Libro
Tercero
Capítulo
31
Del
desprecio de toda criatura para hallar
al Creador
El Alma.- 1. Señor, necesaria me es aún mayor
gracia, si tengo de llegar adonde nada ni criatura alguna me pueda estorbar.
Porque
mientras alguna cosa me detiene, no puedo volar a ti libremente.
Deseaba
volar libremente el que decía: "¿Quién me dará alas como de paloma, y
volaré y descansaré?" (Sal 54,7).
¿Qué
cosa hay más quieta que la pura intención? ¿Y quién más libre que el que nada
desea en la tierra?
Por
eso conviene levantarse sobre todo lo creado y olvidarse totalmente de sí
mismo, y quedar fuera de sí para ver que tú, creador de todo, no tienes
semejanza con las criaturas.
Y
el que no se desocupare de lo creado, no podrá libremente entender en lo
divino.
Pues
por esto se hallan pocos contemplativos, porque son raros los que saben
desasirse del todo de las criaturas y de lo perecedero.
2.
Para eso es menester gran gracia, que levante el alma y la suba sobre sí misma.
Pero
si no fuere el hombre levantado en espíritu, y libre de todo lo creado, y todo
unido a Dios, de poca estima es cuanto sabe y cuanto tiene.
Mucho
tiempo será niño y terreno el que estima alguna cosa por grande, sino sólo el
único, inmenso y eterno Bien.
Y
lo que Dios no es, nada es, y por nada se debe contar.
Hay
gran diferencia entre la sabiduría del varón iluminado y devoto y la ciencia
del letrado y del estudioso clérigo.
Mucho
más noble es la doctrina que emana de la influencia divina que la que se
alcanza con trabajo por el ingenio humano.
3.
Se hallan muchos que desean la contemplación, pero no procuran ejercitar las
cosas que para ella se requieren.
Es
grande impedimento quedarse en las cosas exteriores y sensibles, y descuidar la
verdadera mortificación.
No
sé que es, ni qué espíritu nos lleva, ni qué esperamos los que parece somos
llamados espirituales, cuando tanto trabajo y mayor solicitud ponemos en las
cosas transitorias y viles, y con dificultad y muy tarde nos recogemos del todo
a considerar nuestro interior.
4.
¡Oh dolor! Que al momento que nos hemos recogido un poco, salimos fuera y no
escudriñamos nuestras obras con riguroso examen.
No
miramos dónde tenemos nuestras aflicciones, ni lloramos cuán manchadas están
todas nuestras cosas.
"Toda
carne había corrompido su camino" (Gén 6,12), y por eso se siguió el gran
diluvio.
Porque
estando corrompido nuestro afecto interior, es necesario que la obra que de él
dimana (señal de la privación de la virtud interior) también se corrompa.
Del
corazón puro procede el fruto de la buena vida.
5.
Se examina cuanto hace uno, pero no indagamos de cuánta virtud proceden sus
acciones.
Se
averigua si alguno es valiente, rico, hermoso, hábil o buen escritor, buen
cantor, buen trabajador; pero poco se habla de cuán pobre sea de espíritu, cuán
paciente y manso, cuán devoto y recogido.
La
naturaleza mira las cosas exteriores del hombre; mas la gracia se ocupa en las
interiores. Aquella muchas veces se engaña; esta espera en Dios para no
engañarse.
Capítulo
32
De
la abnegación de sí mismo y abdicación de todo apetito
Jesucristo.- 1. Hijo, no puedes poseer
libertad perfecta si no te niegas del todo a ti mismo.
En
prisiones están todos los ricos y amadores de sí mismos, los codiciosos,
curiosos y vagabundos, que buscan siempre las cosas de gusto, y no las de
Jesucristo, sino que antes componen e inventan muchas veces lo que no ha de
durar.
Porque
todo lo que no procede de Dios perecerá.
Imprime
en tu alma esta breve y perfectísima máxima: Déjalo todo, y lo hallarás todo;
deja tu apetito, y hallarás sosiego.
Reflexiona
bien esto; y cuando cumplieres, lo entenderás todo.
El
Alma.- Señor, no es esta obra de un día, ni juego de niños; antes, en tan breve
sentencia se encierra toda la perfección religiosa.
Jesucristo.-
2. Hijo, no debes volver atrás, ni decaer presto en oyendo el camino de los
perfectos; antes debes esforzarte para cosas más altas, o a lo menos, aspirar a
ellas con el deseo.
¡Ojalá
hubieses llegado a tanto que no fueses amador de ti mismo, mas estuvieses
dispuesto puramente a mi voluntad y a la del superior que te he dado! Entonces
me agradarías sobre manera, y toda tu vida correría gozosa y pacífica.
Aún
tienes mucho que dejar, que si no lo renuncias enteramente, no alcanzarás lo
que pides. "Para que seas rico, te aconsejo que compres de mí oro
acendrado" (Ap 3,18), esto es, la sabiduría celestial, que huella todo lo
terreno.
Pospón
la sabiduría terrena y toda humana y propia complacencia.
3.
Yo te dije que las cosas más viles al parecer humano se deben comprar con las
preciosas y altas.
Porque
muy vil y pequeña parece la verdadera sabiduría celestial, puesta casi en
olvido entre los hombres. Ella no sabe grandezas de sí, ni quiere ser
engrandecida en la tierra. Está en la boca de muchos, pero muy lejos de sus
obras, siendo ella "una perla preciosísima, escondida para los más"
(Mt 13,46).
Capítulo
33
De
la inconstancia del corazón,
y
que la intención final se ha de dirigir a Dios
Jesucristo.- 1. Hijo, no creas a tu deseo;
pues el que ahora es, presto se te mudará en otro.
Mientras
vivieres, estás sujeto a mudanzas, aunque no quieras, porque ya te hallarás
alegre, ya triste; ya sosegado, ya turbado; ya devoto, ya indevoto; ya
diligente, ya perezoso; ahora pesado, ahora liviano.
Mas
el sabio bien instruido en el espíritu, es superior a estas mudanzas; no
mirando lo que experimenta dentro de sí ni de qué parte sopla el viento de la instabilidad,
sino dirigiendo toda la intención de su espíritu al debido y deseado fin.
Porque
así podrá permanecer siempre el mismo e ileso en tan varios casos, dirigiendo a
mí sin cesar la mira de su sencilla intención.
2.
Y cuanto más pura fuere, tanto más constante estará entre las diversas
tempestades.
Pero
en muchas cosas se obscurecen los ojos de la pura intención, porque se mira
fácilmente a lo que se presenta como deleitable.
Porque
rara vez se halla quien esté enteramente libre del lunar de su propio interés.
De
este modo, los judíos en otro tiempo fueron a casa de Marta y María, en
Betania, "no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro" (Jn
12,9).
Débense,
pues, limpiar los ojos de la intención, para que sea sencilla y recta, y se
enderece a mí por encima de todos los medios.
Capítulo
34
Que
al que ama es Dios muy sabroso en todo y sobre todo
El Alma.- 1. ¡Oh mi Dios y mi todo! ¿Qué más
quiero yo y qué mayor dicha puedo apetecer? ¡Oh sabrosa y dulce palabra! Pero
para quien ama a Dios, y no al mundo ni a lo que en él está.
¡Mi Dios y mi todo! Al que entiende, basta lo
dicho; y repetirlo muchas veces es deleitable al que ama.
Porque
estando tú presente, todo es agradable; mas estando ausente, todo fastidioso.
Tú
haces el corazón tranquilo y das gran paz y alegría festiva.
Tú
haces sentir bien de todo y que te alaben en todas las cosas. No puede cosa
alguna deleitar mucho tiempo sin ti; pero si ha de agradar y gustarse de veras,
conviene que tu gracia esté presente y tu sabiduría la sazone.
2.
A quien tú eres sabroso, ¿qué no le sabrá bien?
Y
a quien de ti no gusta, ¿qué le podrá agradar?
Mas
los sabios del mundo, y los que lo son según la carne, no tienen idea de tu
sabiduría; pues en aquéllos se encuentra mucha vanidad, y en éstos la muerte.
Pero
los que te siguen, despreciando al mundo y mortificando su carne, estos son
verdaderos sabios, porque pasan de la vanidad a la verdad y de la carne al
espíritu.
A
estos es Dios sabroso, y cuanto bien hallan en las criaturas todo lo refieren a
gloria de su Creador.
Pero
diferente, y muy diferente, es el sabor del Creador y de la criatura, de la
eternidad y del tiempo, de la luz increada y de la luz creada.
3.
¡Oh luz perpetua, que trasciendes sobre toda luz creada! Envía desde lo alto un
rayo resplandeciente que penetre todo lo secreto de mi corazón.
Purifica,
alegra, clarifica y vivifica mi espíritu y sus potencias, para que se una
contigo con exceso de júbilo.
¡Oh,
cuándo vendrá esta dichosa y deseada hora, para que tú me hartes con tu
presencia y me seas todo en todas las cosas!
Entretanto
que esto no se me concediere, no tendré gozo cumplido.
Mas,
¡ay dolor!, que vive aún el hombre viejo en mí: no está del todo crucificado ni
perfectamente muerto.
Aún
codicia fuertemente contra el espíritu, mueve guerras interiores y no consiente
que esté en quietud el reino del alma.
4.
Mas tú, "que señoreas el poderío del mar y amansas el movimiento de sus
ondas, levántate y ayúdame" (Sal 88,10; 43,26).
"Destruye
las gentes que buscan guerras" (Sal 67,32); quebrántalas con tu virtud.
Ruégote
que "muestres tus maravillas" y que "sea glorificada tu
diestra" (Jdt 9,11; Si 36,7), porque no tengo otra esperanza ni otro
refugio sino en ti, Señor Dios mío.
Capítulo
35
Que
en esta vida no hay seguridad de carecer de tentaciones
Jesucristo.- 1. Hijo, nunca estás seguro en
esta vida, porque mientras vivieres tienes necesidad de armas espirituales.
Entre
enemigos andas; a diestra y a siniestra te combaten.
Si,
pues, no te vales del escudo de la paciencia, no estarás mucho tiempo sin
herida.
Además
de esto, si no pones tu corazón fijo en mí, con pura voluntad de sufrirlo todo
por mí, no podrás pasar esta recia batalla ni alcanzar la palma de los
bienaventurados.
Conviénete,
pues, romper varonilmente con todo y pelear con mucho esfuerzo contra lo que
viniere.
Porque
"al vencedor se da el maná" (Ap 2,17) y al perezoso le aguarda mucha
miseria.
2.
Si buscas descanso en esta vida, ¿cómo hallarás entonces la eterna
bienaventuranza?
No
hagas el ánimo a mucho descanso, sino a mucha paciencia.
Busca
la verdadera paz, no en la tierra, sino en el cielo; no en los hombres ni en
las demás criaturas, sino en Dios sólo.
