México, D.F. 04 de Agosto del 2015
A todos los Devotos de la Sangre
Preciosísima de Nuestro Señor Jesucristo.
Es un gusto compartir con ustedes
esta carta apostólica de San Juan XXIII,
con referencia a la Devoción a la Preciosísima Sangre de nuestro Señor
Jesucristo; que ha tenido para bien nuestro
Asesor Nacional el Presbítero
Rogelio Alcántara,
Director de la Doctrina de la Fe el cual
nos autoriza para darla
a conocer a todos nuestros grupos y cenáculos de oración.
La sugerencia es que todo miembro de la
Devoción a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, conozca esta
carta apostólica y sepa de los orígenes de la misma.
Estaremos subiendo información
relacionada con la Devoción conforme se nos vaya autorizando por nuestro Asesor
Nacional, Presbítero Rogelio Alcántara.
Suplicamos al Señor proteja con su Divina Sangre Preciosa a todos
los miembros de la Devoción y a sus familias.
Atentamente,
Luz Cecilia Alvarez
González
Coordinadora Nacional República Mexicana
Sangre Preciosa de
Jesucristo
c.c.p. Doctor Rogelio Alcántara
Director de la Doctrina de la Fe
c.c.p. Secretaría de Comunicación
Olimpia Arámbula Castillo
Juan XXIII Cartas Apostólicas 1960
CARTA APOSTÓLICA
INDE A PRIMIS*
DE SU SANTIDAD
JUAN XXIII
A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS, PRIMADOS,
ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS DE LUGAR
EN PAZ Y COMUNIÓN
CON LA SEDE APOSTÓLICA SOBRE
EL FOMENTO DEL CULTO
A LA PRECIOSÍSIMA SANGRE
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
INDE A PRIMIS*
DE SU SANTIDAD
JUAN XXIII
A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS, PRIMADOS,
ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS DE LUGAR
EN PAZ Y COMUNIÓN
CON LA SEDE APOSTÓLICA SOBRE
EL FOMENTO DEL CULTO
A LA PRECIOSÍSIMA SANGRE
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Venerables Hermanos,
salud y Bendición Apostólica.
salud y Bendición Apostólica.
Muchas veces desde los primeros meses de nuestro
ministerio pontificio —y nuestra palabra, anhelante y sencilla, se ha
anticipado con frecuencia a nuestros sentimientos— ha ocurrido que invitásemos
a los fieles en materia de devoción viva y diaria a volverse con ardiente
fervor hacia la manifestación divina de la misericordia del Señor en cada una
de las almas, en su Iglesia Santa y en todo el mundo, cuyo Redentor y Salvador
es Jesús, a saber, la devoción a la Preciosísima Sangre.
Esta devoción se nos infundió en el mismo ambiente
familiar en que floreció nuestra infancia y todavía recordamos con viva emoción
que nuestros antepasados solían recitar las Letanías de la Preciosísima Sangre
en el mes de julio.
Fieles a la exhortación saludable del Apóstol:
"Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el
cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos, para apacentar la Iglesia de
Dios, que El adquirió con su sangre"
Creemos, venerables Hermanos, que entre las solicitudes
de nuestro ministerio pastoral universal, después de velar por la sana
doctrina, debe tener un puesto preeminente la concerniente al adecuado
desenvolvimiento e incremento de la piedad religiosa en las manifestaciones del
culto público y privado.
Por tanto, nos parece muy oportuno llamar la atención de
nuestros queridos hijos sobre la conexión indisoluble que debe unir a las devociones, tan
difundidas entre el pueblo cristiano, a saber, la del Santísimo Nombre de Jesús
y su Sacratísimo Corazón, con la que tiende a honrar la Preciosísima Sangre del
Verbo encarnado "derramada por muchos en remisión de los pecados".
Sí, pues, es de suma importancia que entre el Credo
católico y la acción litúrgica reine una saludable armonía, puesto que lex credendi legem statuat supplicandi
(la ley de la fe es la pauta de la ley de la oración) y no se permitan en absoluto formas de culto
que no broten de las fuentes purísimas de la verdadera fe, es justo que también
florezca una armonía semejante entre las diferentes devociones, de tal modo que
no haya oposición o separación entre las que se estiman como fundamentales y
más santificantes, y al mismo tiempo prevalezcan sobre las devociones
personales y secundarias, en el aprecio y práctica, las que realizan mejor la
economía de la salvación universal efectuada por "el único Mediador entre
Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para
redención de todos".
Moviéndose en esta atmósfera de fe recta y sana piedad
los creyentes están seguros de sentirse cum
Ecclesia (sentir con la Iglesia), es decir, de vivir en unión de oración
y de caridad con Jesucristo, Fundador y Sumo Sacerdote de aquella sublime
religión que junto con el nombre toma de El toda su dignidad y valor.
