Dijo Dios:
Sea hecha la luz, y fue hecha la luz; porque no habla sólo
de la luz material, sino, también de las luces angélicas o intelectuales.
Mensajes De Dios Al
Mundo a través de la Venerable: Sor María de Jesús de Agreda
CAPITULO 7
* Hipostática: La unión Dios-Hombre.
Cómo el Altísimo dio principio a sus obras; y todas las cosas
materiales creó para el hombre.
Causa de todas las causas fue
Dios y Creador de todo lo que tiene ser; y con el poder de su brazo quiso dar principio
a todas sus maravillosas obras ad extra, cuando y como fue su voluntad.
El orden y principio de esta
creación refiere Moisés en el capítulo 1 del Génesis y, porque elSeñor me ha
dado su inteligencia, diré aquí lo conveniente para ir buscando desde su origen
las obras y misterios de la encarnación del Verbo y de nuestra redención.
La letra del cap. 1 del Génesis dice de esta
manera:
En el principio creó Dios el
cielo y la tierra. Y estaba la tierra sin frutos y vacía y las tinieblas
estaban sobre la haz del abismo y el espíritu del Señor era llevado sobre las
aguas.
Y dijo Dios:
Sea hecha la luz, y fue hecha
la luz.
Y vio Dios la luz que era buena y dividióla y
apartóla de las tinieblas; y a la luz llamó día y a las tinieblas noche; y fue
hecho día de tarde y mañana (Gén., 1, 1-5), etc.
En este día primero, dice
Moisés, que en el principio creó Dios el cielo y la tierra, porque este
principio fue el que dio el todopoderoso Dios, estando en su ser inmutable,
como saliendo de él a crearfuera de sí mismo a las criaturas, que entonces
comenzaron a tener ser en sí mismas y Dios como a recrearse en sus hechuras,
como obras adecuadamente perfectas.
Y para que el orden fuera también
perfectísimo, antes de crear criaturas intelectuales y racionales, formó el
cielo para los ángeles y hombres y la tierra donde primero los mortales habían
de ser viadores; lugares tan proporcionados para sus fines y tan perfectos,
que, como David (Sal., 18, 2) dice, los cielos publican la gloria de Dios, el
firmamento y la tierra anuncian las obras de sus manos.
Los cielos con su hermosura manifiestan la magnificencia y gloria, porque son depósito del premio prevenido para los santos; y el firmamento de la tierra anuncia que ha de haber criaturas y hombres que la habiten y por ella caminen a su Creador.
Y antes de crearlos quiere el Altísimo
prevenirles y crearles lo necesario para esto y para la vida que les había de
mandar vivir; para que de todas partes se hallen compelidos a obedecer y amar a
su Hacedor y Bienhechor y que por sus obras (Rom., 1, 20) conozcan su nombre
admirable e infinitas perfecciones.
De la tierra, dice Moisés,
que estaba vacía, y no lo dice del cielo; porque en éste creó los ángeles en el
instante cuando dice Moisés:
Dijo Dios:
Sea hecha la luz, y fue hecha la luz; porque no habla sólo
de la luz material, sino, también de las luces angélicas o intelectuales.
Y no hizo más clara memoria de ellos que significarlos debajo de este nombre, por la condición tan fácil de los hebreos en atribuir la divinidad a cosas nuevas y de menor aprecio que los espíritus angélicos; pero fue muy legítima la metáfora de la luz para significar la naturaleza angélica, y místicamente la luz de la ciencia y gracia con que fueron iluminados en su creación.
Y creó Dios con el cielo empíreo la tierra juntamente,
para formar en su centro el infierno; porque en aquel instante que fue creada,
por la divina disposición quedaron en medio de este globo cavernas muy
profundas y dilatadas, capaces para infierno, limbo y purgatorio; y en el infierno,
al mismo tiempo fue creado fuego material y las demás cosas que allí sirven
ahora de pena a los condenados.
Había
de dividir luego el Señor la luz de las tinieblas y llamar a la luz día y a las
tinieblas noche; y no sólo sucedió esto entre la noche y día naturales, pero
entre los ángeles buenos y malos, que a los buenos dio la luz eterna de su
vista, y la llamó día, y día eterno; y a los malos llamó noche del pecado y
fueron arrojados en las eternas tinieblas del infierno; para que todos
entendamos cuan juntas anduvieron la liberalidad misericordiosa de creador y
vivificador y la justicia de rectísimo juez en el castigo.