Por
amor de Dios debes padecerlo todo de buena gana: trabajos, dolores,
tentaciones, vejaciones, congojas, necesidades, dolencias, injurias,
murmuraciones, reprensiones, humillaciones, confusiones, correcciones y
menosprecios.
Estas
cosas aprovechan para la virtud; estas prueban al nuevo soldado de Cristo;
estas fabrican la corona celestial.
Yo
daré eterno galardón por breve trabajo, y gloria infinita por la confusión
pasajera.
3.
¿Piensas tener siempre consolaciones espirituales al sabor de tu paladar?
Mis
santos no siempre las tuvieron, sino muchas pesadumbres, diversas tentaciones y
grandes desconsuelos.
Pero
las sufrieron todas con paciencia, y confiaron más en Dios que en sí, porque
sabían que "no son equivalentes todas las penas de esta vida para merecer
la gloria venidera" (Rom 8,18).
¿Quieres
hallar de pronto lo que muchos después de copiosas lágrimas y trabajos, con
dificultad alcanzaron?
"Espera
en el Señor, trabaja" y esfuérzate "varonilmente" (Sal 26,14);
no desconfíes, no huyas; mas ofrece el cuerpo y el alma por la gloria de Dios
con gran constancia.
Yo
te lo pagaré muy cumplidamente; yo "seré contigo en toda tribulación"
(Sal 90,15).
Capítulo
36
Contra
los vanos juicios de los hombres
Jesucristo.- 1. Hijo, pon tu corazón fijamente
en Dios, y no temas los juicios humanos cuando la conciencia no te acusa.
Bueno
es y dichoso padecer de esta suerte; y esto no es duro al corazón humilde, que
confía más en Dios que en sí mismo.
Los
más hablan demasiadamente, y por eso se les debe dar poco crédito.
Y
también satisfacer a todos no es posible.
Aunque
san Pablo trabajó en contentar a todos en el Señor, y fue todo para todos, sin
embargo, en nada tuvo el ser juzgado del mundo.
Mucho
hizo por la salud y edificación de los otros, trabajando cuanto pudo y estaba
de su parte; pero no se pudo librar de que le juzgasen y despreciasen alguna
veces.
Por
eso lo encomendó todo a Dios, que lo conoce todo, y con paciencia y humildad se
defendía de las malas lenguas y de los que piensan vanidades y mentiras, y las
dicen como se les antoja.
Y
también respondió algunas veces, porque no se escandalizasen algunas almas
débiles en verle callar.
2.
¿Quién eres tú para que temas al hombre mortal? Hoy es, y mañana no parece.
Teme
a Dios y no te espantarán los fieros de los hombres.
¿Qué
te puede hacer el hombre con palabras o injurias? Más bien se daña a sí mismo
que a ti; y cualquiera que sea, no podrá huir el juicio de Dios.
Ten
presente a Dios, y no contiendas con palabras de queja.
Y
si ahora quedas debajo, al parecer, y sufres la humillación que no mereciste,
no te indignes por eso, ni por la impaciencia disminuyas tu corona.
Sino
mírame a mí en el cielo, que puedo librar de toda confusión e injuria, y
"dar a cada uno según sus obras" (Rom 2,6).
Capítulo
37
De
la pura y total renuncia de sí mismo
para
alcanzar la libertad del corazón
Jesucristo.- 1. Hijo, déjate a ti y me
hallarás a mí.
Nada
escojas, nada te apropies, y ganarás siempre.
Porque
al punto que te renunciares sin volver a lo que dejaste, se te dará mayor
gracia.
El
Alma.- 2. Señor, ¿cuántas veces me renunciaré y en qué cosas me dejaré?
Jesucristo.-
Siempre y cada hora, así en lo poco como en lo mucho. Nada exceptúo, sino que
en todo te quiero hallar desnudo.
De
otro modo, ¿cómo podrás ser mío y yo tuyo, si no te despojas de toda voluntad
interior y exteriormente?
Cuanto
más presto hicieres esto, tanto mejor te irá; y cuanto más pura y
cumplidamente, tanto más me agradarás y mucho más ganarás.
3.
Algunos se renuncian, pero con alguna excepción; no confían en Dios del todo, y
por eso trabajan en mirar por sí.
También
algunos al principio lo ofrecen todo; pero después, combatidos de alguna
tentación, se vuelven a lo que dejaron, y por eso no aprovechan en la virtud.
Estos
nunca llegarán a la verdadera libertad del corazón puro, ni a la gracia de mi
suave familiaridad, si no se renuncian del todo, haciendo cada día sacrificio
de sí mismos, sin lo cual no se da ni se dará la unión con que se goza de mí.
4.
Muchas veces te dije, y ahora te lo vuelvo a decir: Déjate a ti, renúnciate, y
gozarás de gran paz interior.
Dalo
todo por el todo; nada busques, nada exijas; está puramente y sin dudar en mí,
y me poseerás.
Serás
libre de corazón y no te envolverán las tinieblas.
Encamina
todos tus esfuerzos, deseos y oraciones al fin de despojarte de todo apego,
para seguir así desnudo a Jesús desnudo, morir para ti y vivir para mí
eternamente.
Entonces
se desvanecerán todas las vanas imaginaciones, las perturbaciones malas y los
cuidados superfluos.
Entonces
también desaparecerá el temor excesivo y morirá el amor desordenado.
Capítulo
38
Del
buen régimen en las cosas exteriores
y
del recurso a Dios en los peligros
Jesucristo.- 1. Hijo, con diligencia debes
mirar que en cualquier lugar y en toda ocupación exterior estés libre dentro de
ti y señor de ti mismo, y que todas las cosas estén debajo de ti y no tú debajo
de ellas, para que seas señor y director de tus obras, no siervo ni esclavo
venal, sino más bien libre y verdadero israelita, que pasa a la suerte y
libertad de los hijos de Dios.
Los
cuales tienen bajo los pies las cosas presentes y contemplan las eternas.
Miran
lo transitorio con el ojo izquierdo, y con el derecho lo celestial.
Y
no les atraen las cosas temporales para estar asidos a ellas; antes ellos las
atraen más para servirse bien de ellas según están ordenadas por Dios e
instituidas por el Supremo Artífice, que no hizo cosa en lo creado sin orden.
2.
Si en cualquier acontecimiento estás firme y no juzgas de él según la
apariencia exterior, ni miras con la vista del sentido lo que oyes y ves, antes
luego por cualquier negocio entras en lo interior, como Moisés en el
tabernáculo a pedir consejo al Señor, oirás algunas veces la respuesta divina y
volverás instruido de muchas cosas presentes y venideras. Pues siempre recurrió
Moisés al tabernáculo para determinar las dudas y dificultades, y tomó el
auxilio de la oración para esquivar así los peligros y maldades de los hombres.
Así
debes entrar en el secreto de tu corazón, pidiendo con eficacia el socorro
divino.
Pues
por eso se lee que Josué y los hijos de Israel fueron engañados por los
gabaonitas, porque no consultaron primero con el Señor (Jos 9), sino que,
creyendo fácilmente en las blandas palabras, fueron con falsa piedad engañados.
Capítulo
39
Que
el hombre no sea importuno en los negocios
Jesucristo.- 1. Hijo, encomiéndame siempre tus
negocios; y yo los dispondré bien y oportunamente.
Espera
mi voluntad, y sentirás mi provecho.
El
Alma.- 2. Señor, de muy buena gana te encomiendo todas las cosas, porque poco
puede aprovechar mi cuidado.
¡Ojalá
que no me ocupasen mucho los acontecimientos que me pueden venir, sino que me
ofreciese sin tardanza a tu voluntad!
Jesucristo.-
3. Hijo, muchas veces el hombre negocia con ahínco lo que desea; mas cuando ya
lo alcanza, comienza a pensar de otro modo, porque las aficiones no duran mucho
cerca de una misma cosa, sino que nos llevan de una en otra.
Por
lo cual no es poco dejarse a sí mismo, aun en las cosas pequeñas.
4.
El verdadero aprovechar es negarse a sí mismo; y el hombre negado a sí es muy
libre y está seguro.
Pero
el enemigo antiguo y adversario de todos los buenos no cesa de tentar; mas de
día y de noche pone graves asechanzas para precipitar, si pudiere, al incauto
en el lazo del engaño.
"Velad
y orad -dice el Señor- para que no caigáis en la tentación" (Mt 26,41).
Capítulo
40
Que
no tiene el hombre de sí bien alguno
ni
cosa de qué alabarse
El Alma.- 1. Señor, "¿qué es el hombre
para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites?"
(Sal 8,5).
¿Qué
ha merecido el hombre para que le dieses tu gracia?
Señor,
¿de qué me puedo quejar si me desamparas? ¿O cómo justamente podré contender
contigo si no hicieres lo que pido?
Por
cierto, una cosa puedo yo pensar y decir con verdad: Nada soy, Señor, nada
puedo, nada bueno tengo de mí; mas en todo estoy falto y camino siempre a la
nada.
Y
si ni soy ayudado e instruido interiormente por ti, me vuelvo enteramente tibio
y disipado.
2.
"Mas tú, Señor, eres siempre el mismo" (Sal 101,27), y permaneces
eternamente, siempre bueno, justo y santo, haciendo todas las cosas bien, justa
y santamente, y ordenándolas con sabiduría. Pero yo, que soy más inclinado a
caer que aprovechar, no persevero siempre en un estado, y me mudo siete veces
cada día.
Mas
luego me va mejor cuando te dignas alargarme tu mano auxiliadora porque tú
solo, sin humano favor, me puedes socorrer y fortalecer, de manera que no se
mude más mi semblante, sino que a ti solo se convierta y en ti descanse mi
corazón.
3.
Por lo cual, si yo supiese bien desechar toda consolación humana, ya sea para
alcanzar devoción, ya por la necesidad que tengo de buscarte, pues no hay
hombre que me consuele, entonces con razón podría yo esperar en tu gracia y
alegrarme con el don de la nueva consolación.
4.
Gracias sean dadas a ti, de quien viene todo, siempre que me sucede algún bien.
Porque
delante de ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y flaco.
¿De
dónde, pues, me puedo gloriar o por qué deseo ser estimado?
¿Por
ventura de la nada? Pero esto es vanísimo.
Verdaderamente,
la vanagloria es una mala pestilencia y grandísima vanidad, porque nos aparta
de la verdadera gloria y nos despoja de la gracia celestial.
Porque
contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a ti; cuando desea las
alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas.
5.
La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en ti y no en sí;
gozarse en tu nombre y no en la propia virtud, ni deleitarse en criatura alguna
sino por ti.
Sea
alabado tu nombre, no el mío; engrandecidas sean tus obras, no las mías;
bendito sea tu santo nombre, y no me sea atribuida parte alguna de las
alabanzas de los hombres.