Si echamos ahora ,una rápida ojeada sobre los admirables
progresos que ha logrado la Iglesia Católica en el campo de la piedad
litúrgica, en consonancia saludable con el desarrollo de la fe en la
penetración de las verdades divinas, es consolador, sin duda, comprobar que en
los siglos más cercanos a nosotros no han faltado por parte de esta Sede
Apostólica claras y repetidas pruebas de asentimiento y estímulo respeto a las
tres mencionadas devociones; que fueron practicadas desde la Edad Media por
muchas almas piadosas y propagadas después por varias diócesis, órdenes y
congregaciones religiosas, pero que esperaban de la Cátedra de Pedro la
confirmación de la ortodoxia y la aprobación para la Iglesia universal.
Baste recordar que nuestros Predecesores desde el siglo
XVI enriquecieron con gracias espirituales la devoción al Nombre de Jesús, cuyo infatigable apóstol en el siglo
pasado fue, en Italia, San Bernardino de Sena.
En honor de este
Santísimo Nombre se aprobaron de modo especial el Oficio y la Misa y a
continuación las Letanías.
No menores fueron los privilegios concedidos por los
Romanos Pontífices al culto del Sacratísimo Corazón, en cuya admirable propagación tuvieron tanta influencia las
revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque. Y tan alta y
unánime ha sido la estima de los Sumos Pontífices por esta devoción, que se
complacieron en explicar su naturaleza, defender su legitimidad, inculcar la
práctica con muchos actos oficiales a los que han dado remate tres importantes
Encíclicas sobre el misma tema.
Asimismo la devoción a la Preciosísima Sangre, cuyo propagador admirable fue en el
siglo pasado; el sacerdote romano San Gaspar del Búfalo, obtuvo merecido
asentimiento de esta Sede Apostólica.
Conviene recordar que por mandato de Benedicto XIV se
compusieron la Misa y el Oficio en honor de la Sangre adorable del Divino
Salvador; y que Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la
fiesta litúrgica a la Iglesia universal.
Por último Pío XI, de feliz memoria, como recuerdo del
XIX Centenario de la Redención, elevó dicha fiesta a rito doble de primera
clase, con el fin de que, al incrementar la solemnidad litúrgica, se
intensificase también la devoción y se derramasen más copiosamente sobre los
hombres los frutos de la Sangre redentora.
Por consiguiente, secundando el ejemplo de nuestros
Predecesores, con objeto de incrementar más el culto a la preciosa Sangre del
Cordero inmaculado, Cristo Jesús, hemos aprobado las Letanías, según texto redactado por
la Sagrada Congregación de Ritos, recomendando al mismo tiempo se reciten en
todo el mundo católico ya privada ya públicamente con la concesión de
indulgencias especiales.
¡Ojalá que este nuevo acto de la "solicitud por
todas las Iglesias", propia del Supremo Pontificado, en tiempos de más
graves y urgentes necesidades espirituales, cree en las almas de los fieles la
convicción del valor perenne, universal, eminentemente práctico de las tres
devociones recomendadas más arriba!
(Nombre de Jesús, Sacratísimo Corazón,
La devoción a la
Preciosísima Sangre,)
Así, pues, al acercarse la fiesta y el mes consagrado al
culto de la Sangre de Cristo, precio de nuestro rescate, prenda de salvación y
de vida eterna, que los fieles la hagan objeto de sus más devotas meditaciones
y más frecuentes comuniones sacramentales.
Que reflexionen, iluminados por las saludables
enseñanzas que dimanan de los Libros Sagrados y de la doctrina de los Santos
Padres y Doctores de la Iglesia en el valor sobreabundante, infinito, de esta
Sangre verdaderamente preciosísima, cuius
una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere (de la cual
una sola gota puede salvar al mundo de todo pecado), como canta la Iglesia con
el Doctor Angélico y como sabiamente lo confirmó nuestro Predecesor Clemente
VI.
Porque, si es infinito el valor de la Sangre del Hombre
Dios e infinita la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de
su nacimiento y después con mayor abundancia en la agonía del huerto, en la
flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la Crucifixión
y, finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de esa misma
divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo
conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa
gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables.
Y al culto de latría, que se debe al Cáliz de la Sangre del Nuevo Testamento, especialmente
en el momento de la elevación en el sacrificio de la Misa, es muy conveniente y
saludable suceda la Comunión con aquella misma Sangre indisolublemente unida al
Cuerpo de Nuestro Salvador en el Sacramento de la Eucaristía.
