veces y que los apóstoles recorrieron el
Vía Crucis de María.
Mientras tanto Andrés y Matías
estaban ocupados en preparar la sepultura, la cueva que María y Juan habían
dispuesto como sepulcro de Jesús al final de las estaciones del Vía Crucis.
Esta gruta no era tan grande como la de Jesús.
Tenía apenas la altura de un hombre y delante un jardincito cercado con
estacas.
Un sendero llevaba hacia la
gruta donde había una piedra ahuecada para recibir el cuerpo, con una pequeña elevación
donde descansaría la cabeza.
La estación del monte Calvario estaba en la
colina de enfrente; no había allí una cruz visible, sino sólo grabada en la
piedra.
Andrés, especialmente,
trabajó mucho en esta obra, y colocó una puerta delante del sepulcro.
El sagrado cuerpo fue
preparado por las santas mujeres para la sepultura.
Entre estas mujeres recuerdo
a una hija de Verónica y a la madre de Juan Marcos.
Trajeron hierbas olorosas y
esencias, y procedieron al embalsamamiento de acuerdo con la costumbre de los
judíos.
Cerraron las puertas y se
servían de luces en su trabajo., cerraron también el tabique de división de la
cámara de María y despejaron esa división para tener más espacio.
Los tabiques y esteras que dividían el lecho
de María fueron quitados por la criada, como también el armario de los
vestidos.
Sólo quedo el altar delante
del Crucifijo de la Virgen, en el oratorio, y así todo ese espacio quedó
convertido en una iglesia, donde los apóstoles podían rezar y celebrar los
divinos oficios.
Mientras las santas mujeres
preparaban el sagrado cuerpo para la sepultura, los apóstoles oraban en coro,
parte en la primera sala y parte afuera, Las mujeres procedían en su trabajo
con la reverencia con que debían tratar tan sagrado cuerpo.
Lo hicieron con el mismo
cuidado con que habían tratado el sagrado cuerpo de Jesús.
El sagrado cuerpo de María fue colocado con su
vestidura en un canasto, hecho según la forma del cuerpo, de tal modo que este
sobresalía del cajón, , El cuerpo era blanco, luminoso, tan liviano y espiritualizado
que se levantaba con toda facilidad.
El rostro era fresco, rosado
y juvenil.
Las
mujeres cortaban los cabellos para conservar reliquias de la Virgen.
Pusieron plantas olorosas en torno del cuello
y la cabeza, bajo los brazos y en las axilas. Antes de que pusieran sobre el
cuerpo revestido de blanco, otras telas blancas para envolverlo todo, San Pedro
celebró, delante del sagrado cuerpo, la santa Misa, y dio a los apóstoles la
Comunión.
Después se acercaron Pedro y
Juan con sus capas magnas de fiesta.
Juan sostenía un recipiente
con oraciones, bálsamo, y Pedro ungió todavía, en forma de cruz y aceite y la
frente, las manos y los pies del sagrado cuerpo, y luego las santas mujeres lo
envolvieron todo con sábanas blancas.
Sobre la cabeza pusieron una corona de flores blancas, rojas y azul celestes, como símbolo de su virginidad.
Sobre la cabeza pusieron una corona de flores blancas, rojas y azul celestes, como símbolo de su virginidad.
Sobre el rostro pusieron un
género transparente, de modo que se pudiera ver la cara.
Los brazos estaban cruzados sobre el pecho, y
los pies, rodeados de hierbas olorosas, cubiertos con un genero transparente, así
preparado el sagrado cuerpo, fue puesto finalmente en un cajón de madera
blanca, con una tapa que por arriba, por el medio y por debajo se podía sujetar
al cajón. Este cajón se colocó sobre unas andas.
Todo se hizo con cierta
solemnidad y emoción tranquila; el duelo también fue con mayor exterioridad y
muestras de dolor que en la sepultura de Jesús, donde hubo mezcla de miedo y de
apresuramiento por causa de los enemigos.
Para llevar el sagrado cuerpo
hasta la gruta, como a media hora de camino, procedieron de este modo: Pedro y
Juan levantaron el cuerpo de sobre las andas y lo llevaron hasta la puerta de
la casa allí, puesto de nuevo sobre las andas, lo cargaron en sus hombros, seis
de ellos se alternaban en llevar el sagrado depósito.
El sagrado cuerpo colgaba de
entre las barras de las andas, corriéndolas entre correas y esteras, como una
cuna. Delante de esta procesión iban parte de los apóstoles rezando y las
santas mujeres detrás, cerrando el cortejo.
Llevaban antorchas metidas en unas calabazas y
levantadas sobre palos largos., llegados a la gruta depositaron las andas, los
apóstoles introdujeron el cuerpo y lo depositaron en el hueco cavado de
antemano.
