Santo Rey David .
Profeta
Profeta
El
Miserere
SALMO 51 (50)
Tenme
piedad, oh Dios, según tu amor,
Por tu
inmensa ternura borra mi delito,
Lávame a
fondo de mi culpa,
y de mi
pecado purifícame.
Pues mi
delito yo lo reconozco,
Mi pecado
sin cesar está ante mí;
Contra
Ti, contra Ti solo he pecado,
Lo malo a
tus ojos cometí.
Por que
aparezca tu justicia cuando hablas
y tu
victoria cuando juzgas.
Mira que
en la culpa ya nací,
Pecador
me concibió mi madre.
Mas Tú
amas la verdad en lo íntimo del ser,
y en lo
secreto me enseñas la sabiduría.
Rocíame
con el hisopo, y seré limpio,
Lávame, y
quedaré más blanco que la nieve.
Devuélveme
el son del gozo y la alegría,
Exulten
los huesos que machacaste Tú.
Retira tu
faz de mis pecados,
Borra
todas mis culpas.
Crea en
mí, oh Dios, un corazón puro ,
Un
espíritu dentro de mí renueva;
No me
rechaces lejos de tu rostro,
No
retires de mí tu santo espíritu.
Vuélveme
la alegría de tu salvación,
y en
espíritu generoso afiánzame;
Enseñaré
a los rebeldes tus caminos,
y los
pecadores volverán a Ti
Líbrame
de la sangre, Dios, Dios de mi salvación,
y aclamará mi lengua tu justicia.
Abre, Señor,
mis labios,
y
publicará mi boca tu alabanza.
Pues no
te agrada el sacrificio,
Si
ofrezco un holocausto no lo aceptas.
El
sacrificio a Dios es un espíritu contrito;
Un
corazón contrito y humillado, oh Dios,
no lo
desprecias.
¡Favorece
a Sión en tu benevolencia,
Reconstruye
las murallas de Jerusalén!
Entonces
te agradarán los sacrificios justos,
--holocausto
y oblación entera--
Se
ofrecerán entonces sobre tu altar, novillos.
Toda la Gloria
al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era
en el principio, ahora y siempre,
y por los
siglos de los siglos. Amén.
Latín:
Miserére
mei, Deus,
secúndum
misericórdiam tuam; et secúndum
multitúdinem
miseratiónum
tuárum dele
iniquitátem meam.
Amplius
lava me ab iniquitáte mea
et a
peccáto meo munda me.
Quóniam iniquitátem meam ego cognósco,
et peccátum meum contra me est semper.
Tibi, tibi soli peccávi et malum coram te feci,
ut iustus inveniáris in senténtia tua
et æquus in
iudíci o tuo. Ecce enim in iniquitáte
generátus sum,et in peccáto concépit me mater mea.
Ecce enim veritátem in corde dilexísti
et in occúlto sapiéntiam
manifestásti mihi. Aspérges
me hyssópo, et mundábor;
lavábis me, et super nivem dealbábor.
Audíre me fácies gáudium et lætítiam,
et
exsultábunt ossa, quæ
contrivísti.
Avérte
fáciem tuam a peccátis meis et omnes
iniquitátes meas dele.
Cor mundum
crea in me, Deus,
et spíritum
firmum ínnova in viscéribus meis.
Ne proícias
me a fácie tua
et spíritum
sanctum tuum ne áuferas a me.
Redde mihi
lætítiam salutáris tui
et spíritu
promptíssimo confírma me.
Docébo
iníquos vias tuas,
et ímpii ad
te converténtur. Líbera
me de sanguínibus,
Deus, Deus
salútis meæ,
et
exsultábit lingua mea iustítiam tuam.
Dómine,
lábia mea apéries,
et os meum annuntiábit laudem tuam.
Non enim
sacrifício delectáris,
holocáustum, si ófferam, non
placébit.
Sacrifícium
Deo spíritus contribulátus,
cor
contrítum et humiliátum,
Deus, non
despícies. Benígne
fac,
Dómine, in
bona voluntáte tua Sion,
ut
ædificéntur muri Ierúsalem.