Entonces los fieles en unión con el celebrante podrán
con toda verdad repetir mentalmente las palabras que él pronuncia en el momento
de la Comunión: Calicem salutaris accipiam et nomem
Domini invocabo... Sanguis
Domini Nostri Iesu Christi custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen.
Tomaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del
Señor... Que la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida
eterna. Así sea.
De tal manera que los fieles que se acerquen a él
dignamente percibirán con más abundancia los frutos de redención, resurrección
y vida eterna, que la sangre derramada por Cristo "por inspiración del
Espíritu Santo" mereció para el
mundo entero.
Y alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
hechos partícipes de su divina virtud que ha suscitado legiones de mártires,
harán frente a las luchas cotidianas, a los sacrificios, hasta el martirio, si
es necesario, en defensa de la virtud y del reino de Dios, sintiendo en sí
mismos aquel ardor de caridad que hacía exclamar a San Juan Crisóstomo:
"Retirémonos
de esa Mesa como leones que despiden llamas, terribles para el demonio,
considerando quién es nuestra Cabeza y qué amor ha tenido con nosotros...
Esta Sangre,
dignamente recibida, ahuyenta los demonios,
nos atrae a los
ángeles y al mismo Señor de los ángeles...
Esta Sangre
derramada purifica el mundo...
Es el precio del
universo, con ella Cristo redime a la Iglesia...
Semejante
pensamiento tiene que frenar nuestras pasiones.
Pues ¿hasta cuándo
permaneceremos inertes?
¿Hasta cuándo
dejaríamos de pensar en nuestra salvación? Consideremos los beneficios que el
Señor se ha dignado concedernos, seamos agradecidos, glorifiquémosle no sólo
con la fe, sino también con las obras".
¡Ah! Si los cristianos reflexionasen con más frecuencia
en la advertencia paternal del primer Papa:
"Vivid con temor todo el tiempo de vuestra
peregrinación, considerando que habéis sido rescatados de vuestro vano vivir no
con plata y oro, corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como
cordero sin defecto ni mancha!".
Si prestasen más atento oído a la exhortación del
Apóstol de las gentes:
"Habéis sido
comprados a gran precio.
Glorificad, pues, a
Dios en vuestro cuerpo".
¡Cuánto más dignas, más edificantes serían sus
costumbres; cuánto más saludable sería para el mundo la presencia de la Iglesia
de Cristo!
Y si todos los hombres secundasen las invitaciones de la
gracia de Dios, que quiere que todos se salven, pues ha querido que todos sean
redimidos con la Sangre de su Unigénito y llama a todos a ser miembros de un
único Cuerpo místico, cuya Cabeza es Cristo, ¡cuánto más fraternales serían las
relaciones entre los individuos, los pueblos y las naciones; cuánto más pacífica,
más digna de Dios y de la naturaleza humana, creada a imagen y semejanza del
Altísimo, sería la convivencia social!
Debemos considerar esta sublime vocación a la que San
Pablo invitaba a los fieles procedentes del pueblo escogido, tentados de pensar
con nostalgia en un pasado que sólo fue una pálida figura y el preludio de la
Nueva Alianza:
"Vosotros os
habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén
celestial y a las miríadas de ángeles, a la asamblea, a la congregación de los
primogénitos, que están escritos en los cielos, y a Dios, Juez de todos, y a
los espíritus de los justos perfectos, y al Mediador de la nueva Alianza,
Jesús, y a la aspersión de la sangre, que habla mejor que la de Abel".
Confiando plenamente, venerables Hermanos, en que estas
paternales exhortaciones nuestras, que daréis a conocer de la manera que creáis
más oportuna al Clero y a los fieles confiados a vosotros, no sólo serán
puestas en práctica de buen grado, sino también con ferviente celo, como
auspicio de las gracias celestiales y prenda de nuestra especial benevolencia, con efusión de corazón impartimos la
Bendición Apostólica a cada uno de vosotros y toda vuestra grey, y de modo
especial a todos los que respondan generosa y plenamente a nuestra invitación.
Dado en Roma, junto a San
Pedro, el treinta de junio de 1960, vigilia de la fiesta de la Preciosísima
Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, segundo año de nuestro Pontificado.
IOANNES PP.XXIII.
Juan XXIII Cartas Apostólicas 1960
Notas
[7] Enc. Annum Sacrum, Acta
Leonis, 1899, vol. XIX, págs. .71 y ss.; Enc. Miserentissimus Redemptor, AAS. 1928,
vol. 20, págs. 165 y ss.; Enc. Haurietis aquas, AAS.
1956, vol. 48, págs. 309 y ss.
[8] Decret. Redempti sumus,
10 de agosto de 1849; cf. Arch. de la S. Congregación de Ritos Decret. ann. 1848-1849, fol. 209.
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