Fueron los ángeles creados en el cielo empíreo y en gracia, para que con ella precediera el merecimiento al premio de la gloria; que aunque estaban en el lugar de ella, no se les había mostrado la divinidad cara a cara y con clara noticia, hasta que con la gracia lo merecieron los quefueron obedientes a la voluntad divina.
Y así estos Ángeles Santos, como los demás
apóstatas, duraron muy poco en el primer estado de viadores; porque la
creación, estado y término, fueron en tres estancias o mórulas divididas con
algún intervalo en tres instantes.
En el primero fueron todos creados y adornados
con gracia y dones, quedando hermosísimas y perfectas criaturas.
A este instante se siguió una
mórula, en que a todos les fue propuesta e intimada la voluntad de su Creador,
y se les puso ley y precepto de obrar, reconociéndole por supremo Señor, y para
que cumpliesen con el fin para que los había creado.
En
esta mórula, estancia o intervalo sucedió entre san Miguel y sus ángeles, con
el dragón y los suyos, aquella gran batalla que dice San Juan en el cap. 12 del
Apocalipsis (V., 7); y los buenos ángeles, perseverando en gracia, merecieron
la felicidad eterna y los inobedientes, levantándose contra Dios, merecieron el
castigo que tienen.
Y
aunque en esta segunda mórula pudo suceder todo muy brevemente, según la
naturaleza angélica y el poder divino, pero entendí que la piedad del Altísimo
se detuvo algo y con algún intervalo les propuso el bien y el mal, la verdad y
falsedad, lo justo y lo injusto, su gracia y amistad y la malicia del pecado y
enemistad de Dios, el premio y el castigo eterno y la perdición para Lucifer y
los que le siguiesen; y les mostró Su Majestad el infierno y sus penas y ellos
lo vieron todo, que en su naturaleza tan superior y excelente todas las cosas se
pueden ver, como ellas son en sí mismas, siendo creadas y limitadas; de suerte que, antesde caer
de la gracia, vieron claramente el lugar del castigo.
Y aunque no conocieron por
este modo el premio de la gloria, pero tuvieron de ella otra noticia y la promesa
manifiesta y expresa del Señor, con que el Altísimo justificó su causa y obró
con suma equidad y rectitud.
Y porque toda esta bondad y
justificación no bastó para detener a Lucifer y a sus secuaces, fueron, como
pertinaces, castigados y lanzados en el profundo de las cavernas infernales y
los buenos confirmados en gracia y gloria eterna.
Y esto fue todo en el tercer instante, en que se
conoció de hecho que ninguna criatura, fuera de Dios, es impecable por
naturaleza; pues el ángel, que la tiene tan excelente y la recibió adornada con
tantos dones de ciencia y gracia, al fin pecó y se perdió. ¿Qué hará la
fragilidad humana, si el poder divino no la defiende y si ella obliga a que la desampare?
Resta de saber el motivo que
tuvieron en su pecado Lucifer y sus confederados —que es lo que voy buscando— y
de qué tomaron ocasión para su inobediencia y caída.
Y
en esto entendí que pudieron cometer muchos pecados secundumreatum, aunque no
cometieron los actos de todos; pero de los que cometieron con su depravada voluntad,
les quedó hábito para todos los malos actos, induciendo a otros, y aprobando el
pecado, que por sí mismos no podían obrar.
Y
según el mal afecto que de presente tuvo entonces Lucifer, incurrió en desordenadísimo
amor de sí mismo; y le nació de verse con mayores dones y hermosura de
naturaleza y gracias que los otros ángeles inferiores.
En este conocimiento se detuvo demasiado; y el
agrado que de sí mismo tuvo le retardó y entibió en el agradecimiento que debía
a Dios, como a causa única de todo lo que había recibido.
Y
volviéndose a remirar, agradóse de nuevo de su hermosura y gracias y adjudícoselas
y amólas como suyas; y este desordenado afecto propio no sólo le hizo levantarse
con lo que había recibido de otra superior virtud, pero también le obligó a envidiar
y codiciar otros dones y excelencias ajenas que no tenía. Y porque no las pudo conseguir,
concibió mortal odio e indignación contra Dios, que de nada le había creado, y contra
todas sus criaturas.