Tunc
acceptábis sacrifícium iustítiæ,
oblatiónes
et holocáusta;
tunc
impónent super altáre tuum vítulos.
Amén.
Catequesis
del Papa Juan Pablo II: Salmo 50
Miserere (ten piedad)
Audiencia del Miércoles 24 de octubre 2001
El "Miserere", una de las oraciones más célebres del
Salterio, el Salmo penitencial más intenso y repetido, el canto del pecado y
del perdón, la meditación más profunda sobre la culpa y su gracia. La Liturgia
de las Horas nos lo hace repetir en las Laudes de todos los viernes. Desde hace
siglos y siglos se eleva hacia el cielo desde muchos corazones de fieles judíos
y cristianos como un suspiro de arrepentimiento y de esperanza dirigido a Dios
misericordioso.
La tradición judía ha puesto el Salmo 50 en labios de David,
quien fue invitado a hacer penitencia por las palabras severas del profeta
Natán (cf. versículos 1-2; 2Samuel 11-12), que le reprochaba el adulterio
cometido con Betsabé y el asesinato de su marido Urías. El Salmo, sin embargo,
se enriquece en los siglos sucesivos con la oración de otros muchos pecadores
que recuperan los temas del "corazón nuevo" y del
"Espíritu" de Dios infundido en el hombre redimido, según la
enseñanza de los profetas Jeremías y Ezequiel (cf. v. 12; Jeremías 31,31-34; Ezequiel
11,19; 36, 24-28).
2. El Salmo 50 presenta dos horizontes. Ante todo, aparece la
región tenebrosa del pecado (cf. versículos 3-11), en la que se sitúa el hombre
desde el inicio de su existencia: "Mira, en la culpa nací, pecador me
concibió mi madre" (versículo 7). Si bien esta declaración no puede ser
asumida como una formulación explícita de la doctrina del pecado original tal y
como ha sido delineada por la teología cristiana, no cabe duda de que es
coherente: expresa de hecho la dimensión profunda de la debilidad moral innata
en el hombre. El Salmo se presenta en esta primera parte como un análisis ante
Dios del pecado. Utiliza tres términos hebreos para definir esta triste
realidad que procede de la libertad humana mal utilizada.
3. El primer vocablo "hattá" significa literalmente
"no dar en el blanco": el pecado es una aberración que nos aleja de
Dios, meta fundamental de nuestras relaciones, y por consiguiente también nos
aleja del prójimo. El segundo término hebreo es "awôn", que hace
referencia a la imagen de "torcer", "curvar". El pecado es,
por tanto, una desviación tortuosa del camino recto; es la inversión, la
distorsión, al deformación del bien y del mal, en el sentido declarado por
Isaías: "¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad
por luz, y luz por oscuridad" (Isaías 5, 20). Precisamente por este
motivo, en la Biblia la conversión es indicada como un "regresar" (en
hebreo "shûb") al camino recto, haciendo una corrección de ruta.
La tercera palabra con la que el Salmista habla del pecado es
"peshá". Expresa la rebelión del súbdito contra su soberano, y por
tanto constituye un desafío abierto dirigido a Dios y a su proyecto para la
historia humana.
4. Si por el contrario el hombre confiesa su pecado, la justicia
salvífica de Dios se demuestra dispuesta a purificarlo radicalmente. De este
modo, se pasa a la segunda parte espiritual del Salmo, la luminosa de la gracia
(cf. versículos 12-19). A través de la confesión de las culpas se abre de hecho
para el orante un horizonte de luz en el que Dios actúa. El Señor no obra sólo
negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad
pecadora a través de su Espíritu vivificante: infunde en el hombre un
"corazón" nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre
la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios.
Orígenes habla en este sentido de una terapia divina, que el
Señor realiza a través de su palabra mediante la obra sanadora de Cristo:
"Al igual que Dios predispuso los remedios para el cuerpo de las hierbas
terapéuticas sabiamente mezcladas, así también preparó para el alma medicinas
con las palabras infusas, esparciéndolas en las divinas Escrituras... Dios dio
también otra actividad médica de la que es primer exponente el Salvador, quien
dice de sí: "No tienen necesidad de médico los sanos; sino los
enfermos". Él es el médico por excelencia capaz de curar toda debilidad,
toda enfermedad" ("Omelie sui Salmi" --"Homilías sobre los
Salmos"--, Florencia 1991, páginas 247-249).