Todos desfilaron una vez más
delante de los sagrados despojos para rezar y honrarlos. Luego cubrieron toda
la sepultura con una estera, delante de la gruta cavaron un hoyo y trajeron una
planta bastante grande con sus raíces y sus bayas, la plantaron profundamente y
la regaron abundantemente para que nadie entrara por delante en la gruta. Sólo
podía llegarse a ella por los lados, por entre los matorrales.
La gloriosa Asunción
De
María Santísima
En la noche de la sepultura
sucedió la Asunción de la Virgen al cielo con su cuerpo. He visto a varios
apóstoles y mujeres esa noche rezando ante la gruta o mejor dicho, en el
jardincito delantero.
He visto bajar del cielo una
senda luminosa y tres coros de ángeles rodeando el alma de María, que venía
resplandeciente a posarse sobre la sepultura.
Delante del alma venia Jesús
con sus llagas luminosas.
En la parte interior de la
gloria donde estaba el alma de María, se veían tres coros de ángeles, la más
interior parecía de caras angelicales de niños pequeños; la segunda hilera eran
caras de criaturas de seis a ocho años, y la mas exterior eran de jóvenes. Sólo
se distinguían bien los rostros: el resto del cuerpo era como una estela
luminosa algo indeterminada.
En torno de la forma de la
cabeza de María había una corona de ángeles, no podría decir qué es lo que
veían los presentes; yo sólo veía que miraban arriba, llenos de admiración y
emoción.
A veces, llenos de maravilla,
se echaban con los rostros al suelo.
Cuando esta aparición se hizo más clara y se poso
sobre el sepulcro, se abrió una senda desde allí hasta la celeste Jerusalén.
El alma de María, pasando
delante de Jesús, penetró a través de la piedra en el sepulcro; luego se alzó
de allí con su cuerpo, resplandeciente de luz, y se dirigió triunfante, con el angélico
acompañamiento, a la celeste Jerusalén.
Cuando días después estaban
los apóstoles rezando en coro, llegó el apóstol Tomás con dos acompañantes, Era uno el discípulo Jonathán, Eleazar y un
criado del país de los Reyes Magos.
Tomás quedo muy afectado al
oír que María había sido ya depositada en su sepulcro.
Lloró amargamente y no podía consolarse de
haber llegado tan tarde, con su discípulo Jonathán se echó de rodillas,
llorando muy afligido, ante el lugar donde había sido el tránsito de María, también
oró delante del altar allí erigido.
Los apóstoles, que no habían
interrumpido su canto coral de los salmos, acudieron entonces; lo alzaron con
cariño, lo abrazaron y le ofrecieron pan, miel y alguna bebida.
Después lo acompañaron,
llevando luces, al sepulcro.
Dos discípulos apartaron las
ramas del arbusto, Tomás y Eleazar oraron delante del sepulcro, Juan abrió las
tres pretinas que cerraban el cajón, dejaron la tapa de un lado y vieron, con
gran maravilla, el sepulcro vacío.
Sólo estaban allí las sábanas
y las telas con las que habían envuelto los sagrados restos.
Todo estaba en perfecto
orden. La sábana estaba corrida por la parte del rostro y abierta por la parte
del pecho, las ataduras de brazos y manos aparecían abiertas, puestas en buen
orden.
Los apóstoles alzaron las manos
llenas de gran admiración, y Juan grito: "No
está más aquí".
Los demás se acercaban,
miraban, lloraban de alegría y admiración; oraban con los brazos levantados y
los ojos en lo alto, y se echaban al suelo pensando en la luz que habían visto
la pasada noche. Luego tomaron todos los lienzos y el cajón consigo, como
reliquias, y llevaron todo hasta la casa, orando y cantando salmos en acción de
gracias.
Cuando llegaron a la casa,
puso Juan las telas dobladas delante del altar, Tomás y los demás rezaban,
Pedro se apartó un tanto, preparándose para los misterios, luego lo vi celebrar
la Misa delante del Crucifijo de María, y a los demás apóstoles detrás de él,
en orden, orando y cantando. Las mujeres estaban junto a la puerta y cerca del
hogar.
El criado de Tomas tiene
aspecto de extranjero: ojos pequeños, los huesos de las mejillas alzados, frente
y nariz hundidas y color moreno., ya estaba bautizado y era sencillo en su modo
de ser, muy rendido y humilde, hacia todo lo que se le ordenaba: quedaba de pie
o se sentaba conforme le decían; volvía los ojos adonde se le indicaba; iba y venía
según le mandaban, y a todos sonreía.
Cuando vio que Tomas lloraba, lloró también
él. Fue inseparable compañero y ayuda de Tomás, y lo he visto alzar piedras muy
grandes cuando Tomás edificaba alguna capilla.