De
aquí se originaron la desobediencia, presunción, injusticia, infidelidad, blasfemia
y aun casi alguna especie de idolatría, porque deseó para sí la adoración y
reverencia debida a Dios.
Blasfemó
de su divina grandeza y santidad, faltó a la fe y lealtad que debía, pretendió
destruir todas las criaturas y presumió que podría todo esto y mucho más; y así
siempre su soberbia sube (Sal., 73, 23) y persevera, aunque su arrogancia es
mayor que su fortaleza (Is., 16, 6), porque en ésta no puede crecer y en el
pecado un abismo llama a otro abismo (Sal., 41, 8).
El
primer ángel que pecó fue Lucifer, como consta del capítulo 14 de Isaías (Is.,
14, 12), y éste indujo a otros a que le siguiesen; y así se llama príncipe de
los demonios, no por naturaleza, que por ella no pudo, tener este título, sino
por la culpa.
Y
no fueron los que pecaron de solo un orden o jerarquía, sino de todas cayeron
muchos.
Y para manifestar, como se me ha mostrado, qué
honra y excelencia fue la que con soberbia apeteció y envidió Lucifer, advierto
que, como en las obras de Dios hay equidad, peso y medida (Sab., 11, 21), antes
que los ángeles se pudiesen inclinar a diversos fines, determinó su providencia
manifestarles inmediatamente después de su creación el fin para que los había
creado de naturaleza tan alta y excelente.
Y de todo esto tuvieron ilustración en esta manera:
Lo primero, tuvieron inteligencia muy expresa
del ser de Dios, uno en sustancia y trino en personas, y recibieron precepto de
que le adorasen y reverenciasen como a su Creador y Sumo Señor, infinito en su
ser y atributos.
A
este mandato se rindieron todos y obedecieron, pero con alguna diferencia;
porque los ángeles buenos obedecieron por amor y justicia, rindiendo su afecto
de buena voluntad, admitiendo y creyendo lo que era sobre sus fuerzas y
obedeciendo con alegría; pero Lucifer se rindió por parecerle ser lo contrario
imposible.
Y
no lo hizo con caridad perfecta, porque dividió la voluntad en sí mismo y en la
verdad infalible del Señor; y esto le hizo que el precepto se le hiciese algo
violento y dificultoso y no cumplirle con afecto lleno de amor y justicia; y
así se dispuso para no perseverar en él.
Y
aunque no le quitó la gracia esta remisión y tibieza en obrar estos primeros
actos con dificultad, pero de aquí comenzó su mala disposición, porque tuvo
alguna debilidad y flaqueza en la virtud yespíritu y su hermosura no
resplandeció como debía.
Y, a mi parecer, el efecto que hizo en Lucifer
esta remisión y dificultad fue semejante al que hace en el alma un pecado venial
advertido; pero no afirmo que pecó venial ni mortalmente entonces, porque
cumplió el precepto de Dios; mas fue remiso e imperfecto este cumplimiento y
más por compelerle la fuerza de la razón que por amor y voluntad de obedecer; y
así se dispuso a caer.
En
segundo lugar, les manifestó Dios había de crear una naturaleza humana y criaturas
racionales inferiores, para que amasen, temiesen y reverenciasen a Dios, como a
su autor y bien eterno, y que a esta naturaleza había de favorecer mucho; y que
la segunda persona de la mismaTrinidad Santísima se había de humanar y hacerse
hombre, levantando a la naturaleza humana a la unión hipostática y Persona
Divina, y que a aquel supuesto hombre y Dios habían de reconocer por Cabeza, no
sólo en cuanto Dios, pero juntamente en cuanto hombre, y le habían de reverenciar
y adorar; y que los mismos Ángeles habían de ser sus inferiores en dignidad y
gracias y sus siervos.
Y les dio inteligencia de la conveniencia y
equidad, justicia y razón, que en esto había; porque la aceptación de los merecimientos
previstos de aquel hombre y Dios les había merecido la gracia que poseían y la
gloria que poseerían; y que para gloria de él mismo habían sido creados ellos y
todas las otras criaturas lo serían, porque a todas había de ser superior; y
todas las que fuesen capaces de conocer y gozar de Dios, habían de ser pueblo y
miembros de aquella cabeza, para reconocerle y reverenciarle.
Y de todo esto se les dio luego mandato a los
ángeles.