5. La riqueza del Salmo 50 merecería una exégesis detallada en
todas sus partes. Es lo que haremos cuando vuelva a resonar en las Laudes de
los diferentes viernes. La mirada de conjunto, que ahora hemos dirigido a esta
gran súplica bíblica, nos revela ya algunos componentes fundamentales de una
espiritualidad que debe reflejarse en la existencia cotidiana de los fieles.
Ante todo se da un sentido sumamente vivo del pecado, percibido como una decisión
libre, de connotaciones negativas a nivel moral y teologal: "contra ti,
contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces" (versículo 6).
No menos vivo es el sentimiento de la posibilidad de conversión
que aparece después en el Salmo: el pecador, sinceramente arrepentido (cf.
versículo 5), se presenta en toda su miseria y desnudez ante Dios, suplicándole
que lo le rechace de su presencia (cf. versículo 13).
Por último, en el "Miserere", se da una arraigada
convicción del perdón divino que "borra", "lava",
"limpia" al pecador (cf. versículos 3-4) y llega incluso a
transformarlo en una nueva criatura de espíritu, lengua, labios, corazón
transfigurados (cf. versículos 14-19). "Aunque nuestros pecados fueran
negros como la noche --afirmaba santa Faustina Kowalska--, la misericordia
divina es más fuerte que nuestra miseria. Sólo hace falta una cosa: que el
pecador abra al menos un poco la puerta de su corazón... el resto lo hará
Dios... Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia termina" (M.
Winowska, "L'icona dell'Amore misericordioso. Il messaggio di suor
Faustina" --"Icono del Amor misericordioso. El mensaje de sor
Faustina"--, Roma 1981, p. 271).
Catequesis
del Papa Juan Pablo II: Salmo 50
Miserere (ten piedad)
Audiencia del Miércoles 30 de
julio 2003
La «Imitación de Cristo», texto sumamente querido por la
tradición espiritual cristiana, repite la misma admonición del Salmista: «La
contrición de los pecados es para ti sacrificio grato, un perfume mucho más
delicado que el perfume del incienso... En ella se purifica y se lava toda
iniquidad» (III, 52,4).
En sus «Homilías sobre Ezequiel», san Gregorio Magno
comprendió bien la diferencia de perspectiva que se da entre los versículos 19
y 21 del «Miserere». Propone una interpretación que podemos hacer nuestra,
concluyendo así nuestra reflexión. San Gregorio aplica el versículo 19, que
habla de espíritu contrito, a la existencia terrena de la Iglesia, mientras que
refiere el versículo 21, que habla de Holocausto, a la Iglesia en el cielo.
Estas son las palabras de aquel gran pontífice:
«La santa Iglesia tiene
dos vidas: una en el tiempo y otra en la eternidad; una de fatiga en la tierra,
otra de recompensa en el cielo; una en la que se gana los méritos, otra en la
que goza de los méritos ganados. Tanto en una como en la otra vida ofrece el
sacrificio: aquí el sacrificio de la compunción y allá arriba el sacrificio de
alabanza.
Sobre el primer sacrificio se ha dicho:
«Mi sacrificio a Dios es un espíritu quebrantado» (Salmo 50,
19); sobre el segundo está escrito: «entonces aceptarás los sacrificios
rituales, ofrendas y holocaustos» (Salmo 50, 21)… En ambos casos se ofrece la
carne, pues aquí la oblación de la carne es la mortificación del cuerpo,
mientras que allá arriba la oblación de la carne es la gloria de la
resurrección en la alabanza a Dios.
Allá arriba se ofrecerá la carne como holocausto, cuando
transformada en la incorruptibilidad eterna, ya no se dé ningún conflicto ni
haya nada mortal, pues perdurará totalmente encendida de amor por Él, en la
alabanza sin fin» («Homilías sobre Ezequiel» 2, Roma 1993, p. 271).
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