A los apóstoles los veo con
frecuencia reunidos contando en qué países estuvieron de misión y lo que les
pasó en ellos.
Antes de separarse los
apóstoles para volver a sus respectivos países, fueron a la sepultura, cavando
y echando tierra e impedimentos hicieron imposible el acceso a la gruta. De una
parte de esta dejaron un acceso hasta la pared con un pequeño boquete para
mirar adentro.
Este sendero era conocido
sólo de las santas mujeres que habitaban allí.
Sobre la gruta erigieron una
capilla con maderas y esteras, cubierta con colgaduras, el pequeño altar interior
era de piedra con una grada también de piedra, detrás del altar colgaron una
tela donde estaba bordada la imagen de María en su vestido de fiesta.
El jardincito fue
transformado, como asimismo las estaciones del Vía Crucis y recorrido entre
rezos y cánticos.
El espacio donde había tenido
la Virgen su Crucifijo, su altar y su dormitorio fue transformado en iglesia.
La criada de María ocupó la pieza delantera y
Pedro dejo allí a dos discípulos para cuidar a los cristianos que vivían en los
contornos.
Los apóstoles se despidieron,
después de abrazarse una vez más y de haber celebrado la Misa en la pieza de
María.
Algunos volvieron más tarde,
según la ocasión, a este lugar para rezar, he visto que en algunos lugares los
fieles erigían capillas imitando la forma de la casa de María y que el Vía Crucis
y el oratorio de su sepultura eran muy visitados en años posteriores por los primitivos
cristianos.
Tuve una visión referente a
la devoción a María en los tiempos primitivos.
Una mujer de las cercanías de Éfeso tenía gran
devoción a la Virgen, y habiendo visitado su casa y visto el altar, mando hacer
uno semejante en su casa, el cual lo cubría con un tapiz de muy subido precio.
Años después la mujer empobreció y tuvo que
vender parte de sus posesiones, llegó su necesidad al punto de verse obligada a
vender el hermoso lienzo del altar de María, y lo hizo a una mujer cristiana
casada cuando llegó la fiesta de la Asunción se conturbo mucho por no tener
aquel hermoso lienzo con que adornar el altar de la Virgen con esta aflicción
se determino ver a la mujer que le había comprado el lienzo, pidiéndole se lo
prestara, sólo por el día, para adornar el altar de María.
Esta mujer, que había tenido dos criaturas
gemelas, no quiso acceder a su petición, y el marido llego a decir:
"María está muerta y no necesita esta
prenda; en cambio mi mujer, que la ha comprado, la necesita".
La piadosa mujer se alejó muy
contristada y expuso su pena a la Virgen. Esa misma noche vi lo que paso en
casa de aquella familia se les apareció la Virgen, con rostro airado, y les
dijo que en castigo de su dureza para con la pobre mujer, morirían sus dos
hijos gemelos y ellos se verían reducidos a mayor miseria que la de la pobre
mujer, los dos despertaron con cierto temor, aunque lo tuvieron por un simple
sueño al principio pero grande fue su espanto cuando encontraron a sus dos
hijos muertos, recién entonces reconocieron su grave culpa, y el hombre fue con
mucha humildad a presentar a la mujer pobre la tela pedida para la fiesta de
María y así obtuvieron que no se
realizara la otra parte del castigo con que se les había amenazado.
En la casa sólo queda Juan
Evangelista; los otros han partido, vi a Juan, en cumplimiento de la orden de
la Virgen Santísima, repartiendo la ropa, que había dejado la Virgen a la
criada y a otra mujer que venía con frecuencia a ayudar en los quehaceres de la
casa.
En el armario se encontraron
algunos objetos procedentes de los tres Reyes Magos, vi dos largas vestiduras
blancas, varios velos, colchas y algunas alfombras, Vi también aquel vestido
listado que María había llevado en las bodas de Cana y que se ponía cuando
hacia el Vía Crucis. De este vestido poseo un trocito. Algo de ello fue a la Iglesia.
Así se pudo hacer un adorno sacerdotal para la iglesia de Betesda con el hermoso
velo nupcial de color celeste, bordado de oro y sembrado de rosas.
En Roma quedan todavía reliquias de esta
prenda yo las veo allí, pero ignoro si alguien conoce estas reliquias.
María llevó estas prendas en
la época de sus esponsales y nunca más después, todas estas cosas se hacían silenciosamente;
todo procedía bien y en secreto, pues no había aun esa agitación, esa inquietud
tan propia de nuestros tiempos.
La persecución no había llegado a desarrollar
la red de espionaje y todo se hallaba aun en paz en torno de la comunidad
cristiana.
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