A
este precepto todos los obedientes y santos ángeles se rindieron y prestaron
asenso y obsequio con humilde y amoroso afecto de toda su voluntad; pero
Lucifer con soberbia y envidia resistió y provocó a los ángeles, sus secuaces,
a que hicieran lo mismo, como de hecho lo hicieron, siguiéndole a él y
desobedeciendo al divino mandato.
Persuadióles
el mal Príncipe que sería su cabeza y que tendrían principado independiente y
separado de Cristo.
Tanta
ceguera pudo causar en un ángel la envidia y soberbia y un afecto tan
desordenado, que fuese causa y contagio para comunicar a tantos el pecado.
Aquí
fue la gran batalla, que San Juan dice (Ap., 12, 7) sucedió en el cielo; porque
los Ángeles obedientes y Santos, con ardiente celo de defender la gloria del
Altísimo y la honra del Verbo humanado previsto, pidieron licencia y como
beneplácito al Señor para resistir y contradecir al dragón, y les fue concedido
este permiso.
Pero
sucedió en esto otro misterio:
Que cuando
se les propuso a todos los ángeles habían de obedecer al Verbo humanado, se les
puso otro tercero precepto, de que habían de tener juntamente por superiora a
una mujer, en cuyas entrañas tomaría carne humana este Unigénito del Padre; y
que esta mujer había de ser su Reina y de todas las criaturas y que se había de
señalar y aventajar a todas, angélicas y humanas, en los dones de gracia y
gloria.
Los
buenos ángeles, en obedecer este precepto del Señor, adelantaron y
engrandecieron su humildad y con ella le admitieron y alabaron el poder y
sacramentos del Altísimo; pero Lucifer y sus confederados, con este precepto y
misterio, se levantaron a mayor soberbia y desvanecimiento; y con desordenado
furor apeteció para sí la excelencia de ser cabeza de todo el linaje humano y
órdenes angélicos y que, si había de ser mediante la unión hipostática*, fuese con
él.
* Hipostática: La unión Dios-Hombre.
Y
en cuanto al ser inferior a la Madre del Verbo humanado y Señora nuestra, lo
resistió con horrendas blasfemias, convirtiéndose en desbocada indignación
contra el Autor de tan grandes maravillas; y provocando a los demás, dijo este
dragón:
Injustos son estos preceptos y a mi grandeza
se le hace agravio; y a esta naturaleza, que tú, Señor, miras con tanto amor y
propones favorecerla tanto, yo la perseguiré y destruiré y en esto emplearé
todo mi poder y cuidado.
Y
a esta mujer, Madre del Verbo, la derribaré del estado en que la prometes poner
y a mis manos perecerá tu intento.
Este soberbio desvanecimiento
enojó tanto al Señor, que humillando a Lucifer le dijo:
Esta mujer, a
quien no has querido respetar, te quebrantará la cabeza (Gén., 3, 15) y por
ella serás vencido y aniquilado.
Y si por tu soberbia entrare la muerte en el mundo
(Sab., 2, 24), por la humildad de esta mujer entrará la vida y la salud de los mortales;
y de su naturaleza y especie de estos dos gozarán el premio y coronas que tú y
tus secuaces habéis perdido.
—Y
a todo esto replicaba el dragón con indignada soberbia contra lo que entendía
de la divina voluntad y sus decretos; amenazaba a todo el linaje humano.
Y
los ángeles buenos conocieron la justa indignación del Altísimo contra Lucifer
y los demás apostatas y con las armas del entendimiento, de la razón y verdad
peleaban contra ellos.
Obró
aquí el Todopoderoso otro misterio maravilloso:
Que
habiéndoles manifestado por inteligencia a todos los ángeles el sacramento
grande de la unión hipostática, les mostró a la Virgen Santísima en una señal o
especie, al modo de nuestras visiones imaginarias, según nuestro modo de entender.
Y así les dio a conocer y representó la humana naturaleza pura en una mujer perfectísima, en quien el brazo poderoso del Altísimo había de ser más admirable que en todo el resto de las criaturas, porque en ella depositaba las gracias y dones de su diestra en grado superior y eminente.
Esta
señal y visión de la Reina del cielo y Madre del Verbo humanado fue notoria y
manifiesta a todos los ángeles buenos y malos.
Y los buenos a su vista quedaron en admiración y cánticos de alabanza y desde entonces comenzaron a defender la honra de Dios humanado y su Madre Santísima, armados con este ardiente celo y con el escudo inexpugnable de aquella señal.
