Fiesta de Cristo Rey
24 de noviembre 2013, último domingo del año
litúrgico. ¡Prepárate para la fiesta del Rey del universo!
Oración
De Cristo Rey
Enriquecida con
indulgencia plenaria
(Pío XI, 21 de
febrero de 1923):
Oh Cristo Jesús, yo os
reconozco como Rey universal. Todo cuanto existe ha sido creado por Vos.
Ejerced sobre mí todos vuestros derechos.
Renuevo mis promesas del
bautismo renunciando a Satanás, a sus obras, y a sus pompas y prometo vivir como buen cristiano.
Sobre todo me comprometo a
hacer triunfar, según mis fuerzas, los derechos de Dios y de vuestra Iglesia.
Divino Corazón de Jesús, yo os
ofrezco mis pobres acciones para obtener que todos los corazones reconozcan
vuestra Realeza sagrada a fin de que el reino de tu paz se establezca
en el universo entero. Así sea.
(Rezar un Padre
nuestro, Ave María y Gloria a intención del Sumo Pontífice)
CONSAGREMOS
A NUESTRO PAÍS A
CRISTO REY
EL DÍA DE SU
FESTIVIDAD
CONSAGRACIÓN
DE MÉXICO
AL SAGRADO
CORAZÓN DE CRISTO REY
Hermanos,
México se consagra a Cristo Rey, aunque no tendremos la misma fuerza, nosotros
en forma individual o grupal realicemos también la Consagración de nuestros
países. Esto es muy importante por todo lo que se nos viene. Aquí les dejamos
la Consagración que hará México, reemplacemos la palabra México por la de
nuestros países o adáptenla según las necesidades de cada país. La idea es
hacerlo el día de Cristo Rey.
Inviten
a otras personas a participar en la Consagración.
Acto de
proclamación (consagración) al Sagrado Corazón de Cristo Rey y juramento de
fidelidad y vasallaje.
Corazón Sacratísimo del Rey pacífico: radiante
de júbilo como fieles vasallos, venimos hoy a postrarnos al pie de tu trono y
gozosos te proclamamos a la faz del mundo: REY INMORTAL DE LA NACIÓN MEXICANA,
al acatar tu Soberanía sobre todos los pueblos.
Queremos coronar tu frente, ¡Oh Cristo Rey!, con
una diadema de corazones mexicanos y poner en tus manos, el cetro de un poder
absoluto, para que rijas y gobiernes a tu pueblo amado. Eres Rey como afirmaste
en tu pasión, ¡porque eres el Hijo de Dios! Por lo tanto, ¡Oh Monarca
amabilísimo!, este pueblo tuyo, que tiene hambre y sed de justicia, que se
ampara en tu celestial Realeza, te promete entronizar tu Corazón en todos sus
hogares, pobres o ricos y rendirte el homenaje que mereces, reconociendo tus
derechos santísimos sobre todo el orbe.
Consagramos a tu Corazón Sagrado, la Iglesia de
México con todos sus Pastores, Ministros y Comunidades religiosas; la Patria
querida con todos sus hogares, las familias con todos sus miembros; ancianos,
jóvenes o niños; a los amigos y a los enemigos y muy particularmente, a las
madres, las esposas y las hijas, destinadas a modelar el corazón del futuro
pueblo mexicano, para que triunfes y reines en todos los habitantes de esta
Nación.
Todos:
¡Oh Cristo Rey!, con ardiente júbilo te juramos
fidelidad como nobles generosos vasallos. Habla, pues, manda, reclama y exige
con imperio: pídenos la sangre y la vida, que son tuyas, porque totalmente te
pertenecemos; resueltos estamos a dártelos por defender tu bandera hasta que
triunfe y sea exaltado, reverenciado y amado para siempre tu herido Corazón.
Ya reina en México tu Corazón divino y desde la
santa Montaña consagrada a ti, enjugará las lágrimas, restañará la sangre,
curará las heridas de esta República conquistada por María de Guadalupe. Tú
dominarás en ella con el cetro suavísimo de tu misericordia y en la paz como en
la guerra, en la agitación como en la tranquilidad, nos verás con benignos ojos
y extenderás tus benditas y poderosas manos para bendecirnos. Y nosotros, con
todas las generaciones futuras, te aclamaremos nuestro Rey y Salvador. Allá
volarán las muchedumbres a pedirte gracias y a ofrecerte, con alma y vida,
guardar tu santa Ley: y tú, Redentor amoroso de los hombres, atrae a tu Corazón
adorable a los pecadores para convertirlos.
Recobra el dominio sobre tantas almas apóstatas,
desorientadas y engañadas con falsas y perversas doctrinas; conserva la fe en
nosotros y despréndenos de los miserables bienes del mundo; calma los odios y
une a los hermanos; ilumina a los ciegos; perdona a los ingratos; pero, sobre
todo, concede a tu Iglesia la libertad y la paz por la que tanto suspiramos.