"Tú
eres mi gloria" (Sal 3,3); tú, la alegría de mi corazón.
En
ti me gloriaré y gozaré todos los días; "mas de mi parte no hay de qué,
sino de mis flaquezas" (2Cor 12,5).
Busquen
los judíos la gloria que se dan unos a otros; yo buscaré la gloria que viene
solamente de Dios (Jn 5,44; 8,50).
Porque
toda la gloria humana, toda la honra temporal, toda la alteza del mundo, comparada
con tu eterna gloria, es vanidad y necedad.
¡Oh
verdad mía y misericordia mía, Dios mío, Trinidad bienaventurada; a ti solo sea
alabanza, honra, virtud y gloria para siempre jamás!
Capítulo
41
Del
desprecio de toda honra temporal
Jesucristo.- 1. Hijo, no te pese si vieres
honrar y ensalzar a otros y tú ser despreciado y abatido.
Levanta
tu corazón a mí en el cielo, y no te entristecerá el desprecio humano en la
tierra.
El
Alma.- 2. Señor, en ceguedad estamos, y la vanidad presto nos engaña.
Si
bien me miro, nunca se me ha hecho injuria por criatura alguna, por lo cual no
tengo de qué quejarme justamente de ti.
Mas
porque yo muchas veces pequé gravemente contra ti, con razón se arman contra mí
todas las criaturas.
Justamente,
pues, se me debe confusión y desprecio; y a ti alabanza, honor y gloria.
Y
si no me dispusiere de modo que huelgue mucho ser de cualquiera criatura
despreciado y abandonado, y ser tenido por nada, no podré estar interiormente
pacificado y firme, ni recibir la luz espiritual, ni unirme a ti perfectamente.
Capítulo
42
Que
no debemos poner nuestra paz en los hombres
Jesucristo.- 1. Hijo, si buscas la paz en el
trato con alguno para tu entretenimiento y compañía, te hallarás inconstante y
sin sosiego.
Pero
si vas a buscar la Verdad que siempre vive y permanece, no te entristecerás por
el amigo que se fuere o se muriere.
En
mí ha de estar el amor del amigo, y por mí se debe amar cualquiera que en esta
vida te parece bueno y mucho amas.
Sin
mí no vale ni durará la amistad, ni es verdadero ni limpio el amor que yo no
enlazo.
Tan
muerto debes estar a semejantes aficiones de los amigos, que habías de desear
(por lo que a ti te toca) vivir lejos de todo trato humano.
Tanto
más se acerca el hombre a Dios cuanto más se desvía de todo gusto terreno.
Y
tanto más alto sube a Dios cuanto más bajo desciende en sí y se tiene por más
vil.
2.
El que se atribuye a sí mismo algo bueno, impide que la gracia de Dios venga
sobre él, porque la gracia del Espíritu Santo siempre busca el corazón humilde.
Si
te supieses perfectamente anonadar y desviar de todo amor creado, yo entonces
te llenaría de abundantes gracias.
Cuando
tú miras a las criaturas, pierdes de vista al Creador.
Aprende
a vencerte en todo por el Creador, y entonces podrás llegar al conocimiento
divino.
Cualquier
cosa, por pequeña que sea, si se ama o mira desordenadamente, nos estorba gozar
del Sumo Bien y nos daña.
Capítulo
43
Contra
la ciencia vana del mundo
Jesucristo.- 1. Hijo, no te muevan los dichos
hermosos y agudos de los hombres, "porque no consiste el reino de Dios en
palabras, sino en virtudes" (1Cor 4,20).
Atiende
a mis palabras, que encienden los corazones, alumbran los entendimientos,
provocan a compunción y traen muchas consolaciones.
Nunca
leas cosa para mostrarte más letrado o sabio.
Esfuérzate
en mortificar los vicios, porque más te aprovechará esto que saber muchas
cuestiones dificultosas.
2.
Cuando hubieras acabado de leer y saber muchas cosas, te conviene venir a un
solo principio.
Yo
soy el que enseño al hombre la ciencia y doy a los pequeños más claro
entendimiento que cuanto hombre alguno puede enseñar.
Aquel
a quien yo hablo, luego será sabio y aprovechará mucho en el espíritu.
¡Ay
de aquellos que quieren aprender de los hombres curiosidades y cuidan poco del
camino de servirme a mí!
Tiempo
vendrá cuando aparecerá el Maestro de los maestros, Cristo Señor de los
ángeles, a oír las lecciones de todos, esto es, a examinar la conciencia de
cada uno.
Y
entonces "escudriñará a Jerusalén con candelas (Sab 1,12) y serán
descubiertos los secretos de las tinieblas" (1Cor 4,5), y callarán los
argumentos de las lenguas.
3.
Yo soy el que levanto en un instante al alma humilde, para que entienda más
razones de la verdad eterna que si hubiese estudiado diez años en las escuelas.
Yo
enseño sin ruido de palabras, sin confusión de opiniones, sin fausto de honra,
sin luchas de argumentos.
Yo
soy el que enseño a despreciar lo terreno y a aborrecer lo presente, buscar lo
eterno; huir las honras, sufrir los estorbos, poner la esperanza en mí, fuera
de mí nada desear, y amarme ardientemente sobre todas las cosas.
4.
Y así uno, amándome entrañablemente, aprendió cosas divinas y hablaba
maravillas.
Más
aprovechó con dejar todas las cosas que con estudiar sutilezas.
Pero
a unos hablo cosas comunes, a otros especiales.
A
unos me muestro dulcemente con señales y figuras, y a otros revelo misterios
con mucha luz.
Una
cosa dicen los libros, mas no enseñan igualmente a todos, porque yo soy doctor
interior de la verdad, escudriñador del corazón, conocedor de los pensamientos,
promovedor de las acciones, repartiendo a cada uno según juzgo ser digno.
Capítulo
44
Que
no se deben buscar las cosas exteriores
Jesucristo.- 1. Hijo, en muchas cosas te
conviene ser ignorante, y estimarte como muerto sobre la tierra, y "a
quien todo el mundo esté crucificado" (Gál 6,14).
A
muchas cosas te conviene también hacerte sordo y pensar más lo que conviene
para tu paz.
Más
útil es apartar los ojos de lo que no te agrada, y dejar a cada uno en su
parecer, que ocuparte en porfías.
Si
estás bien con Dios y miras su juicio, fácilmente te darás por vencido.
El
Alma.- 2. ¡Oh Señor, a qué hemos llegado! Lloramos los daños temporales; por
una pequeña ganancia trabajamos y corremos, y el daño espiritual se pasa en
olvido, y apenas tarde vuelve a la memoria.
Por
lo que poco o nada vale, se mira mucho; y por lo que es muy necesario, se pasa
con descuido; porque todo el hombre se va a lo exterior, y si presto no vuelve
en sí, con gusto se está envuelto en ello.
Capítulo
45
Que
no se debe creer a todos,
y
que es fácil resbalar en las palabras
El Alma.- 1. "Señor, ayúdame en la
tribulación, porque es vana la ayuda del hombre" (Sal 59,12).
¿Cuántas
veces no hallé fidelidad donde pensé que la había? ¿Cuántas veces también la
hallé donde menos lo pensaba?
Por
eso es vana la esperanza en los hombres; mas la salud de los justos está en ti,
¡oh Dios!
Bendito
seas, Señor, Dios mío, en todas las cosas que nos suceden.
Flacos
somos y mudables; presto somos engañados, y nos mudamos.
2.
¿Qué hombre hay que se pueda guardar con tanta cautela y discreción en todo,
que alguna vez no caiga el algún engaño o perplejidad?
Mas
el que confía en ti, Señor, y te busca con sencillo corazón, no resbala tan
fácilmente.
Y
si cayere en alguna tribulación, de cualquier manera que estuviere en ella
enlazado, presto será librado por ti, o consolado; porque no desamparas para
siempre al que en ti espera.
Raro
es el fiel amigo que persevera en todos los trabajos de su amigo.
Tú,
Señor, tú solo eres fidelísimo en todo, y fuera de ti no hay otro semejante.
3.
¡Oh, cuán bien lo entendía aquella alma santa que dijo: "Mi alma está
asegurada y fundada en Jesucristo"! (santa Águeda).
Si
yo estuviese así, no me acongojaría tan presto el temor humano, ni me moverían
las palabras injuriosas.
¿Quién
puede preverlo todo? ¿Quién es capaz de precaver los males venideros?
Si
lo que hemos previsto con tiempo nos daña muchas veces, ¿qué hará lo no
prevenido sino perjudicarnos gravemente?
Pues,
¿por qué, miserable de mí, no me previne mejor? ¿Por qué creí de ligero a
otros?
Pero
somos hombres, y hombres frágiles, aunque por muchos seamos estimados y
llamados ángeles.
Señor,
¿a quién creeré, a quién sino a ti? Eres la Verdad, que no puede engañar ni ser
engañada.
En
cambio, "todo hombre es mentiroso" (Sal 115,2), frágil, mudable y
resbaladizo, especialmente en palabras; de modo que apenas se debe creer luego
lo que a primera vista parece recto.
4.
Cuán prudentemente nos avisaste que nos guardásemos de los hombres (Mt 10,17),
que "los enemigos del hombre son los de su casa" (Mt 10,36) y que no
diésemos crédito al que nos dijese: "¡A Cristo míralo aquí o míralo
allí!" (Mt 24,23).
He
escarmentado en mí mismo. ¡Ojalá sea para mi mayor cautela y no para continuar
con mi imprudencia!
Cuidado
-me dice uno-, cuidado; reserva lo que te digo. Y mientras yo lo callo, y creo
que está oculto, él no pudo callar el secreto que me confió, sino que me
descubrió a mí y a sí mismo, y se fue.
Defiéndeme,
Señor, de aquestas ficciones, y de hombres tan indiscretos, para que nunca
caiga en sus manos ni yo incurra en semejantes cosas.
Pon
en mi boca palabras verdaderas y fieles, y desvía lejos de mí las lenguas
astutas.
De
lo que no quiero sufrir, mucho me debo guardar.
5.
¡Oh, cuán bueno y de cuánta paz es callar de otros, y no creerlo todo
fácilmente, ni hablarlo después con ligereza; descubrirse a pocos, buscarte
siempre a ti, que miras al corazón, y no moverse por cualquier viento de
palabras, sino desear que todas las cosas interiores y exteriores salgan
perfectas según el beneplácito de tu voluntad!
¡Cuán
seguro es para conservar la gracia celestial huir las apariencias humanas y no
codiciar las cosas de fuera que causan admiración, sino seguir con toda
diligencia las que dan fervor y enmienda de vida!
¡A
cuántos ha dañado la virtud descubierta y alabada antes de tiempo!
¡Cuán
provechosa fue siempre la gracia guardada en silencio en esta vida frágil, que
toda ha de llamarse malicia y tentación!
Capítulo
46
De
la confianza que debemos tener en Dios cuando nos injurian
Jesucristo.- 1. Hijo, está firme y espera en
mí. ¿Qué son las palabras sino palabras? Vuelan por el aire, mas no mellan una
piedra.
Si
estás culpado, determina enmendarte de buena gana.
Si
no hallas en ti culpa, haz el ánimo de llevarlo con gusto por Dios.
Muy
poco es el que sufras alguna vez siquiera malas palabras, ya que aún no puedes
tolerar graves azotes.
¿Y
por qué tan pequeñas cosas te llegan al corazón, sino porque aún eres carnal y
miras a los hombres más de lo que conviene?
Porque
temes ser despreciado, por esto no quieres ser reprendido de tus faltas y
buscas las sombras de las excusas.
2.
Considérate mejor y conocerás que todavía vive en ti el mundo y el deseo vano
de agradar a los hombres.
Porque
en huir de ser abatido y confundido por tus defectos se muestra claro que no
eres verdadero humilde, ni estás del todo muerto al mundo, ni el mundo está a
ti crucificado.
Mas
oye mis palabras y no cuidarás de cuantas dijeren los hombres.
Dime:
si se dijere contra ti todo cuanto maliciosamente se pudiere fingir, ¿qué te
dañaría, si lo dejases pasar y no lo estimases más que una paja? Por ventura
¿te podría arrancar siquiera un cabello?
3.
Mas el que no está dentro de su corazón ni me tiene a mí delante de sus ojos,
presto se mueve por una palabra de menosprecio; pero el que confía en mí, y no
desea atenerse a su propio parecer, vivirá sin temer a los hombres.
Porque
yo soy el Juez y conozco todos los secretos; yo sé cómo pasan las cosas; yo
conozco muy bien al que hace la injuria, y también al que la sufre.
De
mí salió esta palabra; permitiéndolo yo acaeció esto, "para que se
descubran los pensamientos de muchos corazones" (Lc 2,35).
Yo
juzgaré al culpable y al inocente; pero quiero probar primero al uno y al otro
con juicio secreto.
4.
El testimonio de los hombres muchas veces engaña; mi juicio es verdadero,
firme, y no puede torcer.
Muchas
veces está escondido, y pocos lo penetran en todo; pero nunca yerra ni puede
errar, aunque a los ojos de los necios no parezca recto.
A
mí, pues, has de recurrir en cualquier juicio, y no confiar en el propio saber.
Porque
el justo no se turbará por cosas que Dios envíe sobre él; y si alguna palabra
fuere dicha contra él injustamente, no se inquietará por ello.
Ni
se alegrará vanamente si otros le defendieron con razón.
Porque
sabe que yo soy quien escudriño los corazones y entrañas, que no juzgo según el
exterior y apariencia humana.
Antes,
muchas veces, se halla a mis ojos culpable el que al juicio humano parece digno
de alabanza.
El
Alma.- 5. Señor Dios, justo Juez, fuerte y paciente, que conoces la flaqueza y
maldad de los hombres, sé tú mi fortaleza y toda mi confianza, pues no me basta
mi conciencia.
Tú
sabes lo que yo no sé; por eso me debo humillar en cualquier reprensión y
llevarla con mansedumbre.
Perdóname
también, Señor piadoso, todas las veces que no lo hice así, y dame gracia de
mayor sufrimiento para otra vez.
Porque
mejor me está tu misericordia copiosa para alcanzar perdón que mi presunta
inocencia para defender lo secreto de mi conciencia.
"Y
aunque ella nada me acuse, no por esto me puedo tener por justo" (1Cor
4,4); porque, quitada la misericordia, "no será justificado en tu
acatamiento ningún viviente" (Sal 142,2).
Capítulo
47
Que
todas las cosas pesadas se deben sufrir por la vida eterna
Jesucristo.- 1. Hijo, no te quebranten los
trabajos que has tomado por mí, ni te abatan del todo las tribulaciones; mas mi
promesa te esfuerce y consuele en todo lo que viniere.
Yo
basto para galardonarte sobre toda manera y medida.
No
trabajarás aquí mucho tiempo, ni serás agravado siempre de dolores.
Espera
un poquito y verás cuán presto se pasan los males.
Vendrá
una hora cuando cesará todo trabajo e inquietud.
Poco
y breve es todo lo que pasa con el tiempo.
2.
Atiende a tu negocio, trabaja fielmente en mi viña, que yo seré tu galardón.
Escribe,
lee, canta, suspira, calla, ora, sufre varonilmente lo adverso; digna es la
vida eterna de todas estas y de mayores peleas.
Vendrá
la paz un día que el Señor sabe, el cual no se compondrá de día y noche como en
esta vida temporal, sino de luz perpetua, claridad infinita, paz firme y
descanso seguro.
No
dirás entonces: "¿Quién me librará de este cuerpo mortal?" (Rom
7,24). Ni clamarás: "¡Ay de mí que se ha dilatado mi destierro!" (Sal
119,5). Porque la muerte estará destruida y la salud será indeficiente; ninguna
congoja habrá ya, sino bienaventurada alegría, compañía dulce y hermosa.
3.
¡Oh, si vieses las coronas eternas de los santos en el cielo y de cuánta gloria
gozan ahora los que eran en este mundo despreciados y tenidos por indignos de
vivir!
Por
cierto, luego te humillarías hasta la tierra, y desearías más estar sujeto a
todos que mandar a uno solo; y no codiciarías los días placenteros de esta
vida, sino antes te alegrarías de ser atribulado por Dios, y tendrías por
grandísima ganancia ser tenido por nada entre los hombres.
4.
¡Oh, si gustases estas cosas y penetrasen profundamente en tu corazón!, ¿cómo
te atreverías a quejarte ni una sola vez?
¿Acaso
no son de sufrir todas las cosas trabajosas por la vida eterna?
No
es cosa de poco momento ganar o perder el reino de Dios.
Levanta,
pues, tu rostro al cielo; mírame a mí, y conmigo a todos mis santos, los cuales
tuvieron graves combates en este siglo; ahora se regocijan y están consolados y
seguros; ahora descansan en paz y permanecerán conmigo sin fin en el reino de
mi Padre.
Capítulo
48
Del
día de la eternidad y de las angustias de esta vida
El Alma.- 1. ¡Oh bienaventurada mansión de la
ciudad soberana! ¡Oh día clarísimo de la eternidad, que no lo obscurece la
noche, sino que siempre lo alumbra la Suma Verdad; día siempre alegre, siempre
seguro y siempre sin mudanza!
¡Oh,
si ya amaneciese este día y se acabasen todas estas cosas temporales!
Alumbra,
por cierto, a los santos con una perpetua claridad; mas no así a los que están
en esta peregrinación, sino de lejos y como en figura.
2.
Los ciudadanos del cielo saben cuán alegre sea aquel día; los desterrados hijos
de Eva gimen de ver que este sea tan amargo y lleno de tedio.
Los
días de este mundo son pocos y malos (Gén 47,9) llenos de dolores y angustias,
donde el hombre se ve manchado con muchos pecados, enredado en muchas pasiones,
angustiado de muchos temores, ocupado con muchos cuidados, distraído con muchas
curiosidades, complicado en muchas vanidades, envuelto en muchos errores,
quebrantado con muchos trabajos, acosado de tentaciones, atormentado por la
pobreza.
3.
¡Oh, cuándo se acabarán todos estos males! ¡Cuándo me veré libre de la
miserable servidumbre de los vicios!
¡Cuándo
me acordaré, Señor, de ti sólo! ¡Cuándo me alegraré cumplidamente en ti!
¡Cuándo estaré sin ningún impedimento, en verdadera libertad, y sin ninguna
molestia de alma y cuerpo!
¡Cuándo
tendré firme paz, paz imperturbable y segura, paz por dentro y por fuera, paz
del todo permanente!
¡Oh
buen Jesús! ¡Cuándo estaré para verte! ¡Cuándo contemplaré la gloria de tu
reino! ¡Cuándo me serás todo en todas las cosas!
¡Cuándo
estaré contigo en tu reino, el cual preparaste desde la eternidad para tus
escogidos!
Me
han dejado acá, pobre y desterrado, en tierra de enemigos, donde hay continuas
peleas y grandes calamidades.
4.
Consuela mi destierro, mitiga mi dolor, porque a ti suspira todo mi deseo. Todo
el placer del mundo es para mí pesada carga.
Deseo
gozarte íntimamente, mas no puedo conseguirlo.
Deseo
entregarme a las cosas celestiales, pero me abaten las temporales y las
pasiones no mortificadas.
Con
el espíritu quiero elevarme sobre todas las cosas; pero la carne me violenta a
estar debajo de ellas.
Así
yo, hombre infeliz, peleo conmigo y me soy enfadoso a mí mismo viendo que el
espíritu busca lo de arriba y la carne lo de abajo.
5.
¡Oh, cuánto padezco cuando, pensando en la oración cosas celestiales, luego se
me ofrece un tropel de cosas carnales! "Dios mío, no te alejes de mí ni te
desvíes con ira de tu siervo" (Sal 70,12; 26,14).
"Resplandezca
un rayo de tu claridad y destruya estas tinieblas; envía tus saetas" (Sal
143,6) y contúrbense todas las asechanzas del enemigo.
Recoge
todos mis sentidos en ti; hazme olvidar todas las cosas mundanas; otórgame
desechar y apartar de mí aun las imágenes de los vicios.
Socórreme,
Verdad eterna, para que no me mueva vanidad alguna.
Ven,
suavidad celestial, y huya de tu presencia toda torpeza.
6.
Perdóname también y mírame con misericordia todas cuantas veces pienso en la
oración alguna cosa fuera de ti, pues confieso ingenuamente que acostumbro a
estar muy distraído.
De
modo que muchas veces no estoy allí donde se halla mi cuerpo en pie o sentado,
sino más bien allá donde me llevan mi pensamientos.
Allí
estoy donde está mi pensamiento; allí está mi pensamiento a menudo donde está
lo que amo.
Al
punto se me ofrece lo que naturalmente deleita o agrada por la costumbre.
7.
Por lo cual tú, que eres la Verdad, dijiste: "Donde está tu tesoro, allí
está tu corazón" (Mt 6,21).
Si
amo el cielo, con gusto pienso en las cosas celestiales. Si amo el mundo,
alégrome con sus prosperidades y me entristezco con sus adversidades. Si amo la
carne, muchas veces imagino cosas carnales. Si amo el espíritu, recréome en
pensar cosas espirituales.
Porque
de las cosas que amo, de esas hablo y oigo con gusto, y llevo conmigo a mi casa
sus imágenes.
Pero
bienaventurado aquel que por tu amor da repudio a todo lo creado, que hace
fuerza a su natural y crucifica con el fervor del espíritu los apetitos
carnales para que, serenada su conciencia, te ofrezca oración pura y sea digno
de estar entre los coros angélicos, desechadas dentro y fuera de sí todas las
cosas terrenas.
Capítulo
49
Del
deseo de la vida eterna,
y
cuántos bienes están prometidos a los que pelean
Jesucristo.- 1. Hijo, cuando sientes que de
arriba te infunden algún deseo de la eterna bienaventuranza, y deseas salir de
la cárcel del cuerpo para poder contemplar mi claridad sin sombra de mudanza,
dilata tu corazón y recibe con todo amor esta santa inspiración.
Da
muchas gracias a la soberana Bondad, que así se digna favorecerte, visitarte
con clemencia, moverte con eficacia, sostenerte con vigor, para que no te
deslices por tu propio peso a las cosas terrenas.
Porque
esto no lo recibes por tu diligencia o fuerzas, sino sólo por el querer de la
gracia soberana y del agrado divino, para que aproveches en virtudes y en mayor
humildad, y te prepares para los combates que te han de venir, y trabajes para
llegarte a mí de todo corazón y servirme con ardiente voluntad.
2.
Hijo, muchas veces arde el fuego, pero no sube la llama sin humo.
Así,
los deseos de algunos se encienden a las cosas celestiales, mas aún no están
libres de la tentación del afecto natural. Y por eso no obran puramente por la
honra de Dios aún lo que con tan gran deseo me piden.
Tal
suele ser tu deseo, el cual mostraste con tanta importunidad.
Pues
no es puro ni perfecto lo que va inficionado de propio interés.
3.
Pide no lo que es para ti deleitable y provechoso, sino lo que es para mí
aceptable y honroso; porque si rectamente juzgas, debes seguir y anteponer mi
voluntad a tu deseo y a cualquiera cosa deseada.
Conozco
tu deseo, y he oído tus continuos gemidos. Ya quisieras estar en la libertad de
la gloria de los hijos de Dios; ya te deleita la casa eterna, y la patria
celestial te llena de gozo; pero aún no es venida esa hora, aún es otro tiempo,
tiempo de guerra, tiempo de trabajo y de prueba.
Deseas
gozar del Sumo Bien, mas no lo puedes alcanzar por ahora.
Yo
soy; "espérame -dice el Señor- hasta que venga el reino de Dios" (Lc
22,18).
4.
Has de ser probado aún en la tierra y ejercitado en muchas cosas.
Algunas
veces serás consolado, pero no te será dada satisfacción cumplida.
"Esfuérzate,
pues, y sé valeroso" (Jos 1,6), así en hacer como en padecer cosas
repugnantes a la naturaleza. Conviene que te vistas de hombre nuevo y te
vuelvas otro hombre.
Es
preciso hacer muchas veces lo que no quieres y dejar lo que quieres.
Lo
que agrada a otros irá adelante; lo que a ti te contenta no se hará.
Lo
que dicen otros será oído; lo que dices tú será reputado por nada.
Pedirán
otros y recibirán; tú pedirás y no alcanzarás.
Otros
serán grandes en boca de los hombres; de ti no se hablará.
A
otros se encargará este o aquel negocio; tú serás tenido por inútil para todo.
Por
esto se contristará alguna vez la naturaleza, y no harás poco si la sufrieres
callando.
5.
En estas y otras muchas cosas semejantes es probado el siervo fiel del Señor,
para ver cómo sabe negarse y mortificarse en todo.
Apenas
hay cosa en que más necesites morir a ti mismo que en ver y sufrir lo que
repugna a tu voluntad, principalmente cuando parece sin razón y menos útil lo
que te mandan hacer.
Y
porque tú, siendo súbdito, no osas resistir a la ordenación de tu superior, por
eso te parece cosa dura andar pendiente de la voluntad de otro y dejar tu
propio parecer.
6.
Mas considera, hijo, el fin cercano de estos trabajos, el fruto de ellos y su
grandísimo premio, y no te serán pesados, sino muy gran consuelo de tu
paciencia.
Pues
por esta poca voluntad que ahora dejas de grado poseerás para siempre tu
voluntad en el cielo, pues allí hallarás todo lo que quisieres y cuanto
pudieres desear.
Allí
tendrás en tu poder todo el bien sin miedo de perderlo.
Allí
tu voluntad, unida con la mía para siempre, no apetecerá cosa alguna extraña o
propia.
Allí
ninguno te resistirá, ninguno se quejará de ti, nadie te impedirá, nada se te
opondrá, sino que todas las cosas que deseares las disfrutarás juntas, y
llenarán y colmarán todos tus deseos.
Allí
te daré honor por la afrenta padecida, vestidura de gloria por la aflicción, y
por el ínfimo lugar, la silla del reino para siempre.
Allí
se verá el fruto de la obediencia, se alegrará el trabajo de la penitencia, y
la humilde sumisión será gloriosamente coronada.
7.
Inclínate, pues, humildemente bajo la mano de todos y no cuides de mirar quién
lo dijo o quién lo mandó.
Sino
procura con gran cuidado que, ya sea superior o inferior, o igual el que algo
te exigiere o insinuare, todo lo tengas por bueno y cuides de cumplirlo con
sincera voluntad.
Busque
cada uno lo que quisiere; gloríese este en esto y aquel en lo otro, y sea
alabado mil millares de veces; mas tú no te alegres ni en esto ni en aquello,
sino en el desprecio de ti mismo y en sola mi voluntad y honra.
Una
cosa debes desear, y es que, en vida o en muerte, sea Dios siempre glorificado
en ti.
Capítulo
50
Cómo
el hombre desconsolado
se
debe ofrecer en las manos de Dios
El Alma.- 1. Señor Dios, Padre santo, ahora y
para siempre seas bendito, que como tú quieres así se ha hecho, y lo que haces
es bueno. Alégrese tu siervo en ti, no en sí ni en otro alguno, porque tú sólo
eres alegría verdadera; tú, esperanza mía y corona mía; tú, Señor, eres mi gozo
y mi honra.
¿Qué
tiene tu siervo sino lo que recibió de ti, aun sin merecerlo? Tuyo es todo lo
que me has dado y has hecho conmigo.
"Pobre
soy yo, y lleno de trabajos desde mi juventud" (Sal 77,16); y mi alma se
entristece algunas veces hasta llorar; y otras veces se turba consigo por las
pasiones que la acosan.
2.
Deseo el gozo de la paz; pido la paz de tus hijos, que son apacentados por ti
en la luz de la consolación.
Si
me das paz, si derramas en mí tu santo gozo, estará el alma de tu siervo llena
de alegría y devota en tu alabanza.
Pero
si te apartares, como muchas veces lo haces, no podrá correr por el camino de
tus mandamientos, sino que hincará las rodillas para herir su pecho, porque no
le va como los días anteriores, "cuando resplandecía tu luz sobre su
cabeza" (Job 29,3) y era defendida de las tentaciones impetuosas debajo de
la sombra de tus alas.
3.
Padre justo y siempre digno de alabanza: llegó la hora en que tu siervo sea probado.
Padre
amable: justo es que tu siervo padezca algo por ti en esta hora.
Padre
para siempre adorable: ha llegado la hora que habías previsto desde la
eternidad, en la cual tu siervo esté abatido en lo exterior un corto tiempo,
pero viva siempre interiormente contigo.
Despreciado
sea y humillado un poco y desechado delante de los hombres; sea quebrantado con
trabajos y enfermedades, para que nuevamente resucite contigo en la aurora de
nueva luz y sea glorificado en los cielos.
¡Padre
santo! Así lo ordenaste tú, así lo quisiste, y lo que mandaste se ha hecho.
4.
Por cierto, gracia es esta que haces a tu amigo: que padezca y sea atribulado
por tu amor en este mundo por cualquiera y cuantas veces lo permitieres.
Sin
tu consejo y providencia, y sin causa, nada se hace en la tierra.
"Bueno
es para mí, Señor, que me hayas humillado, para que aprenda tus
justificaciones" (Sal 118,71), y destierre de mi corazón toda soberbia y
presunción.
Provechoso
es para mí que la "confusión haya cubierto mi rostro" (Sal 63,8),
para que así te busque a ti y no a los hombres para consolarme.
También
aprendí en esto a temblar de tu inescrutable juicio, que afliges así al justo
como al impío, aunque no sin equidad y justicia.
5.
Gracias te doy porque no dejaste sin castigo mis males, sino que me afligiste
con amargos azotes, hiriéndome con dolores y enviándome angustias interiores y
exteriores.
No
hay debajo del cielo quien me consuele sino tú, Señor Dios mío, médico
celestial de las almas, que "hieres y sanas, encierras en el sepulcro y
sacas de él" (Job 13,2).
"Sea
tu corrección sobre mí, y tu mismo castigo me enseñará" (Sal 17,36).
6.
Padre amado, vesme aquí en tus manos; yo me inclino bajo la vara de tu
corrección.
Hiere
mis espaldas y mi cerviz, para que enderece mis torcidas inclinaciones a tu
voluntad.
Hazme
piadoso y humilde discípulo, como sueles hacerlo, para que ande siempre
pendiente de tu voluntad.
Me
entrego enteramente a ti con todas mis cosas, para que me corrijas. Más vale
ser corregido aquí que en la otra vida.
Tú
sabes todas y cada una de las cosas, y no se te esconde nada en la humana
conciencia.
Antes
que suceda, sabes lo venidero, y no hay necesidad que alguno te enseñe o avise
de las cosas que se hacen en la tierra.
Tú
sabes lo que conviene para mi adelantamiento, y cuánto me aprovecha la
tribulación para limpiar el orín de los vicios.
Haz
conmigo tu voluntad y gusto, y no deseches mi vida pecaminosa, a ninguno mejor
ni más claramente conocida que a ti solo.
7.
Concédeme, Señor, saber lo que se debe saber; amar lo que se debe amar; alabar
lo que a ti es más agradable; estimar lo que te parece precioso; aborrecer lo
que a tus ojos es vil.
No
permitas que "juzgue según la vista de los ojos" exteriores, ni que
"sentencie según oigo" (Is 11,3) a los hombres ignorantes, sino que
acierte a discernir con verdadero juicio entre lo visible y lo espiritual, y
buscar siempre sobre todo la voluntad de tu divino beneplácito.
8.
Muchas veces se engañan los hombres en sus juicios, y los mundanos también se
engañan en amar solamente lo visible.
¿Qué
tiene de mejor el hombre porque otro le tenga por grande?
El
falaz engaña al falaz, el vano al vano, el ciego al ciego, el enfermo al
enfermo, cuando lo ensalza; y verdaderamente, más le confunde cuando vanamente
le alaba.
Porque
"cuanto es cada uno en tus ojos, tanto es y no más", dice el humilde
san Francisco.
Capítulo
51
Que
debemos emplearnos en ejercicios humildes
cuando
no podemos en los sublimes
Jesucristo.- 1. Hijo, no puedes permanecer
siempre en el deseo fervoroso de las virtudes, ni perseverar en el más alto
grado de la contemplación, sino que es necesario, por el vicio original, que
desciendas alguna vez a cosas bajas, y a llevar la carga de esta vida
corruptible, aunque te pese y fastidie.
Mientras
lleves el cuerpo mortal, sentirás tedio y pesadumbre de corazón.
Es
preciso, pues, mientras vives en carne, gemir muchas veces por el peso de la
carne, porque no puedes ocuparte sin interrupción en los ejercicios
espirituales y en la divina contemplación.
2.
Entonces conviene que te emplees en ejercicios humildes y exteriores,
consolándote con hacer buenas obras; y espera mi venida y la visita del cielo
con firme confianza; sufre con paciencia tu destierro y la sequedad del
espíritu, hasta que otra vez yo te visite y seas libre de toda congoja.
Porque
te haré olvidar las penas, y que goces de gran serenidad interior.
Yo
extenderé delante de ti los prados de las Escrituras para que, dilatado tu corazón,
corras la carrera de mis mandamientos.
Entonces
dirás: "No son comparables las penas de este tiempo con la gloria que se
nos descubrirá" (Rom 8,18).
Capítulo
52
Que
el hombre no se repute por digno de consuelo,
sino
de castigo
El Alma.- 1. Señor, no soy digno de tu
consolación ni de ninguna visita espiritual, y por eso justamente lo haces
conmigo cuando me dejas pobre y desconsolado.
Porque,
aunque yo pudiese derramar un mar de lágrimas, aún no merecería tu consuelo.
Por
eso no soy digno sino de ser afligido y castigado, porque te ofendí gravemente
y muchas veces, y pequé mucho y de muchas maneras.
Así
que, bien mirado, no soy digno de la menor consolación.
Mas
tú, Dios clemente y misericordioso, que no quieres que tus obras perezcan
"para manifestar las riquezas de tu bondad en los vasos de tu
misericordia" (Rom 9,13), aun sobre todo merecimiento, tienes por bien de
consolar a tu siervo de un modo sobrehumano.
Porque
tus consolaciones no son ilusorias como las humanas.
2.
¿Qué he hecho, Señor, para que tú me dieses ninguna consolación celestial?
Yo
no me acuerdo haber hecho ningún bien, sino que he sido siempre inclinado a
vicios, y muy perezoso para enmendarme.
Esto
es verdad, y no puedo negarlo. Si dijese otra cosa, tú estarías contra mí y no
habría quien me defendiese.
¿Qué
he merecido por mis pecados sino el infierno y el fuego eterno? Conozco, en
verdad, que soy digno de todo escarnio y menosprecio, y no merezco ser contado
entre tus devotos. Y aunque me moleste el oírlo, acusaré mis pecados contra mí
y en favor de la verdad, para que más fácilmente merezca alcanzar tu
misericordia.
3.
¿Qué diré yo, pecador, y lleno de toda confusión?
No
tengo boca para hablar sino sola esta palabra: Pequé, Señor, pequé; ten
misericordia de mí; perdóname.
"Déjame
un poco para que llore mi dolor, antes que vaya a la tierra tenebrosa y
cubierta de obscuridad de muerte" (Job 10,20).
¿Qué
es lo que principalmente exiges del culpable y miserable pecador, sino que se
convierta y se humille por sus pecados?
De
la verdadera contrición y humildad de corazón nace la esperanza de ser
perdonado, se reconcilia la conciencia turbada, repárase la gracia perdida, se
defiende el hombre de la ira venidera y se juntan en santa paz Dios y el alma
arrepentida.
4.
El humilde arrepentimiento de los pecados es para ti, Señor, sacrificio muy
acepto, que huele más suavemente en tu presencia que el incienso.
Este
es también el perfume agradable que tú quisiste que se derramase sobre tus
sagrados pies, porque nunca desechaste el corazón contrito y humillado.
Allí
está el lugar del refugio para el que huye del enemigo; allí se enmienda y
limpia lo que en otro lugar se erró y se manchó.
Capítulo
53
Que
la gracia de Dios no se mezcla
con
el gusto de las cosas terrenas
Jesucristo.- 1. Hijo, mi gracia es preciosa;
no admite mezcla de cosas extrañas ni de consolaciones terrenas.
Conviene,
pues, desviar todos los impedimentos de la gracia, si deseas que se te infunda.
Busca
lugar secreto para ti; desea estar a solas contigo; deja las conversaciones, y
ora devotamente a Dios, para que te dé compunción de corazón y pureza de
conciencia.
Estima
en nada todo el mundo; prefiere a todas las cosas exteriores el ocuparte en
Dios. Porque no podrás ocuparte en mí y juntamente deleitarte en lo transitorio.
Conviene
alejarse de conocidos y amigos, y tener el espíritu ajeno a todo placer
temporal.
Así
ruega el apóstol san Pedro que se abstengan todos los fieles cristianos,
"portándose como extranjeros y peregrinos en este mundo" (1Pe 2,11).
2.
¡Oh, cuánta confianza tendrá en la muerte el que no tiene afición a cosa alguna
en este mundo!
Pero
tener así el corazón desprendido de todas las cosas no lo alcanza el alma
todavía enferma, ni el hombre carnal conoce la libertad del hombre espiritual.
Mas
si verdaderamente quiere ser espiritual, es preciso que renuncie a los extraños
y a los allegados, y que de nadie se guarde más que de sí mismo.
Si
te vences perfectamente, con más facilidad sujetarás lo demás.
La
perfecta victoria es vencerse a sí mismo.
Porque
el que se tiene sujeto a sí mismo de modo que la sensualidad obedezca la razón
y la razón me obedezca a mí en todo, este es verdaderamente vencedor de sí y
señor del mundo.
3.
Si deseas subir a esta cumbre, conviene comenzar varonilmente y poner la segur
a la raíz, para que arranques y destruyas la oculta desordenada inclinación que
tienes a ti mismo y a todo bien propio y corporal.
De
este amor desordenado que se tiene el hombre a sí mismo depende casi todo lo
que se ha de vencer radicalmente; vencido y señoreado este mal, luego hay gran
paz y sosiego.
Mas
porque pocos trabajan en morir perfectamente a sí mismos, y no salen
enteramente de su propio amor, por eso se quedan enredados en sus afectos y no
se pueden levantar sobre sí en espíritu.
Pero
el que desea andar libre conmigo, es necesario que mortifique todas sus malas y
desordenadas aficiones, y que no se pegue a criatura alguna con amor de
concupiscencia.
Capítulo
54
De
los diversos movimientos de la naturaleza y de la gracia
Jesucristo.- 1. Hijo, mira con diligencia los
movimientos de la naturaleza y de la gracia, porque son muy contrarios y
sutiles, de modo que con dificultad son conocidos sino por varones espirituales
e interiormente alumbrados.
Todos
desean el bien, y en sus dichos y hechos buscan alguna bondad; por eso muchos
se engañan con color del bien.
2.
La naturaleza es astuta, atrae a sí a muchos, los enreda y engaña, y siempre se
pone a sí misma por fin.
Mas
la gracia anda sin doblez, se desvía de toda apariencia de mal; no pretende
engañar, y hace todas las cosas puramente por Dios, en quien descansa como en
su fin.
3.
La naturaleza no quiere ser mortificada de buena gana, ni estrechada, ni
vencida, ni sometida de grado.
Mas
la gracia estudia en la propia mortificación, resiste a la sensualidad, quiere
estar sujeta, desea ser vencida, no quiere usar de su propia libertad, apetece
vivir bajo la observancia, no codicia señorear a nadie, sino vivir y servir y
estar debajo de la mano de Dios; y por Dios está pronta a obedecer con toda
humildad a cualquiera criatura humana.
4.
La naturaleza trabaja por su conveniencia, y tiene la mira en la utilidad que
le pueda venir. Pero la gracia no considera lo que le es útil y conveniente,
sino lo que aprovecha a muchos.
La
naturaleza recibe con gusto la honra y la reverencia.
Mas
la gracia atribuye fielmente solo a Dios toda honra y gloria.
La
naturaleza teme la confusión y el desprecio.
Pero
la gracia se alegra "en padecer injurias por el nombre de Jesús" (He
5,41).
La
naturaleza ama el ocio y el descanso corporal.
Mas
la gracia no puede estar ociosa; antes abraza de buena voluntad el trabajo.
5.
La naturaleza busca tener cosas curiosas y hermosas, y aborrece las viles y
groseras.
Mas
la gracia se deleita con cosas llanas y bajas, no desecha las ásperas ni rehúsa
el vestir ropas viejas.
La
naturaleza mira lo temporal, y se alegra de las ganancias terrenas, se
entristece del daño y enójase con cualquier palabra injuriosa.
Pero
la gracia mira lo eterno, no está pegada a lo temporal, ni se turba cuando lo
pierde, ni se exaspera con las palabras ofensivas; porque puso su tesoro y gozo
en el cielo, donde ninguna cosa perece.
6.
La naturaleza es codiciosa, y de mejor gana toma que da; ama sus cosas propias
y particulares.
Mas
la gracia es piadosa y común para todos, huye la singularidad, conténtase con
poco, tiene por "mayor felicidad el dar que el recibir" (He 20,35).
La
naturaleza nos inclina a las criaturas, a la propia carne, a la vanidad y a las
distracciones.
Pero
la gracia nos lleva a Dios y a las virtudes, renuncia las criaturas, huye el
mundo, aborrece los deseos de la carne, refrena los pasos vanos, avergüénzase
de parecer en público.
La
naturaleza toma de buena gana cualquier placer exterior en que deleite sus sentidos.
Pero
la gracia, en sólo Dios se quiere consolar y deleitarse en el Sumo Bien sobre
todo lo visible.
7.
La naturaleza todo lo hace por su propia utilidad y conveniencia; nada puede
hacer de balde, sino que espera alcanzar por el bien que hace otro tanto o más;
o si no, alabanza o favor, y desea que sean sus obras y sus dádivas muy
ponderadas.
Mas
la gracia ninguna cosa temporal busca, ni quiere otro premio sino sólo Dios; de
lo temporal no quiere más que cuanto le puede servir para conseguir lo eterno.
8.
La naturaleza se complace en los muchos amigos y parientes, se gloría del noble
nacimiento y distinguido linaje, halaga a los poderosos, lisonjea a los ricos,
aplaude a los iguales.
Pero
la gracia ama aun a los enemigos, y no se engríe por los muchos amigos, ni hace
caso del propio nacimiento y linaje, si en él no hay mayor virtud. Favorece más
al pobre que al rico; se acomoda más bien al inocente que al poderoso; se
alegra con el veraz, no con el engañoso. Exhorta siempre a los buenos a que
aspiren a gracias mejores y se semejen al Hijo de Dios por sus virtudes.
9.
La naturaleza luego se queja de la necesidad y del trabajo. Pero la gracia
lleva con buen rostro la pobreza.
La
naturaleza todo lo dirige a sí misma, y por sí pelea y porfía.
Mas
la gracia todo lo refiere a Dios, de donde originalmente mana; ningún bien se
arroga ni se atribuye a sí misma. No porfía ni prefiere su modo de pensar al de
los otros, sino que en todo sentir y opinión se sujeta a la sabiduría eterna y
al divino examen.
La
naturaleza apetece saber secretos y oír novedades; quiere aparecer en público y
observar mucho por los sentidos; desea ser conocida y hacer cosas de donde le
proceda alabanza y fama.
Pero
la gracia no cuida de oír cosas nuevas y curiosas; porque todo esto nace de la
corrupción antigua, y no hay cosa nueva ni durable sobre la tierra.
10.
Enseña, pues, a recoger los sentidos, a huir la vana complacencia y
ostentación, esconder humildemente lo que tenga digno de admiración o alabanza,
y buscar en todas las cosas y en toda ciencia fruto de utilidad y la alabanza y
honra de Dios.
No
quiere que ella ni sus cosas sean pregonadas; sino que Dios sea glorificado en
sus dones, que los da todos con purísimo amor.
Esta
gracia es una luz sobrenatural y un don especial de Dios, y propiamente la
marca de los escogidos y la prenda de la salvación eterna, la cual levanta al
hombre de lo terreno a amar lo celestial, y de carnal lo hace espiritual.
Así
que, cuanto más apremiada y vencida es la naturaleza, tanta mayor gracia se
infunde; y cada día es reformado el hombre interior, según la imagen de Dios,
con nuevas visitaciones.
Capítulo
55
De
la corrupción de la naturaleza
y
de la eficacia de la gracia divina
El alma.- 1. Señor, Dios mío, que me creaste a
tu imagen y semejanza, concédeme aquesta gracia que declaraste ser tan grande y
necesaria para la salvación, a fin de que yo pueda vencer mi perversa
naturaleza, que me arrastra a los pecados y a la perdición.
Pues
yo siento en mi carne "la ley del pecado", que "contradice a la
ley de mi alma, y me lleva cautivo" (Rom 7,23) a obedecer en muchas cosas
a la sensualidad, y no puedo resistir a sus pasiones si no me asiste tu
santísima gracia, ardientemente infundida en mi corazón.
2. Necesaria es tu gracia, y grande gracia,
para vencer la naturaleza, inclinada siempre a lo malo desde su juventud (Gén
8,21).
Porque
caída en el primer hombre, Adán, y viciada por el pecado, pasa a todos los
hombres la pena de esta mancha; de suerte que la misma naturaleza, que fue
creada por ti buena y derecha, ya se cuenta por vicio y enfermedad de la
naturaleza corrompida; porque el propio movimiento suyo, abandonado a sí mismo,
la induce al mal y a lo terreno.
Pues
la poca fuerza que le ha quedado es como una centellita escondida en la ceniza.
Esta es la razón natural, cercada de grandes tinieblas, pero capaz todavía de
juzgar del bien y del mal, y de discernir lo verdadero de lo falso; aunque no
tiene fuerza para cumplir todo lo que le parece bueno, ni usa de la perfecta
luz de la verdad, ni tiene sanas sus aficiones.
3.
De aquí viene, Dios mío, que yo, "según el hombre interior, me deleito en
tu ley, sabiendo que tus mandamientos son buenos, justos y santos" (Rom
7,12.22), juzgando también que todo mal y pecado se debe huir. Pero "con
la carne sirvo a la ley del pecado" (Rom 7,25) cuando obedezco más a la
sensualidad que a la razón. De aquí es también que "puedo querer el bien,
pero no puedo ponerlo por obra" (Rom 7,18).
Así
es también que propongo frecuentemente hacer muchas buenas obras; pero como
falta la gracia para ayudar a mi flaqueza, con poca resistencia vuelvo atrás y
desfallezco.
Por
la misma causa sucede que conozco el camino de la perfección, y veo con
bastante claridad cómo debo obrar; mas agravado por el peso de mi propia
corrupción, no me levanto a cosas más perfectas.
4.
¡Oh, cuán necesaria me es, Señor, tu gracia, para comenzar el bien, continuarlo
y perfeccionarlo!
Porque
sin ella ninguna cosa puedo hacer; pero "en ti todo lo puedo, confortado
por la gracia" (Flp 4,13).
¡Oh
gracia verdaderamente celestial, sin la cual nada son los merecimientos
propios, ni se han de estimar en algo los dones naturales!
Ni
las artes, ni las riquezas, ni la hermosura, ni las fuerzas, ni el ingenio o la
elocuencia, valen delante de ti, Señor, sin tu gracia.
Porque
los dones naturales son comunes a buenos y a malos; mas la gracia o la caridad
es don propio de los escogidos, y con ella se hacen dignos de la vida eterna.
Tan
encumbrada es esta gracia, que ni el don de la profecía, ni el hacer milagros o
algún otro saber, por sutil que sea, es estimado en algo sin ella.
Ni
siquiera la fe, ni la esperanza, ni las otras virtudes son aceptas a ti, sin
caridad ni gracia.
5.
¡Oh beatísima gracia, que al pobre de espíritu le haces rico en virtudes, y al
rico de muchos bienes vuelves humilde de corazón!
Ven,
desciende a mí, lléname luego de tu consolación, para que no desmaye mi alma de
cansancio y sequedad de corazón.
Suplícote,
Señor, que halle gracia en tus ojos, pues "tu gracia me basta" (2Cor
12,9), aunque me falte todo lo que la naturaleza desea.
Si
fuere tentado y atormentado de muchas tribulaciones, no temeré los males
estando tu gracia conmigo.
Ella
es mi fortaleza, ella me da consejo y favor. Más poderosa es que todos los
enemigos, y más sabia que todos los sabios.
6.
Ella enseña la verdad, da la ciencia, alumbra el corazón, consuela en las
aflicciones, destierra la tristeza, quita el temor, alimenta la devoción,
produce lágrimas afectuosas.
¿Qué
soy yo sin la gracia, sino un madero seco y un tronco inútil y desechado?
"Asístame,
pues, Señor, tu gracia, para estar siempre atento a emprender, continuar y
perfeccionar buenas obras, por tu Hijo Jesucristo. Amén" (Domingo 16
después de Pentecostés).
Capítulo
56
Que
debemos negarnos a nosotros mismos
y
asemejarnos a Cristo por la cruz
Jesucristo.- 1. Hijo, cuanto puedes salir de
ti, tanto puedes pasarte a mí.
Así
como no desear nada exteriormente produce la paz interior, así el negarse
interiormente causa la unión con Dios.
Quiero
que aprendas la perfecta renuncia de ti mismo en mi voluntad, sin réplica ni
queja.
Sígueme:
"Yo soy camino, verdad y vida" (Jn 14,6).
Sin
camino no se anda; sin verdad no se conoce; sin vida no se vive.
Yo
soy el camino que debes seguir, la verdad que debes creer, la vida que debes
esperar.
Yo
soy camino inviolable, verdad infalible, vida interminable.
Yo
soy camino muy derecho, verdad suma, vida verdadera, vida bienaventurada, vida
increada.
Si
permanecieres en mi camino, "conocerás la verdad, y la verdad te librará,
y alcanzarás la vida eterna" (Jn 8,32).
"Si
quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mt 19,17).
Si
quieres conocer la verdad, créeme a mí.
"Si
quieres ser perfecto, vende todas las cosas" (Mt 19,21).
"Si
quieres ser mi discípulo, niégate a ti mismo" (Mt 16,24).
Si
quieres poseer la vida bienaventurada, desprecia la presente.
Si
quieres ser ensalzado en el cielo, humíllate en el mundo.
Si
quieres reinar conmigo, lleva la cruz conmigo.
Porque
sólo los siervos de la cruz hallan el camino de la bienaventuranza y de la luz
verdadera.
El
alma.- 2. Señor, Jesús, pues tu camino fue estrecho y despreciado del mundo,
concédeme que te imite siendo despreciado del mundo.
Pues
"no es mejor el siervo que su señor, ni el discípulo es mejor que el
maestro" (Mt 10,24).
Ejercítese
tu siervo en tu vida, pues en ella está mi salud y la santidad verdadera.
Cualquier
cosa que fuera de ella oigo o leo, no me recrea ni satisface cumplidamente.
Jesucristo.-
3. Hijo, pues "sabes esto" y lo has "leído todo, si lo hicieres,
serás bienaventurado" (Jn 13,17).
"El
que abraza mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y yo lo amaré y
me manifestaré a él" (Jn 14,21), y le haré sentar conmigo en el reino de
mi Padre.
El
alma.- 4. Señor, Jesús, como lo dijiste y prometiste, así se haga y pueda yo
merecerlo; recibí de tu mano la cruz; yo la llevaré hasta la muerte así como tú
me la pusiste.
Verdaderamente,
la vida del buen religioso es cruz, pero guía al paraíso.
Ya
hemos comenzado; no se debe volver atrás, ni conviene dejarla.
5.
¡Ea!, hermanos, vamos juntos; Jesús será con nosotros.
Por
Jesús tomamos esta cruz, por Jesús perseveremos en ella.
Será
nuestro auxiliador el que es nuestro capitán y fue nuestro ejemplo.
Mirad
a nuestro Rey, que va delante de nosotros y peleará por nosotros.
Sigámosle
varonilmente; nadie tema los terrores; estemos preparados "a morir con
ánimo en la batalla, y no demos tal afrenta a nuestra gloria que huyamos"
(1Mac 9,10) de la cruz.
Capítulo
57
Que
no debe acobardarse demasiado
el
que cae en algunas faltas
Jesucristo.- 1. Hijo, más me agradan la
humildad y paciencia en la adversidad que el mucho consuelo y devoción en la
prosperidad.
¿Por
qué te entristece una pequeña cosa dicha contra ti?
Aunque
más fuera, no debieras inquietarte.
Mas
ahora déjala pasar, porque no es la primera, ni nueva, ni será la última si
mucho vivieres.
Harto
esforzado eres cuando ninguna cosa contraria te viene.
Aconsejas
bien y sabes alentar a otros con palabras; pero cuando viene a tu puerta alguna
repentina tribulación, luego te falta consejo y esfuerzo.
Mira
tu gran fragilidad, que experimentas a cada paso en pequeñas ocasiones; mas
todo este mal que te sucede es para tu aprovechamiento.
2.
Apártalo como mejor supieres de tu corazón, y si llegó a tocarte, no permitas
que te abata ni te enrede mucho tiempo.
Sufre
a lo menos con paciencia, si no puedes con alegría.
Y
si oyes algo contra tu gusto y te sientes irritado, refrénate y no dejes salir
de tu boca alguna palabra desordenada que pueda escandalizar a los débiles.
Presto
se aquietará el ímpetu excitado en tu corazón, y el dolor interior se
dulcificará con la vuelta de la gracia.
Aún
vivo yo -dice el Señor-, dispuesto para ayudarte y para consolarte más de lo
acostumbrado, si confías en mí y me llamas con devoción.
3.
Ten buen ánimo y apercíbete para trances mayores.
Aunque
te veas muchas veces atribulado, o gravemente tentado, no por eso está ya todo
perdido. Hombre eres y no dios; carne y no ángel.
¿Cómo
podrás tú estar siempre en un mismo estado de virtud, cuando le faltó al ángel
en el cielo y al primer hombre en el paraíso?
Yo
soy el que levanta con entera salud a los que lloran, y traigo a mi divinidad
los que conocen su flaqueza.
El
alma.- 4. Señor, bendita sea tu palabra "dulce para mi boca más que la
miel y el panal" (Sal 18,11).
¿Qué
haría yo en tantas tribulaciones y angustias, si tú no me animases con tus
santas palabras?
Con
tal que al fin llegue yo al puerto de salvación, ¿qué se me da de cuanto
hubiere padecido?
Dame
buen fin; dame una dulce partida de este mundo.
Acuérdate
de mí, Dios mío, y guíame por camino derecho a tu reino. Amén.
Capítulo
58
Que
no se deben escudriñar las cosas altas
y
los juicios ocultos de Dios
Jesucristo.- 1. Hijo, guárdate de disputar de
materias altas y de los secretos juicios de Dios; por qué uno es desamparado y
otro tiene tantas gracias; por qué está uno muy afligido y otro tan altamente
ensalzado.
Estas
cosas exceden a toda humana capacidad, y no basta razón ni disputa alguna para
investigar el juicio divino.
Por
eso, cuando el enemigo te trajere esto al pensamiento, o algunos hombres
curiosos lo preguntaren, responde aquello del profeta: "Justo eres, Señor,
y justo tu juicio" (Sal 118,75).
Y
también: "Los juicios del Señor son verdaderos y justificados en sí
mismos" (Sal 18,10).
Mis
juicios han de ser temidos, no examinados; porque no se comprenden con
entendimiento humano.
2. Tampoco te pongas a inquirir o disputar de
los merecimientos de los santos, cuál sea más santo o mayor en el reino de los
cielos.
Estas
cosas muchas veces causan contiendas y disensiones sin provecho, y crean
soberbia y vanagloria, de donde nacen envidias y discordias, cuando uno quiere
preferir imprudentemente un santo y otro quiere a otro.
Querer
saber e inquirir tales cosas ningún fruto trae, antes desagrada mucho a los
santos, "porque yo no soy Dios de discordia, sino de paz" (1Cor
14,33), la cual consiste más en la verdadera humildad que en la propia estima.
3. Algunos con celo de amor se aficionan a
unos santos más que a otros; pero más por afecto humano que divino.
Yo
soy el que hice a todos los santos; yo les di la gracia; yo les he dado la
gloria.
Yo
sé los méritos de cada uno; "yo les previne con bendiciones de mi
dulzura" (Sal 20,4).
Yo
conocí mis amados antes de los siglos; "yo los escogí del mundo, y no
ellos a mí" (Jn 15,19).
Yo
los llamé por gracia y atraje por misericordia; yo los llevé por diversas
tentaciones.
Yo
les envié grandes consolaciones, les di la perseverancia y coroné su paciencia.
4. Yo conozco al primero y al último. Yo los
abrazo a todos con amor inestimable.
Yo
soy digno de ser alabado en todos mis santos y ensalzado sobre todas las cosas;
yo debo ser honrado por cada uno de cuantos he engrandecido y predestinado, sin
preceder algún merecimiento suyo.
Por
eso, quien despreciare a uno de mis pequeñuelos, no honra al grande, porque
"yo hice al grande y al pequeño" (Sab 6,8).
Y
el que quisiere deprimir alguno de los santos, a mí me deprime y a todos los
demás del reino de los cielos.
Todos
son una misma cosa por el vínculo de la caridad; todos tienen un mismo parecer
y un mismo querer, y todos se aman recíprocamente.
5.
Y, sobre todo, más me aman a mí que a sí mismos y a todos sus merecimientos.
Porque
elevados sobre sí y libres de su propio amor, se pasan del todo al mío, y en él
descansan con gozo inexplicable.
No
hay cosa que los pueda apartar ni derribar, porque, llenos de la verdad eterna,
arden en el fuego inextinguible de la caridad.
Callen,
pues, los hombres carnales y animales, y no disputen del estado de los santos,
pues no saben amar sino los gozos particulares. Quitan y ponen según su
inclinación, no como agrada a la eterna Verdad.
6.
Hácelo en muchos la ignorancia; mayormente en los que entienden poco de
espíritu y con dificultad saben amar a alguno con perfecto amor espiritual; y
aún los lleva mucho el afecto natural y la amistad humana, con la cual se
inclinan más a unos que a otros; y así como sienten de las cosas terrenas, así
imaginan de las celestiales.
Mas
hay grandísima diferencia entre lo que piensan los hombres imperfectos y lo que
saben los varones espirituales por la revelación divina.
7. Guárdate, pues, hijo, de tratar
curiosamente de las cosas que exceden a tu alcance; trabaja más bien y procura
que puedas ser siquiera el menor en el reino de Dios.
Y
aunque uno supiese quién es más santo que otro, o el mayor en el reino del
cielo, ¿de qué le servirá el saberlo si no se humillase delante de mí por este
conocimiento y no se levantase a alabar más puramente mi nombre?
Mucho
más agradable es a Dios el que piensa en la gravedad de sus propios pecados y
en la poquedad de sus virtudes, y cuán lejos está de la perfección de los
santos, que el que porfía cuál será mayor o menor entre ellos.
Mejor
es rogar a los santos con devotas oraciones y lágrimas, y con humilde corazón
invocar su favor, que escudriñar sus secretos con inútil investigación.
8. Ellos están cumplidamente contentos si los
hombres saben contentarse y refrenar la vanidad de sus lenguas.
No
se glorían de sus propios merecimientos, pues que ninguna cosa buena se
atribuyen a sí mismos, sino todo a mí; porque yo les di todo cuanto tienen con
infinita caridad.
Llenos
están de tanto amor a la divinidad, y de tal abundancia de gozos, que ninguna
parte de gloria les falta, ni les puede faltar cosa alguna de bienaventuranza.
Todos
los santos, cuanto más altos están en la gloria, tanto más humildes son en sí
mismos, y están más cercanos a mí, y son más amados de mí.
Por
lo cual está escrito que "abatieron sus coronas delante de Dios, y se
postraron rostro por tierra delante del Cordero, y adoraron al que vive por los
siglos de los siglos" (Ap 4,10; 5,14).
9.
Muchos preguntan "quién es el mayor en el reino de Dios" (Mt 18,1),
que no saben si serán dignos de ser contados con los ínfimos.
Gran
cosa es ser en el cielo siquiera el menor, donde todos son grandes, porque
"todos se llamarán" y serán "hijos de Dios" (Rom 9,26).
Pues
cuando preguntaron los discípulos quién fuese mayor en el reino de los cielos,
tuvieron esta respuesta:
"Si
no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos".
"Por
eso, cualquiera que se humillare como niño, aquel será el mayor en el reino de
los cielos" (Mt 18,3).
10. ¡Ay de aquellos que se desdeñan de
humillarse de voluntad con los pequeñitos, porque la puerta humilde y angosta
del reino celestial no les permitirá entrar!
"¡Ay
también de los ricos que tienen aquí sus deleites" (Lc 6,24), porque
cuando entraren los pobres en el reino de Dios, quedarán ellos fuera llorando!
Alegraos
los humildes y regocijaos "los pobres, que vuestro es el reino de
Dios" (Lc 6,20), con tal que andéis en el camino de la verdad.
Capítulo
59
Que
toda la esperanza y confianza se debe poner sólo en Dios
El alma.- 1. Señor, ¿cuál es mi confianza en
esta vida, o cuál mi mayor contento de cuantos hay debajo del cielo?
¿Por ventura no eres tú mi Dios y Señor, cuyas
misericordias no tienen número?
¿Dónde
me fue bien sin ti?, o cuándo me pudo ir mal estando tú presente?
Más
quiero ser pobre por ti que rico sin ti.
Por
mejor tengo peregrinar contigo en la tierra que sin ti poseer el cielo. Donde
tú estás, allá está el cielo, y donde no, el infierno y la muerte.
A
ti se dirige todo mi deseo, y por eso no cesaré de orar, gemir y clamar en pos
de ti.
En
fin, yo no puedo confiar del todo en alguno que me ayude oportunamente en mis
necesidades, sino en ti solo, Dios mío.
Tú
eres mi esperanza y mi confianza; tú mi consolador y el amigo más fiel en todo.
2. "Todos buscan su interés" (Flp
2,21); tú buscas solamente mi salud y mi aprovechamiento, y todo me lo
conviertes en bien.
Aunque
algunas veces me dejes en diversas tentaciones y adversidades, todo lo ordenas
para mi provecho; que sueles de mil modos probar a tus escogidos.
En
esta prueba no menos debes ser amado y alabado que si me colmases de
consolaciones celestiales.
3. En ti, pues, Señor Dios, pongo toda mi
esperanza y refugio; en tus manos dejo todas mis tribulaciones y angustias;
porque fuera de ti todo lo hallo débil e inconstante.
Porque
no me aprovecharán los muchos amigos, ni podrán ayudarme los defensores
poderosos, ni los consejeros discretos darme respuesta conveniente, ni los
libros doctos consolarme, ni cosa alguna preciosa librarme, ni algún lugar
secreto y delicioso asegurarme, si tú mismo no me auxilias, ayudas, esfuerzas,
consuelas, enseñas y guardas.
4.
Porque todo lo que parece conducente para tener paz y felicidad es nada si tú
estás ausente, ni da sino una sombra de felicidad.
Tú
eres, pues, fin de todos los bienes, alteza de vida y abismo de sabiduría, y
esperar en ti sobre todo es grandísima consolación para tus siervos.
A
ti, Señor, levanto mis ojos; en ti confió, Dios mío, Padre de misericordias.
Bendice
y santifica mi alma con bendición celestial, para que sea morada santa tuya y
silla de tu gloria eterna, y no haya en este templo tuyo cosa que ofenda los
ojos de tu Majestad soberana.
Mírame
según la grandeza de tu bondad, y según la multitud de tus misericordias, y oye
la oración de este pobre siervo tuyo, desterrado lejos en la región de la
sombra de la muerte.
Defiende
y conserva el alma de este tu siervecillo entre tantos peligros de la vida
corruptible, y acompañándola tu gracia, guíala por el camino de la paz a la
patria de la perpetua claridad. Amén.
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