Y,
por el contrario, el dragón y sus aliados concibieron implacable furor y saña
contra Cristo y su Madre santísima; y sucedió todo lo que contiene el cap. 12
del Apocalipsis, cuya declaración, como se me ha dado, pondré en el que se
sigue.
CAPITULO 8
Que prosigue el discurso de arriba con la explicación del
capítulo 12 del Apocalipsis.
La letra de este capítulo
del Apocalipsis dice:
Apareció en el cielo una gran señal, una mujer
cubierta del sol y debajo de sus pies la luna y una corona de doce estrellas en
su cabeza; y estaba preñada y pariendo daba voces y era atormentada para parir.
Y fue vista otra señal en el cielo, y viose un
dragón grande rojo, que tenía siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en
sus cabezas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo y
las arrojó en la tierra; y él dragón estuvo delante de la mujer, que había de
parir, para que en pariendo se tragase el hijo.
Y parió un hijo varón, que
había de regir las gentes con vara de hierro; y fue arrebatado su hijo para
Dios y para su trono, y la mujer huyó a la soledad, donde tenía lugar aparejado
por Dios, para que allí la alimenten mil doscientos y sesenta días.
Y
sucedió una gran batalla en el cielo:
Miguel
y sus ángeles peleaban con el dragón y peleaba el dragón y sus ángeles; y no
prevalecieron y de allí adelante no se halló lugar suyo en el cielo.
Y fue arrojado aquel dragón, serpiente antigua
que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el orbe; y fue arrojado en la
tierra y sus ángeles fueron enviados con él.
Y
oí una gran voz en el cielo, que decía:
Ahora
ha sido hecha la salud y la virtud y el reino de nuestro Dios y la potestad de su
Cristo; porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, que los
acusaba ante nuestro Dios de día y de noche.
Y ellos le han vencido por la sangre del Cordero
y palabras de sus testimonios y pusieron sus almas hasta la muerte.
Por
esto os alegrad, cielos, y los que habitáis en ellos.
¡Ay de la
tierra y mar, porque a vosotros ha bajado el diablo, que tiene grande ira,
sabiendo que tiene poco tiempo!
Y después que vio el dragón
cómo era arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que parió el hijo varón; y
fuéronle dadas a la mujer alas de una grande águila, para que volase al
desierto a su lugar, donde es alimentada por tiempo y tiempos y la mitad del
tiempo fuera de la cara de la serpiente.
Y arrojó la serpiente de su
boca tras de la mujer agua como un río.
Y la tierra ayudó a la mujer y abrió la tierra
su boca y sorbió al río que arrojó el dragón de su boca.
Y el dragón se indignó contra
la mujer y fuese para hacer guerra a los demás de su generación, que guardan los
mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo. Y estuvo sobre la
arena del mar (Ap., 12, 1-18).
Hasta aquí es la letra del
evangelista.
Y habla de presente, porque
entonces se le mostraba la visión de lo que ya había pasado, y dice:
Apareció en el cielo una gran
señal, una mujer cubierta del sol y debajo de sus pies la luna y coronada la
cabeza con doce estrellas.
Esta señal apareció verdaderamente en el cielo
por voluntad de Dios, que, se la propuso manifiesta a los buenos y malos
ángeles, para que a su vista determinasen sus voluntades a obedecer los preceptos
de su beneplácito; y así la vieron antes que los buenos se determinasen al bien
y los malos al pecado; y fue como señal de cuán admirable había de ser Dios en
la fábrica de la humana naturaleza.
Y
aunque de ella les había dado a los ángeles noticia, revelándoles el misterio
de la unión hipostática, pero quiso manifestársela por diferente modo en pura criatura
y en la más perfecta y santa que, después de Cristo nuestro Señor, había de
crear.
Y también fue como señal para que los buenos ángeles se asegurasen que por la desobediencia de los malos, aunque Dios quedaba ofendido, no dejaría de ejecutar el decreto de crear a los hombres; porque el Verbo humanado y aquella mujer Madre suya le obligarían infinito más que los inobedientes ángeles podían desobligarle.
Fue también como arco en el cielo —a cuya
semejanza se pondría el de las nubes después del diluvio (Gén., 9, 13)
—
para que asegurase que, si los hombres pecasen como los ángeles y fuesen
inobedientes, no serían castigados como ellos sin remisión, pero que les daría
saludable medicina y remedio por medio de aquella maravillosa señal.
Y fue como decirles a los ángeles:
No castigaré yo de esta manera a las criaturas
que he de crear, porque de la naturaleza humana descenderá esta mujer en cuyas
entrañas tomará carne mi Unigénito, que será el restaurador de mi amistad y
apaciguará mi justicia y abrirá el camino de la felicidad, que cerrará la
culpa.
En
testimonio de esto, el Altísimo, a la vista de aquella señal, después que los
ángeles inobedientes fueron castigados, se mostró a los buenos ángeles como desenojado
y aplacado de la ira que la soberbia de Lucifer le había ocasionado y, a
nuestro entender, se recreaba con la presencia de la Reina del cielo,
representada en aquella imagen; dando a entender a los ángeles santos que
pondría en los hombres, por medio de Cristo y su Madre, la gracia y dones que
los apostatas por su rebeldía habían perdido.
Tuvo
también otro efecto aquella gran señal en los ángeles buenos, que como de la
porfía y contienda con Lucifer estaban, a nuestro modo de entender, como
afligidos y contristados y, casi turbados, quiso el Altísimo que con la vista
de aquella señal se alegrasen y con la gloria esencial se les acrecentase este
gozo accidental, merecido también con su victoria contra Lucifer; y viendo
aquella vara de clemencia, que se les mostraba en señal de paz (Est., 4, 11),
conociesen luego que no se entendía con ellos la ley del castigo, pues habían
obedecido a la divina voluntad y a sus preceptos.
Entendieron
asimismo los Santos Ángeles en esta visión mucho de los misterios y sacramentos
de la encarnación que en ella se encerraban y de la Iglesia militante y sus
miembros; y que habían de asistir y ayudar al linaje humano, guardando a los
hombres y defendiéndolos de sus enemigos y encaminándolos a la eterna
felicidad, y que ellos mismos la recibían por los merecimientos del Verbo humanado;
y que los había preservado Su Majestad en virtud del mismo Cristo, previsto en
su mente divina.
Y como todo esto fue de grande alegría y gozo
para los buenos ángeles, fue también de grande tormento para los malos y como
principio y parte de su castigo, que luego conocieron, de lo que no se habían
aprovechado, y que aquella mujer los había de vencer y quebrantar la cabeza (Gén.,
3, 15).
Todos
estos misterios, y muchos que no puedo explicar, comprendió el evangelista en
este capítulo y más en esta señal grande; aunque lo refiere en oscuridad y
enigma, hasta que llegase el tiempo.
El sol, de que dice estaba cubierta la mujer, es el Sol
verdadero de justicia; para que los ángeles entendiesen la voluntad eficaz del
Altísimo, que siempre quería y determinaba asistir por gracia en esta mujer,
hacerla sombra y defenderla con su invencible brazo y protección.
Tenía
debajo de los pies la luna, porque en la división que hacen estos dos planetas
del día y noche, la noche de la culpa, significada en la luna, había de quedar
a sus pies, y el sol, que es el día de la gracia, había de vestirla toda eternamente;
y también, porque los menguantes de la gracia, que tocan a todos los mortales,
habían de estar debajo de los pies y nunca podrían subir al cuerpo y alma, que
siempre habían de estar en crecientes sobre todos los hombres y ángeles; y sola
ella había de ser libre de la noche y menguantes de Lucifer y de Adán, que
siempre los hollaría, sin que pudiesen prevalecer contra ella.
Y
como vencidas todas las culpas y fuerzas del pecado original y actual, se las
pone el Señor en los pies en presencia de todos los ángeles, para que los
buenos la conozcan y los malos —aunque no todos los misterios de la visión alcanzaron—
teman a esta Mujer, aun antes que tenga ser.
La
corona de doce estrellas, claro está, son todas las virtudes que habían de
coronar a esta Reina de los cielos y tierra; pero el misterio de ser doce fue
por las doce tribus de Israel, adonde se reducen todos los electos
y predestinados, como los señala el evangelista en el cap. 7 del Apocalipsis
(Ap., 7, 4-8). Y porque todos los dones, gracias y virtudes de todos los
escogidos habían de coronar a su Reina en grado superior y eminente exceso, se
le pone la corona de doce estrellas sobre su cabeza.
Estaba
preñada, porque en presencia de todos los ángeles, para alegría de los buenos y
castigo de los malos que resistían a la divina voluntad y a estos misterios, se
manifestase que toda la santísima Trinidad había elegido a esta maravillosa
mujer por Madre del Unigénito del Padre.
Y
como esta dignidad de Madre del Verbo era la mayor y principio y fundamento de
todas las excelencias de esta gran Señora y de esta señal, por eso se les
propone a los ángeles como depósito de toda la Santísima Trinidad, en la Divinidad
y Persona del Verbo humanado; pues, por la inseparable unión y existencia de
las personas por la indivisible unidad, no pueden dejar de estar todas tres personas
donde está cada una, aunque sola la del Verbo era la que tomó carne humana y de
ella sola estaba preñada.
Y
pariendo daba voces; porque si bien la dignidad de esta Reina y este misterio
había de estar al principio encubierto, para que naciese Dios pobre y humilde y
disimulado, pero después dio este parto tan grandes voces, que el primer eco
hizo turbar y salir de sí al rey Herodes y a los Magos obligó a desamparar sus
casas y patrias para venir a buscarle; unos corazones se turbaron y otros con afecto
interior se movieron (Mt., 2, 1-3).
Y creciendo el fruto de este
parto, desde que fue levantado en la cruz (Jn., 12, 32) dio tan grandes voces,
que se han oído desde el oriente al poniente y desde el septentrión al mediodía
(Rom., 10, 18).
Tanto
se oyó la voz de esta Mujer, que dio, pariendo, la Palabra del Eterno Padre.
No
dice esto porque había de parir con dolores, que esto no era posible en este parto
Divino, sino porque fue gran dolor y tormento para esta Madre que, en cuanto a
la humanidad, saliese del secreto de su virgíneo vientre aquel cuerpecito
divinizado, para padecer y sujeto a satisfacer al Padre por los pecados del
mundo y pagar lo que no había de cometer (Sal., 68., 5); que todo esto
conocería y conoció la Reina por la ciencia de las Escrituras; y, por el natural
amor de tal Madre a tal Hijo, naturalmente lo había de sentir, aunque conforme
con la voluntad del Eterno Padre.
También
se comprende en este tormento el que había de padecer la Madre Piadosísima conociendo
los tiempos que había de carecer de la presencia de su tesoro, desde que
saliese de su tálamo virginal; que si bien en cuanto a la divinidad le tenía concebido
en el alma, pero en cuanto a la humanidad Santísima había de estar mucho tiempo
sin él y era Hijo solo suyo.
Y
aunque el Altísimo había determinado hacerla exenta de la culpa, pero no de los
trabajos y dolores correspondientes al premio que le estaba aparejado; y así fueron
los dolores de este parto (Gén., 3, 16), no efectos del pecado como en las
descendientes de Eva, sino del intenso y perfecto amor de esta Madre divina a
su único y Santísimo Hijo.
Y
todos estos sacramentos fueron para los Santos Ángeles motivo de alabanza y
admiración y para los malos principio de su castigo.
Y fue vista en el cielo otra señal:
Viose
un dragón grande y rojo, que tenía siete cabezas y diez cuernos y siete
diademas en sus cabezas; y con la cola arrastraba la tercera parte de las
estrellas del cielo y las arrojó en la tierra.
Porque a sus blasfemias contra aquella señalada mujer, se siguió la pena de hallarse convertido de ángel hermosísimo en dragón fiero y feísimo, apareciendo también la señal sensible y exterior figura.
Y
levantó con furor siete cabezas, que fueron siete legiones o escuadrones, en
que se dividieron todos los que le siguieron y cayeron; y a cada principado o
congregación de éstas le dio su cabeza, ordenándoles que pecasen y tomasen por
su cuenta incitar y mover a los siete pecados mortales, que comúnmente se llaman
capitales, porque en ellos se contienen los demás pecados y son como cabezas de
los bandos que se levantan contra Dios.
Estos
son:
Soberbia,
Envidia,
Avaricia,
Ira,
Lujuria,
Gula
Y pereza;
Que
fueron las siete diademas con que Lucifer convertido en dragón fue coronado,
dándole el Altísimo este castigo y habiéndolo negociado él, como premio de su
horrible maldad, para sí y para sus ángeles confederados; que a todos fue
señalado castigo y penas correspondientes a su malicia y haber sido autores de
los siete pecados capitales.
Los diez cuernos de las cabezas son
los triunfos de la iniquidad y malicia del dragón y la glorificación, y exaltación
arrogante y vana que él se atribuye a sí mismo en la ejecución de los vicios.
Y con estos depravados afectos, para conseguir
el fin de su arrogancia, ofreció a los infelices ángeles su depravada y venenosa
amistad y fingidos principados, mayorías y premios.
Y estas promesas, llenas de bestial ignorancia
y error, fueron la cola con que el dragón arrastró la tercera parte de las
estrellas del cielo; que los ángeles estrellas eran y, si perseveraran,
lucieran después con los demás ángeles y justos, como el sol, en perpetuas
eternidades (Dan., 12, 3); pero arrojólos(Jds., 1, 6) el castigo merecido en la
tierra de su desdicha hasta el centro de ella, que es el infierno, donde
carecerán eternamente de luz y de alegría.
Y
el dragón estuvo delante de la mujer, para tragarse al hijo que pariese.
La
soberbia de Lucifer fue tan desmedida que pretendió poner su trono en las
alturas (Is., 14, 13-14) y con sumo desvanecimiento dijo en presencia de
aquella señalada mujer:
Ese hijo, que ha de parir esa mujer, es de inferior naturaleza a la mía; yo le tragaré y perderé y contra él levantaré bando que me siga; y sembraré doctrinas contra sus pensamientos y leyes que ordenare; y le haré perpetua guerra y contradicción.
Pero la respuesta del altísimo Señor fue, que
aquella mujer había de parir un hijo varón que había de regir las gentes con vara
de hierro.
Y
este varón, añadió el Señor, será no sólo hijo de esta mujer, sino también Hijo
mío, hombre y Dios Verdadero, y fuerte, que vencerá tu soberbia y quebrantará tu
cabeza.
Será
para ti, y para todos los que te oyeren y siguieren, juez poderoso, que te
mandará con vara de hierro (Sal., 2, 9) y desvanecerá todos tus altivos y vanos
pensamientos.
Y
será este hijo arrebatado a mi trono, donde se asentará a mi diestra y juzgará,
y le pondré a sus enemigos por peana de sus pies (Sal., 109., 1), para que triunfe
de ellos; y será premiado como hombre justo y que, siendo Dios, ha obrado tanto
por sus criaturas; y todos le conocerán y darán reverencia y gloria (Ap., 5,
13); y tú, como el más infeliz, conocerás cuál es el día de la ira (Sof.,1, 15)
del Todopoderoso; y esta mujer será puesta en la soledad, donde tendrá lugar
aparejado por mí.
Esta soledad adonde huyó esta mujer, es la que tuvo nuestra gran Reina siendo única y sola en la suma santidad y exención de todo pecado; porque, siendo mujer de la común naturaleza de los mortales, sobrepujó a todos los ángeles en la gracia y dones y merecimientos que con ellos alcanzó.
Y
así huyó y se puso en una soledad entre las puras criaturas, que es única y sin
semejante en todas ellas; y fue tan lejos del pecado esta soledad, que el
dragón no pudo alcanzarla de vista, ni desde su concepción la pudo divisar.
Y
así la puso el Altísimo sola y única en el mundo, sin comercio ni subordinación
a la serpiente, antes, con aseguración y como firme protesta, determinó y dijo:
Esta mujer,
desde el instante que tenga ser, ha de ser mi escogida y única para mí; yo la
eximo desde ahora de la jurisdicción de sus enemigos y la señalo un lugar de
gracia eminentísimo y solo, para que allí la alimenten mil doscientos y sesenta
días.
—Este
número de días había de estar la Reina del cielo en un estado altísimo de singulares
beneficios interiores y espirituales y mucho más admirables y memorables; y
esto fue en los últimos años de su vida, como en su lugar con la divina gracia
diré (Cf. Infra p. III, Libro VIII, cap. 8 y 11) Y en aquel estado fue
alimentada tan divinamente, que nuestro entendimiento es muy limitado para
conocerlo.
Y
porque estos beneficios fueron como fin adonde se ordenaban los demás de la
vida de la Reina del cielo y el remate de ellos, por eso fueron señalados estos
días determinadamente por el evangelista.
Dijo Dios:
Sea hecha la luz, y fue hecha la luz; porque no habla sólo de la luz material, sino, también de las luces angélicas o intelectuales.
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