Derrite con el fuego de tu divino pecho, misericordioso Jesús, el hielo de las
almas; establece tus reales en todos los pueblos de nuestro país y penetre tu
caridad a las cárceles, a los hospitales, a las escuelas, a los talleres; haz un
trono para ti en cada corazón mexicano, porque los Pastores y las ovejas, los
padres y los hijos, nos gloriamos en ser tuyos. Danos, por fin, una santa
muerte, sepultándonos en la herida preciosa de tu Corazón de amor, para
resucitar en los esplendores del cielo, cantando eternamente:
CORAZÓN
SANTO
TU REINAS YA
MÉXICO TUYO
SIEMPRE
SERÁ
ÚLTIMO DOMINGO DEL AÑO LITÚRGICO:
Cristo es el Rey del universo y de cada uno de
nosotros.
Es una de las fiestas más importantes del
calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es el Rey del universo. Su
Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la
justicia, del amor y la paz.
Un poco de historia
La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el
Papa Pío XI el 11 de Marzo de 1925.
El Papa quiso motivar a los católicos a
reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.
Posteriormente se movió la fecha de la
celebración dándole un nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta
fiesta se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la
historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina
en las personas
Fiesta de Cristo Rey con su mensaje de amor,
justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para
siempre y para todos los hombres.
Con la fiesta de Cristo Rey se concluye el año
litúrgico. Esta fiesta tiene un sentido escatólogico pues celebramos a Cristo
como Rey de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado,
pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos
mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta
que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía.
Si quieres conocer lo que Jesús nos anticipó de
ese gran día, puedes leer el Evangelio de Mateo 25,31-46.
En la fiesta de Cristo Rey celebramos que Cristo
puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se
lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida.
De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros
mismos y en nuestros hogares, empresas y ambiente.
Jesús nos habla de las características de su
Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo:
“es semejante a un grano de mostaza que uno toma
y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo
anidan en sus ramas”;
“es semejante al fermento que una mujer toma y
echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un
tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de
alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”;
“es semejante a un mercader que busca perlas
preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la
compra”.
En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale
la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos
los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa
cómo ni cuándo, pero eficaz.
La Iglesia tiene el encargo de predicar y
extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y extensión
debe ser el centro de nuestro afán vida como miembros de la Iglesia. Se trata
de lograr que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los
hogares, en las sociedades y en los pueblos. Con esto conseguiremos alcanzar un
mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna
de todos los hombres.
Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en
primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la
oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se
reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de
conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.
Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para
recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos
habla.
Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de
manera espontánea, por que Él es toda bondad.
Y cuando uno está enamorado se le nota.
El tercer paso es imitar a Jesucristo. El amor
nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a
sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad
cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos
experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.
Por último, vendrá el compromiso apostólico que
consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a
todas las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos
detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.
Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de
Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con
una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de
la vida.
A lo largo de la historia hay innumerables
testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus
vidas. Un ejemplo son los mártires de la guerra cristera en México en los años
20’s, quienes por defender su fe, fueron perseguidos y todos ellos murieron
gritando “¡Viva Cristo Rey!”.
La fiesta de Cristo Rey, al finalizar el año
litúrgico es una oportunidad de imitar a estos mártires promulgando
públicamente que Cristo es el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el
Principio y el Fin de todo el Universo.
QUE VIVA MI CRISTO
Que viva mi Cristo, que viva mi Rey
que impere doquiera triunfante su ley,
que impere doquiera triunfante su ley.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey!
Mexicanos un Padre tenemos
que nos dio de la patria la unión
a ese Padre gozosos cantemos,
empuñando con fe su pendón.
Él formó con voz hacedora
cuanto existe debajo del sol;
de la inercia y la nada incolora
formó luz en candente arrebol.
Nuestra Patria, la Patria querida,
que arrulló nuestra cuna al nacer
a Él le debe cuanto es en la vida
sobretodo el que sepa creer.
Del Anáhuac inculto y sangriento,
en arranque sublime de amor,
formó un pueblo, al calor de su aliento
que lo aclama con fe y con valor.
Su realeza proclame doquiera
este pueblo que en el Tepeyac,
tiene enhiesta su blanca bandera,
a sus padres la rica heredad.
Es vano que cruel enemigo
Nuestro Cristo pretenda humillar.
De este Rey llevarán el castigo
Los que intenten su nombre ultrajar.
CONSAGRACIÓN DE LA HUMANIDAD PARA EL
DÍA DE CRISTO REY POR EL PAPA PÍO XI
¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Miradnos humildemente postrados; vuestros somos y vuestros queremos ser, y a fin de vivir más estrechamente unidos con vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás, os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo.
¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, que no perezcan de hambre y miseria.
Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.
Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.
Conceded, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino ésta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario