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jueves, 25 de junio de 2015

EL NACIMIENTO DE JUAN ES ANUNCIADO A ZACARÍAS ---NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA 24 DE JUNIO -FIESTA DE SAN JUAN BAUTISTA


Juan el Bautista

Juan el Bautista fue el precursor de Jesús. Él era el hijo de Zacarías e Isabel, ambos de linaje sacerdotal (Lucas 1:5-25, 56-58).

Vivió como un nazareno en el desierto (Lucas 1:15; Matt 11:12-14,18).



Comenzó su ministerio más allá de Jordania en el 15 º año de Tiberio César (Lucas 3:1-3).

Él predicaba el bautismo del arrepentimiento en preparación para la venida del Mesías (Lucas 3:4-14).

Él bautizó a Jesús (Mateo 3:13-17, Marcos 1:9,10; Lucas 3:21; Juan 1:32).

Él dio testimonio de Jesús como el Mesías (Juan 1:24-42).

Fue encarcelado y condenado a muerte por Herodes Antipas (Mateo 14:6-12, Marcos 6:17-28).

 Fue elogiado por Jesús (Mateo 11:7-14, Lucas 7:24-28).

Los discípulos fueron leales a él mucho tiempo después de su muerte (Hechos 18:25).




Mensajes De Dios Al Mundo a Través de su profeta: Ana Catalina Emmerick


El Nacimiento de Juan es Anunciado a Zacarías


He visto a Zacarías hablando con Isabel, confiándole la pena que le causaba tener que ir a cumplir su servicio en el Templo de Jerusalén, debido al desprecio con que se le trataba por la esterilidad de su matrimonio.

Zacarías estaba de servicio dos veces por año: No vivían en Hebrón mismo, sino a una legua de allí, en Juta.

 Entre Juta y Hebrón subsistían muchos antiguos muros; quizás en otros tiempos aquellos dos lugares habían estado unidos.
Al otro lado de Hebrón se veían muchos edificios diseminados, como restos de la antigua ciudad que fue en otros tiempos tan grande como Jerusalén.

Los sacerdotes que habitaban en Hebrón eran menos elevados en dignidad que los que vivían en Juta.

Zacarías era así como jefe de estos últimos y gozaba, lo mismo que Isabel, del mayor respeto a causa de su virtud y de la pureza de su linaje de Aarón, su antepasado.

 He visto a Zacarías visitar, con varios sacerdotes del país, una pequeña propiedad suya en las cercanías de Juta.

Era un huerto con árboles frutales y una casita.
Zacarías oró allí con sus compañeros, dándoles luego instrucciones y preparándolos para el servicio del Templo que les iba a tocar.
También le oí hablar de su aflicción y del presentimiento de algo que habría de sucederle.

 Marchó Zacarías con aquellos sacerdotes a Jerusalén, donde esperó cuatro días hasta que le llegó el turno de ofrecer sacrificio.

Durante este tiempo oraba continuamente en el Templo.

Cuando le tocó presentar el incienso, lo vi entrar en el Santuario, donde se hallaba el altar de los perfumes delante de la entrada del Santo de los Santos.

Encima de él el techo estaba abierto, de modo que podía verse el cielo.

 El sacerdote no era visible desde el exterior.

 En el momento de entrar, otro sacerdote le dijo algo, retirándose de inmediato.

Cuando Zacarías estuvo solo, vi que levantaba una cortina y entraba en un lugar oscuro. Tomó algo que colocó sobre el altar, encendiendo el incienso.
En aquel momento pude ver, a la derecha del altar, una luz que bajaba hacia él y una forma brillante que se acercaba.
Asustado, arrebatado en éxtasis, le vi caer hacia el altar.

El ángel lo levantó, le habló durante largo tiempo, y Zacarías respondía.
Por encima de su cabeza el cielo estaba abierto y dos
ángeles subían y bajaban como por una escala.


El cinturón de Zacarías estaba desprendido, quedando sus ropas entreabiertas; vi que uno de los ángeles parecía retirar algo de su cuerpo mientras el otro le colocaba en el flanco unobjeto luminoso. Todo esto se asemejaba a lo que había sucedido cuando Joaquín recibió la bendición del ángel para la concepción de la Virgen Santísima.

Los sacerdotes tenían por costumbre salir del Santuario inmediatamente después de haber encendido el incienso.

Como Zacarías tardara mucho en salir, el pueblo, que oraba afuera, esperando, empezó a inquietarse; pero Zacarías, al salir, estaba mudo y vi que escribió algo sobre una tablilla.

Cuando salió al vestíbulo muchas personas se agruparon a su alrededor preguntándole la razón de su tardanza; mas él no podía hablar, y haciendo signos con la mano, mostraba su boca.
 La tablilla escrita, que mandó a Juta en seguida a casa de Isabel, anunciaba que Dios le había hecho una promesa y al mismo tiempo le decía que había perdido el uso de la palabra.

Al cabo del tiempo se volvió a su casa. También Isabel había recibido una revelación, que ahora no recuerdo cómo. Zacarías era un hombre de estatura elevada, grande y de porte majestuoso.




Lucas 1

5    Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel;

6    los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor.

7    No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.

8    Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo,
9    le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso.

10  Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso.
11  Se le apareció el Angel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso.

12  Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él.


13  El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan;
14  será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento,
15  porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre,
16  y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios,

17  e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, = para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, = y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.»

18  Zacarías dijo al ángel: = «¿En qué lo conoceré? = Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad.»

19  El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva.


20  Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo.»

21  El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario.

22  Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablabla por señas, y permaneció mudo.

23  Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa.

24  Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses



25  diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres.»









Santa Isabel huye al desierto
 con el niño Juan


Zacarías e Isabel conocían el peligro qué amenazaba a los niños, porque creo que la Sagrada Familia les envió un mensaje de confianza.

He visto a Isabel llevándose al niño Juan a un sitio muy retirado del desierto, a unas dos leguas de Hebrón.


Zacarías los acompañó hasta un lugar donde atravesaron un arroyuelo, pasando sobre una viga tendida. Allí se separó de ellos y se encaminó a Nazaret por el camino que María había tomado cuando fue a visitar a su prima Isabel. Creo que iba a pedir mejores informes a Santa Ana.

 Allí, en Nazaret, varios amigos de la Sagrada Familia estaban muy tristes por la partida.

He visto que Juan, en el desierto, no llevaba sobre el cuerpo más que una piel de cordero, y a los dieciocho meses ya podía correr y saltar. Tenía en la mano un bastoncito blanco, con el que jugaba como juegan los niños.

El desierto no era una inmensa extensión arenosa y estéril, sino una soledad con muchas rocas, barrancos y grutas, donde crecían arbustos diversos con bayas y frutos silvestres.

 Isabel llevó al niño Juan a una gruta donde más tarde vivió María Magdalena después de la muerte del Salvador.

No sé cuánto tiempo estuvo oculta allí Isabel con el niño: probablemente quedó todo el tiempo hasta que no podía ya temerse la persecución de Herodes.

Regresó con su hijo a Juta, pero volvió a huir cuando Herodes convocó a las madres que tenían hijos menores de dos años, lo cual tuvo lugar un año más tarde.

No puedo decir los días, pero contaré las escenas de la
huida conforme recuerdo haberlas visto.



La Sagrada Familia se detiene en una gruta
y ve al niño Juan



Cuando hubo pasado la Sagrada Familia algunas alturas del Monte de los Olivos, la vi huyendo hacia Belén, en dirección de Hebrón.

A unas dos leguas del bosque de Mambré los vi refugiarse en una gruta amplia, abierta en un desfiladero agreste, encima del cual se hallaba un lugar parecido al nombre de Efraín, Me parece que era la sexta vez que se detenían en el camino.

Llegaron llenos de fatiga y de tristeza. María estaba muy afligida y lloraba. Sufrían toda clase de privaciones, pues tenían que tomar los senderos apartados y evitar los poblados y las posadas públicas. Descansaron durante todo el día. Tuvieron lugar aquí algunos hechos milagrosos para aliviar su miseria.

Brotó una fuente en la gruta, por la oración de María, y una cabra salvaje se acercó a ellos y se dejó ordeñar.

Finalmente se les apareció un ángel, que los consoló y animó.

En esta gruta había rezado a menudo un profeta y Samuel se detuvo algunas veces. David guardaba en la vecindad los rebaños de su padre, y aquí mismo mientras oraba recibió de un ángel la orden y el mandato de combatir contra Goliat.

Después de dejar la gruta caminaron siete leguas hacia el Mediodía, dejando a su izquierda el Mar Muerto, y unas dos leguas más allá de Hebrón entraron en el desierto donde se encontraba por entonces el pequeño Juan, pasando a un tiro de flecha de la gruta donde estaban refugiados.

Los he visto avanzar en medio de un desierto de arena, muy lánguidos y cansados. El recipiente de agua y el cantarillo de bálsamo estaban vacíos; María estaba sedienta y triste, y el Niño también tenía sed. Se detuvieron fuera del camino en una hondonada donde había zarzales y un poco de césped reseco.

María bajó del asno, sentóse en el suelo y puso al Niño ante sí. Estaba triste y rezaba.
Mientras María, como Agar en el desierto, pedía un poco de agua para el Niño, mis ojos vieron una escena conmovedora.

La gruta donde Isabel tenía escondido al niño Juan, estaba a poca distancia, en medio de unas rocas altas. Pude ver al niño Juan vagando entre malezas y piedras. Me pareció lleno de inquietud y como si esperara algo; no pude ver a su madre.


La vista de aquel niño corriendo con paso seguro por ese lugar desierto producía una viva impresión. De la misma manera que se había estremecido en el seno de su madre, como queriendo ir al encuentro de su Señor, esta vez se hallaba excitado por la vecindad de su Redentor, que estaba sediento.

Tenía sobre los hombros una piel de cordero, sujeta por la cintura, y en la mano un bastoncito, en cuya alta punta flotaba una banderola de corteza. Sentía que Jesús pasaba y que tenía sed. Se puso de rodillas y clamó a Dios con los bracitos tendidos. Luego se levantó con rapidez corrió impulsado por el espíritu hasta un costado de la roca, y golpeó el suelo con su vara, brotando de inmediato agua abundante.



Juan corrió hacia el sitio donde caía, y allí se detuvo, y vio a lo lejos a la Sagrada Familia que pasaba.


María alzó al Niño en los brazos y señalando hacia el lugar, dijo:  "Mira a Juan en el desierto".

 Vi a Juan estremecerse de alegría junto al agua que caía; hizo una señal con su banderola, y luego huyó a su soledad.

El arroyo, después de algún tiempo, llegó hasta el camino que seguían los viajeros. Los he visto pasar y detenerse junto a unos zarzales en un lugar cómodo donde había un poco de césped, aunque seco.

María bajó con el Niño de la cabalgadura y se sentó sobre el césped. Todos estaban llenos de alegría. José cavó una pequeña hondura, que pronto se llenó de agua, y cuando estuvo limpia todos bebieron.

María bañó al Niño y luego se lavaron las manos, la cara y los pies; José trajo el asno y le dio de beber, y finalmente llenó de agua su recipiente. Estaban llenos de alegría y de agradecimiento. El césped seco reverdeció con el agua;
el sol se mostró brillante, y todos se, encontraron reanimados, aunque silenciosos.

Se detuvieron allí dos o tres horas.

A poca distancia de una ciudad sobre la frontera del desierto, a dos leguas más o menos del Mar Muerto, fue donde se detuvo la Sagrada Familia por última vez en los dominios de Herodes.

 El nombre de la ciudad era así como Anam, Anem o Anim.

 Pidieron entrada en una casa aislada, que era posada para gentes que atravesaban el desierto.

Contra una altura había algunas cabañas y cobertizos, y en los alrededores muchos frutales silvestres.

Me pareció que los habitantes eran camelleros, porque he visto pastando varios camellos rodeados de vallas.

Eran gentes dé costumbres salvajes, dedicadas, me parece, al pillaje; con todo, recibieron bien a la Sagrada Familia y le dieron hospitalidad.

 En la vecina ciudad habitaban gentes de costumbres desordenadas, que habían huido después de una guerra.

Entre las personas de la posada había un joven de unos veinte años, llamado Rubén.

En una noche estrellada he visto hoy a la Sagrada Familia atravesando un terreno arenoso, cubierto de maleza corta.

 Me parecía viajar con ellos por el desierto. El paraje era peligroso por la cantidad de serpientes ocultas en la
maleza y enrolladas entre la hojarasca. Se acercaban silbando y levantando sus cabezas contra la Sagrada Familia, que pasaba tranquila, rodeada de luz.

He visto otros animales dañinos, de patas cortas, y una especie, con alas sin plumas, como grandes aletas, y el cuerpo largo y negruzco. Pasaban rápidamente como si volaran; la cabeza se parecía a la de los peces. (Quizás lagartos voladores).

 La Sagrada Familia llegó a un camino ahuecado, que era
una excavación profunda del terreno y quisieron descansar allí entre los zarzales.

Tuve miedo por ellos, porque el sitio era horrible y quise hacerles una muralla de zarzas entrelazadas; pero se me presentó una bestia horrible, parecida a un oso y me sentí llena de ansiedad terrible.

De pronto apareció un viejo amigo mío, sacerdote, que ha muerto hace poco, y se presentaba ahora como un hermoso joven. Tomó a la bestia feroz por la nuca y la alejó de allí.

Yo le pregunté por qué había venido, pues seguramente se encontraría mejor allá donde estaba, y me respondió:


"Quería socorrerte; no me quedaré mucho tiempo". Me dijo también que yo volvería a verlo.








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